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M.S.Yániz

Tiempo de lectura: 6 minutos

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28.10.2022

¿Hay autor de las mercancías?

Sobre El águila y el dragón de Marek Wolfryd en General Expenses

Por error fui el primer espectador en ver El águila y el dragón casi terminada. Faltaba un tono verde agrisado en una de las paredes. Al entrar por la pequeña puerta, llegué a un tiempo otro. El cubo blanco ya no estaba, me transporté a un escenario antiguo de reliquias y objetos preciosos. Primero me inundó una calidez extraña, producto de los colores amarillos y rojos de las paredes; luego vi un tesoro. La tentación por el tesoro siempre es grande, ahí en su cofre español sobre una mesa de té; decenas de monedas antiguas y preciadas. Por ser obra de Wolfryd, debía haber un truco. Nunca se trata de las meras cosas cuando vemos su arte. El poder real del mundo se encuentra en la forma en que somos seducides por las mercancías. Al entrar, se evidenciaba una historia cultural del poder y el deseo con un gesto.

Luego vi The Tiger Hunt (1615) de Peter Paul Rubens, pero con una esfera al centro que confundí con un espejo. Desde la entrada, parecía que esa esfera reflejaba su entorno y el de la pintura. Un truco más: veías The Tiger Hunt pero ninguna era The Tiger Hunt, sino Gazing Ball (Rubens Tiger Hunt) de Jeff Koons. Es al menos extraño poner tres veces una misma obra, ¡la obra es única!

Painting of a Distant View or Perspectival Picture of the West – Jeff Koons, Gazing Ball (Rubens Tiger Hunt), 2015 de Marek Wolfryd es la puesta en escena de la contemporanización y el desdibujamiento del estatuto de autoridad y originalidad de la pintura, a través de su carácter transnacional ficticio. Koons introduce la esfera al cuadro de Rubens, Wolfryd añade dos cuadros iguales más para mostrar cómo lo contemporáneo se da en la repetición y los intercambios comerciales. La pintura de Rubens alude al orientalismo en la representación, y la de Marek lo hace explícito en la cadena de producción. Fue realizada en colaboración, como él nombra este intercambio, con Zheng Lihong y Shenzhen Melga Art Co. Ltd., empresa de pintores chines que practican la copia como arte. Se trata de ver el proceso pictórico como una serie de traducciones en juego con símbolos, territorios e intercambios comerciales.

El águila y el dragón es la conversión de una galería en un museo temporal acerca de los orígenes materiales de la globalización. Por el tipo de objetos que hay, se trata de pensar al arte como un dato sensible de la historia.

La muestra tensa e intenta diluir —a través de arreglos comerciales y mediaciones— las categorías de modernidad artística. Pero el nombre propio pesa demasiado. Cada obra tiene su historia inserta en el canon estético, político o económico. No puede escapar, por su misma configuración como objetos y obras bien hechas, de la autoridad y el arte. Es cierto que el lugar de Wolfryd es distinto que el del pintor de caballete, pero no puede renunciar al nombre por más que delegue el trabajo y los símbolos. Pienso en los límites de los juegos conceptuales: ¿hasta dónde una imagen se puede borrar para que siga funcionando en el mercado? ¿Hasta cuándo une puede delegar el trabajo, pero exigirlo como suyo? ¿Cómo mantener una práctica cuando la quieres eliminar? Quizá este modelo de producción construye una figura de autoría más grande. No sólo porque domina más medios, sino porque también hay valor intelectual, técnico y monetario en juego. No es la mano del artista la que crea y reclama su obra, sino todo un aparato semiótico que las excede.

De las siete piezas, ninguna es sólo ella. Cada material tiene un origen, cada cosa una historia, cada imagen su relato. Todas preguntan por su producción y autoría, en ellas aparecen autores como Gerhard Richter, Damien Hirst, Andy Warhol y Eduardo Sarabia ––famosos por su cuestionamiento sobre el mundo del arte, el pop y el capitalismo––, así como Tiziano o Rubens. Pero no sólo es una muestra de arte sobre arte, los materiales y las formas aquí hablan; mármol, jade, talavera, porcelana, la forma caja y el jarrón tienen agencia y están narrando procesos comerciales.

Un amuleto para la suerte y la abundancia —una mesa china tradicional, un cofre español y ochenta monedas hechas de latón de un real de a ocho, acuñadas en 1756— tiene varios aciertos para la práctica general del artista. Estas monedas simbolizan la globalización: comenzaron a circular en 1497 por la Corona de Castilla; se acuñaban en Casa Moneda (México/Bolivia/Perú) con plata de Bolivia, Potosí, Zacatecas y Guerrero para adquirir mercancías y materias primas orientales por medio del Galeón de Manila (Acapulco/China); para el siglo XVII, ya era de uso oficial en China y el Pacífico Sur. Lo interesante es que estas monedas eran marcadas por los banqueros y comerciantes chinos como garantía de su valor. Rescato especialmente esta obra de la muestra por su valor en términos de unidad histórica y su gesto conceptual contra la unidad de la obra de arte desde el mercado.

Una de las herramientas para organizar al cuerpo social, una vez la figura del monarca cae alrededor de 1808, fue la idea de poder y nación que se diseminó en formas no sacras como banderas y monedas. La figura vacía del soberano fue llenada con alegorías y símbolos nacionales que conjugan territorio e historia a través de las monedas de uso. Tener una moneda sellada es ser parte de una construcción simbólica compleja. Wolfryd acuña monedas y con eso cuestiona el valor y la representación de entidades evanescentes como la autoría y el artista.

El juego de las monedas es datar la figura inaprensible del creador como productor y comerciante al imponer sus sellos —del artista y galería. Evidencia el sistema mundo del arte como negocio global al tiempo que remarca la imposibilidad de ser autore de una herramienta simbólica y comercial. En su escaso valor histórico como arte y su puesta en escena de la historia, la escultura —que irá desapareciendo conforme se venden las monedas— se vuelve un objeto que narra cómo el mercado y la historia acabó con la autoridad y la unidad fija. Los 80 compradores construyen, para el futuro, espacio   dentro de la exposición.

En los tránsitos comerciales de las obras, en su referencialidad anacrónica y remediaciones se revelan los movimientos del capitalismo en expansión. Sólo el capital proyecta el horizonte utópico de interconexión social global siendo el mercado el lugar donde sucede algo más allá del territorio: la experiencia del mundo conectado. Marek utiliza la historia del arte, sí. Pero lo hace desde el carácter más vulgar de lo artístico, que a la vez le da su valor internacional más allá de la referencialidad: su objetualidad como mercancía.

La forma en que el arte deja de ser un doblez de la moral bienpensante burguesa es cuando su carácter autónomo entra en conflicto y negociación con su esencia comercial. Sólo reconociendo la complicidad de la estética con el dinero se puede entender el fenómeno artístico con sus implicaciones geográficas y sociales. El museo de sitio El águila y el dragón alberga tensiones en imágenes conectadas por el poder, la expansión del capitalismo, el uso de materias primas que ensamblan la idea de mundo en movimiento. Podría ser que además de historias, esta serie de objetos ora artísticos, ora mercancías, son ruinas del proyecto burgués que eclosionan con el tiempo.

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