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01.10.2017

green sky, yellow ground

Museo de Arte Contemporáneo de San Luis Potosí, San Luis Potosí, México
17 de agosto de 2017 – 1 de octubre de 2017

Al caminar hacia el lienzo, la aproximación no necesariamente resulta en una mejor definición de la imagen en la pintura. La calidad difusa de las pinceladas y la paleta del artista permanece brumosa al acercarnos, pero las marcas y líneas con pequeñas secuelas de movimiento evidencian la sutil huella de un pincel. Lienzos pequeños y otros grandes, desde 30 x 30 cm hasta otros superando los tres metros. Paleta brillante y contrastante: azules, amarillos, verdes, manchas en negro y gris a lo largo y ancho. El uso asertivo del óleo genera la impresión de una perspectiva plana, de la falta de dimensiones, se pierde la posibilidad de encontrar rastros figurativos en la imagen, pero sin alcanzar el territorio de la abstracción. La ilusión del tromp l’oeil es obliterada a pesar del contraste de color. ¿Podría haber un sujeto deambulando dentro de la composición? ¿Puede el espectador encontrar el rastro más tenue de sí mismo dentro de este espacio fijo? ¿Puede el sujeto dar un paso al frente?

La obra reciente de Morten Slettemeas—exhibida en el Museo de Arte Contemporáneo de San Luis Potosí—revela diferencias marcadas de sus pinturas previas. El artista noruego se ha desplazado de un tratamiento estético que dependía en gran medida de valores narrativos: del desarrollo de acción en un lapso temporal fijo encapsulado en el lienzo. Pinturas anteriores mostraban pinceladas dinámicas que resultaban en una sensación de movimiento y agitación; la forma y el color establecían un orden jerárquico de los elementos: los sujetos se apropiaban de una primera capa de importancia retórica, mientras que los fondos permanecían detrás, en segundo plano. Los sujetos tomaban vida a partir de personajes creados en óleo, una materia que parecía dar forma a la realidad y la experiencia. La lectura conceptual automática era la de una sensación de empatía hacia los aspectos mundanos de la vida, donde el espectador claramente encontraba una proyección de sí mismo dentro del lienzo y más allá del mismo. Los gestos desarrollados por el óleo pertenecían a los personajes representados en primer plano, habitando un fondo claramente subordinado. El espectador confrontaba la pintura y accedía fácilmente a la narrativa: como un ser que experimenta la vida a través del egocentrismo y la subjetividad, el espectador se ve a sí mismo desde el primer plano, tan mundano como pueda ser.

Surgen entonces las siguientes preguntas en el proceso del artista: ¿existimos por delante de nuestro medio ambiente? O, ¿somos un microcosmo complejo que es parte de un todo vital mayor?

El uso de objetos y sujetos mundanos continúa siendo la fuente principal en la obra reciente de Slettemeas, pero es a través del proceso con el que trata estos elementos que genera un avance técnico y conceptual. Dichos sujetos son situados y desarrollados dentro de la constante tensión producida por la novedad de su proceso: un uso asertivo e igualitario de color tanto para el sujeto como para el fondo que parece arribar a un punto de completa abstracción, una sugerencia de un espejo de la realidad donde los sujetos son tan mundanos como los espacios que habitan—espacios que dejan de ser primer o segundo plano, sino un medio ambiente que los completa porque existen dentro de él de manera inescapable.

Se revela entonces una intención clara: la confrontación del artista con la calidad visual de las imágenes exige una profunda contemplación en la audiencia, una meditación que busca decodificar las aparentes abstracciones. El proceso del artista se conecta con una representación expresada a través de ideas sencillas que evaden la acometida de construcciones ópticas, visuales, e incluso ideológicas del espectador. Al tratar los elementos en las pinturas de manera más lúcida, Slettemeas se concentra en figuras estáticas que no son figurativas ni abstractas. El valor narrativo es sintetizado—la acción se esconde detrás del uso del color. Ocurren gestos y movimientos, pero velados ante la percepción inmediata. Al rozar los cánones de la naturaleza muerta, los paisajes y los sujetos parecen sugerir el más sutil de los movimientos, marginalmente por encima de la quietud, apenas tocando las frecuencias de la agitación. Las pinturas alcanzan, más y más, un estado de fragilidad, en donde cada elemento es simplificado hasta llegar a lo irreconocible, prestándose a lecturas alternas al ser integrado con otros colores en el lienzo. El fondo da un paso hacia delante, fusionándose con los sujetos en un primer plano nuevo, único y universal.

En este momento específico, el uso asertivo del color diluye la narrativa aún más. Al eliminar la representación directa del sujeto y al aferrarse a los aspectos cruciales de la abstracción, el artista logra cuestionar la pureza pictórica, exhortando una responsabilidad específica en el espectador, quien debe buscar una respuesta que complete la información dentro de la pintura, un pulso narrativo de su actividad mental o un sobresalto del inconsciente. El uso de la ausencia como elemento hace un llamado a la audiencia: reclama el llenado de vacíos conceptuales que aguardan una subjetividad individual.

Es a través del uso consciente de su proceso que Slettemeas encuentra espacio para profundizar conceptualmente, reconociendo una relación entre sujeto y fondo que no es necesariamente obvia: al reducir color y forma a un estado mínimo, los integra. A pesar de haber sujetos vagamente definidos en las pinturas, el tratamiento otorgado a ambos componentes es el mismo. La falta de atributos jerárquicos se convierte en un gesto conceptual en sí mismo, sugiriendo una percepción alterna de la realidad, la de una igualdad inherente que compartimos con nuestro plano material—sugiriendo incluso una proyección de hacia donde nos dirigimos como especie: el planeta merece el tratamiento como sujeto tanto como nosotros. Y si insistimos con esta idea, podemos cuestionar si esta fusión orgánica aparente de sujeto y fondo puede hacer referencia a un fondo interior, a nuestros paisajes interiores.

Un factor agregado en esta depuración de elementos es cómo el artista ignora su experiencia previa y formación con el dibujo. Para lograr el trato igualitario de elementos en la pintura, ignora y renuncia a trazos previos hechos con lápiz y se concentra en el óleo, gradualmente derribando las mencionadas barreras que separan a la figuración de la abstracción. El proceso construye a la imagen, y no una versión previa y preconcebida de sí misma.

Esta técnica ha llevado a Slettemeas a buscar y habitar contradicciones y polarizaciones dentro de su obra. Los gestos espontáneos dirigidos por el material generan un dinamismo elusivo en las pinturas: si la obra se reduce a lo figurativo, el artista se vuelca en dirección opuesta, buscando llegar a un estado de limbo—de balance sutil—entre lo representativo y lo abstracto, lo activo y lo pasivo, los significadores y la materialidad, la planeación previa y la improvisación, e incluso la negación y la aceptación. Al fusionar sujeto y fondo para eliminar jerarquías, la figuración se fusiona con la abstracción para eliminarse a sí misma y a su némesis.

De esta manera, la nueva colección de pinturas apuntan al eje central de la mímesis: la complicada aceptación de la complejidad, de existir más allá de los límites de la noción de una congruencia inmediata. En este sentido, la obra de Slettemeas, por más que sea un artificio, se convierte en lo más cercano a la vida.

– Diego Gerard

http://macsanluispotosi.com

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