Reseñas - Santiago - Chile

Amalia Cross

Tiempo de lectura: 13 minutos

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07.07.2022

El arte es en algún momento un animal vivo. Cincuenta años del Museo de la Solidaridad Salvador Allende

Entre ramas, follaje y fauna, la historiadora del arte Amalia Cross recorre las salas de una exhibición que alumbra el recuerdo con luz de luciérnaga, y expande los límites de lo institucional mediante una museografía selvática.

El arte es en algún momento un animal vivo[1]

En la selva hay mucho por hacer es el nombre de la exposición curada por María Berríos en colaboración con el equipo del Museo de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA), en el marco de la celebración de sus cincuenta  años. En esta exposición se han seleccionado más de cien obras para volver a pensar los principios que estaban en la base del museo al momento de su creación, en 1972, en relación con las historias políticas que dieron vida a este proyecto y en contraposición a la idea de museo como una institución de encierro o despojo.

El título de la exposición hace referencia al libro álbum que Mauricio Gatti, un joven anarquista uruguayo, realizó en 1971 en el Centro de Instrucción de la Marina en Montevideo, donde estuvo recluido por mandato del gobierno represivo del presidente Jorge Pacheco Areco. En el libro, hecho de cartas y dibujos, Gatti le cuenta a su hija las causas de la prisión política y la importancia de la solidaridad interespecie a través de una fábula protagonizada por un grupo de animales que, luego de ser capturados por cazadores y llevados a un zoológico en la ciudad, traman su liberación y logran volver a la selva, donde viven en libertad, cuidando de sí y de su entorno.

De la fábula, y de la exposición, se desprenden al menos dos lecciones o moralejas de la historia. Por un lado, la analogía entre museo y zoológico enunciada por la artista palestina Noor Abuarafeh en el video Am I the Ageless Object at the Museum? (2018): aquí la voz en off reflexiona sobre ambas instituciones, señalando que tienen en común algo más que animales, encerrados o disecados, refiriéndose a la memoria política y la mirada colonial que los sustenta. Por otro lado, una constatación de la fragilidad de la libertad ante el peligro inminente de ser encarcelades tal como lo fueron varies de les artistas  —en condición de preses polítiques—  que conforman esta muestra. Esas experiencias se pueden ver en los grabados que Guillermo Núñez realizó después de haber sido capturado y torturado por agentes de la dictadura en Chile (Carpeta de libertad condicional, 1975-1980) o en los dibujos hechos por la artista kurda Zehra Doğan en el reverso de las cartas que recibió durante su estadía en la cárcel de Turquía (Los dibujos ocultos, 2018-2020). Porque, en palabras de Gatti, cualquier día «… sin que lo vean llega a la selva un cazador, que de la selva no entiende nada, ni le importa que los animales vivan mejor».

Victoria Santa Cruz. Me gritaron negra, 1978. Fragmento de Victoria. Black and Woman, de Torgeir Wethal (dir.), Perú/Dinamarca, 21”.3’58”. Foto Benjamín Matte, Imagen cortesía del MSSA

María Teresa Toral. Juegos (8) Homenaje a Trinka (Teatro de marionetas), 1970. Agua fuerte, agua tinta, rulett impreso en relieve color 75,6 x 43 cm. Foto Benjamín Matte, Imagen cortesía del MSSA

Siguiendo el cuento de Gatti, entre selvas, museos y cárceles, uno de esos cazadores podría haber sido Carl Akeley,      taxidermista del American Museum of Natural History  de Nueva York. Sobre él y sus excursiones por África escribió Donna Haraway deteniéndose en sus dioramas para exponer cómo en su museografía y tecnología visual se construye la ideología de la supremacía blanca y capitalista que sostiene la invención de una forma de exhibición.[2] Esta ciencia, dirá Haraway, «combinada con una ética trascendente de la caza» y del expolio son la base de los museos modernos, ya sean de historia, de arte o de historia natural. En su nombre, los cazadores se arman con rifles dispuestos a matar elefantes para colgarlos sobre las paredes de sus casas, depositarlos en las vitrinas de los museos o encerrarlos en un zoológico. Ante tal panorama, la exposición propone pensar el museo de otra forma. Un museo   —como el del cuento que escribió María José Ferrada para el catálogo—  que nos proteja de los cazadores, que nos alumbre y abrigue. Uno que se construye entre todes, solidaria y transgeneracionalmente, con «dibujos hechos con lápices amarillos, luz de luciérnagas, frascos de miel».[3]

La exposición se expande por todas las salas del museo como cuando se dejan de podar los árboles, ya no se quita la maleza y las paredes terminan cubiertas por la hiedra. Une se pierde en las salas expositivas, al mismo tiempo que el museo pierde su sentido tradicional. Al entrar, la expectativa de una exposición convencional se diluye favorablemente, porque no hay un único relato que determine un recorrido «correcto» ni une espectadore «ideal». En su lugar, hay cajones y sillas, grandes y pequeñas, donde sentarse a leer libros, mirar las obras, tomarse un tiempo para cambiar de dirección o pensamiento. Abunda la diversidad: hay grabados, dibujos, pinturas, videos, esculturas y plantas, muchas plantas de papel. Y entremedio, a una altura más baja, animales que nos miran: el gallo de Joan Miró, la garza de Ernesto Cardenal, los gorilas, las jirafas y las culebras de José Gamarra, el caballo de Santos Chávez, los cocodrilos de Leonora Carrington, los pingüinos de Bélgica Castro o el elefante de Inés Agüero.

Pero la selva es también una manera de pensar y una metáfora para referirse al museo fuera del museo. Y con ello recobrar estratégicamente la premisa que sería la marca de nacimiento del mismo. El origen del MSSA —y su sobrevivencia en el exilio durante la dictadura— está estrechamente ligado a las campañas de Salvador Allende y al gobierno de la Unidad Popular, en el desarrollo de una idea revolucionaria y, por ende, móvil de cultura: una voluntad de movilizar el arte en pos de una causa política.[4] En esta línea se inscriben las serigrafías de El tren popular de la cultura de 1971, entre otras iniciativas que remiten, a su vez, a Las misiones pedagógicas de la Segunda República Española y a los camiones soviéticos de agitprop. En todos estos casos les artistas eran voluntaries que llevaban el arte y la cultura a pie, en burro, en auto o en tren, a las zonas rurales desplegando cines, bibliotecas, exposiciones o escenarios. Estas experiencias y acciones se actualizan, se vuelven contemporáneas, en la exposición: en los dibujos de Oscar Morales con sus diferentes máquinas fantásticas para salir del encierro; en las piezas audiovisuales de Bartolina Xixa y Naomi Rincón Gallardo que, con el formato de videoclips de YouTube, bailan y luchan contra el daño ambiental; y en los libros para niñes que conforman —al interior de la exposición y como parte fundamental de ella— una biblioteca itinerante de otras bibliotecas populares del país.

Vista de obra en exhibición En la selva hay mucho por hacer. Imagen cortesía de la autora

Todo esto hace pensar en las obras y en los libros de la exposición como trampas para los cazadores, es decir, como armas contrahegemónicas de resistencia. Trampas que son incorporadas en una museografía selvática que se relaciona con la museología radical que, en palabras de Claire Bishop, es propia de «un modelo de museo más experimental, menos determinado arquitectónicamente y más comprometido políticamente con nuestro momento histórico».[5] A diferencia de un diorama cuyo vidrio «prohíbe la entrada del cuerpo» o del cubo blanco que elimina todo rastro de contexto, la exposición En la selva hay mucho por hacer rompe el vidrio y hace del cubo un hábitat de colores para las obras. Se trata, en palabras de su curadora, “de un antimuseo donde los volcanes y los pumas rugen, y nos recuerdan que la selva es vida”, para todes menos para los cazadores.

Una última moraleja: Akeley murió en África central mientras cazaba gorilas en la selva. Su cuerpo fue enterrado allí y, años después, saqueado por profanadores de tumbas.

Maxi Mamaní, Ramita Seca. La colonialidad permanente. Foto Benjamín Matte, Imagen cortesía del MSSA

Exposición En la selva hay mucho por hacer — 50 años MSSA
por María Berríos

LA SELVA

La selva es muy grandota y para todos hay lugar… para que todos tengan niditos
todos tienen que ayudar
Mauricio Gatti, En la selva hay mucho por hacer, 1971

El cuidado de las selvas, los bosques y las aguas es una práctica colectiva, milenaria e intergeneracional. Para muchos la naturaleza y los animales no son entidades externas: son familia, hermanos y hermanas, abuelos y abuelas y son ellos, en su generosa abundancia y sabiduría, quienes cuidan del buen vivir de todos. En la selva hay mucho por hacer, el libro de Mauricio Gatti, parte con el reconocimiento de la riqueza y solidaridad interespecie de la selva. Pero no todo está bien: hay quienes quieren extraer, explotar, encerrar, para el beneficio de unos pocos. Múltiples mundos se han perdido en ese impulso por poseer, por encarcelar, por tener siempre más, por convertirse en dueños de otros. Los grandes museos del mundo se construyeron sobre esas muertes, exhibiendo los pedazos de esas vidas rotas como trofeos de su distinción, de su cultura. ¿Cómo recordar todo aquello a lo que no le fue permitido existir? ¿Cómo contar las historias de esas otras experiencias, cuya mera existencia es lucha? Hay quienes no olvidan y resisten: los sonidos antiguos de los pájaros, los animales, los ríos y las piedras violentamente extraídas que cantan, truenan, sobre las ciudades y las montañas. Sus bibliotecas son el territorio. Esta es una biblioteca popular de ese pluriverso, un antimuseo donde los volcanes y los pumas rugen, y nos recuerdan que la selva es vida.

LOS ANIMALES Y LOS SUEÑOS

Los animales quieren levantar una selva donde nadie lo que necesite le vaya a faltar… Y enseñar a sus hijitos que en la selva para todos hay lugar

Animales del paraíso, mecánicos fantásticos, que llevan los paisajes en los ojos. Cocodrilos escondidos debajo del plumón, animales monstruos y pájaros del Edén. Elefantes y caballos que regañan al niño enfermo Ange- lito por levantarse de la cama. Animales que juegan en los sueños electrónicos. La leche del sueño que permite al poeta fugarse de la camilla y del hospital.

GUARDIANAS DE LA SELVA

…a la selva la quieren mucho, a sus ríos, a sus árboles, a su tierra y a sus frutos

En Abya Yala los pueblos siempre supieron que su territorio, su selva, era indivisible de la vida misma. Así lo celebran mujeres y niñas Guna armadas con agujas muy finitas, utilizadas para confeccionar los trajes para su vida cotidiana como guerreras de su territorio. Así lo hacen mujeres, que en un duelo rebelde y colectivo, tejen juntas en honor a una lamgen muerta por defender su territorio. Es un saber que se vincula con trabajar la tierra, conocerla de cerca permite defenderse y sobrevivir, escabulléndose entre los campos de arroz y los bosques vietnamitas bajo el acecho de soldados invasores. Para algunos solo existir significa lucha y rebelión. Así lo cuenta Don Durito de la selva Lacandona donde todos, con sus estrategias de caracol, construyen “un mundo donde quepan muchos mundos”.

EL FUEGUITO

En la selva los animales se dieron cuenta que hay cosas por arreglar, se juntan alrededor de un fueguito y se ponen a conversar

¿Puede un museo ser un arma? Artistas, poetas y cineastas viajan por el territorio, con la certeza de que quienes viven en las montañas y en el campo deben también experimentar, ver lo que se ve en los gran- des salones de los museos y en los cines de la capital. Van en tren, en automóvil, en burro. Un museo del pueblo no tiene ni adentro ni afuera, no se atrinchera en los muros blancos, sino que sale a la calle, a las provincias, a la cordillera y al campo. Ahí desenrollan sus telas e instalan sus proyectores portátiles, con la certeza de que la cultura y el arte tienen poder revolucionario porque son del mundo. El arte es solidario, no se puede encerrar ni poseer. Eso es político.

LOS CAZADORES

Un día sin que lo vean llega a la selva un cazador, que de la selva no entiende nada, ni le importa que los animales vivan mejor

Los cazadores del mundo lanzan sus bombas, desatan sus Guernicas, traen devastación, guerra y muerte, y lo llaman progreso, dicen que es el futuro. Sus armas más peligrosas son el miedo y su propagación. Pero son ellos los que temen. Le tienen miedo incluso a los papeles y a las imprentas, lanzan libros a la hoguera, le temen a sus palabras, a sus colores, a sus ideas que queman por considerarlas peligrosas, subversivas, disidentes. Los cazadores policías y militares quieren todo en blanco y negro, solo ven ganancia o pérdida. Siguen los mandados de sus señores, que son los únicos que realmente lucran. Pero ni los cazadores ni sus señores entienden que la riqueza de la selva es otra cosa. No comprenden que en la selva no hay ganancia, solo vida.

PRISIÓN POLÍTICA

El zoológico no es un sitio donde pueda vivir bien un animal, porque los barrotes lo separan de su trabajo y de su hogar

Los regímenes carcelarios del mundo entero continúan en su afán por encerrar y separar a los que están en desacuerdo con los señores que mandan y sus cazadores. Encierran a los más pobres, a los de tez más oscura, a padres, madres, niños y niñas por el solo hecho de saltarse un muro o cruzar una frontera. Hoy se continúa persiguiendo y encerrando a los defensores de las selvas del mundo. Sin embargo, las cárceles que son deshumanización y tortura también siembran indignación, solidaridad y lucha. ¡Libertad a todos los presos políticos!

DESTIERRO

En el zoológico muy pensativos a veces los animales están, se acuerdan de todas las cosas que en la selva hay que cambiar. Ellos quisieran también estar ahí para ayudar, y enseñar que en la selva para todos hay lugar

El destierro es una cárcel sin paredes. El exilio y la migración forzada implican cargar con una falta de pertenencia permanente, hacia delante, pero también hacia atrás. El país, el territorio, el hogar que se deja desaparece y se convierte en un lugar al que ya no se puede volver, incluso cuando se logra regresar. Océanos, desiertos y montañas se vuelven fronteras que separan, y también fosas comunes de los caídos. Esas vidas robadas no se pueden reparar. Pero hay quienes humanizan y suturan esas experiencias, luchadoras que crean nuevas antifamilias, sobrevivientes que se sostienen unas a otras, que comparten sus historias. Historias que se repiten, que suceden y vuelven a suceder, y por eso se tienen que escuchar.

CINES REBELDES

…con todo lo que tienen que hacer, con los hijitos que tienen que cuidar, ahora nadie de la selva los podrá sacar

Desde el perímetro, por los bordes, se levanta un pluriverso de voces rebeldes. Defensoras y guardianas del territorio que acechan a los cazadores que no respetan la selva y toman siempre más de lo que necesitan. Ellas ven claramente la relación entre los zoológicos, las cárceles y las bóvedas oscuras. Juntas revientan candados y desmantelan rejas. Ese es su cine-liberación. Y aunque no las vean o no las quieran ver, andan repartidas por los montes, los bosques, los valles, los ríos, las costas y las calles. Son muchas, serán más y vencerán. Cantando. Bailando.

Notas

  1. Fragmento del poema “Arte c ontemporáneo” de Elvira Hernández (Los trabajos y los días. Santiago: Lumen, 2017, 273).

  2. «Los propietarios de las grandes máquinas del capitalismo monopolista (…) necesitaban una ciencia que ‘instaurase’ la paz selvática (…) combinada con una ética trascendente de la caza». Donna Haraway, El patriarcado del osito Teddy. Taxidermia en el Jardín del Edén. Buenos Aires: Sans Soleil, 2015, 31 y 135.

  3. María José Ferrada, «Vamos a hacer un sol». En la selva hay mucho por hacer. Santiago: MSSA, 2022.

  4. Sobre la historia del MSSA, ver: María Berríos, «‘Struggle as Culture’: The Museum of Solidarity, 1971-1973», Afterall: A Journal of Art, Context and Enquiry, (Londres), Edición 44, Otoño-Invierno 2017, 130-141.

  5. Claire Bishop, Museología radical. Buenos Aires: Libretto, 2018, 8.

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