Reportes - Venecia - Italia

Diego Parra Donoso

Tiempo de lectura: 5 minutos

A
A

14.07.2022

Dar vuelta al mundo, de nuevo

Pabellón de Chile en la 59ª Bienal de Venecia

Fue en agosto del año pasado que el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile anunció la preselección de siete curadurías que habían postulado para representar al país en la 59ª Bienal de Venecia. Recuerdo que el grupo me pareció raro, no tenían nada en común y coincidió que había siete jurados, por lo que pensé que cada une había elegido el que más le gustó y ya. En general, une busca patrones en los criterios que se usan en estas instancias, para luego adivinar hacia dónde iría la elección final. En este caso no pude, y cuando en octubre se hizo público que la propuesta ganadora era Turba Tol Hol-Hol Tol de Camila Marambio, la verdad es que no entendí nada. Desde el comienzo me costó dilucidar los motivos que llevaban al jurado a privilegiar un proyecto “sin artista”, o más bien, donde la curadora figuraba como artista, luego de que este tópico ya ha sido ampliamente debatido hace varios años. Así que decidí aprovechar cada instancia donde Turba Tol fuera explicado, de modo que mis aprensiones al modelo basado-en-le-curadore se atenuaran.

Debo decir que escribo esta provocación desde mi escritorio en un helado Santiago de Chile, lejos del glamour propio de Venecia. Es decir, no he visto físicamente el pabellón que actualmente se presenta en el Arsenale, pero creo que mi aproximación un tanto insegura —en esta ocasión— tiende a ponderar más las cuestiones generales de la propuesta de Marambio, que la experiencia misma de pisar la sala. Además, la propia curadora se ha encargado de instalar una propuesta que tenga en cuenta este asunto, y ha difundido todas las actividades de la curaduría en la web.

Ahora, si bien en un comienzo fue la idea de una curadora como eje la que llamó mi atención, al estudiar mejor el pabellón, mi interés viró hacia cuestiones menos vinculadas a los debates disciplinares, y más conectadas con la política proyectada desde la curaduría. Podríamos resumir todo el proyecto en una interacción entre el arte como medio y el activismo ecologista. Y digo aquí “como medio”, porque la propia Marambio afirma que quiere ser una representante de la causa de las turberas; y al mismo tiempo, Bárbara Saavedra, directora de Wildlife Conservation Society – Chile, organización partner del proyecto, se refiere a éste como una instancia de concientización en la vitrina global más importante del mundo del arte. Esta condición “secundaria” de lo artístico la percibí también en el énfasis que se hizo en la curaduría para referirse a que no hay una “obra” en los términos que esperaríamos tradicionalmente, sino más bien una “instalación inmersiva” (de esas tan de moda ahora) que produce una experiencia multisensorial donde vista, olfato y tacto interactúan. Lo importante, dicen, es que se tome conciencia de lo singular de las turberas, estos ecosistemas milenarios que recolectan carbono y son vitales para la regulación térmica, pero paradójicamente se encuentran en peligro ante la acción humana (el musgo sphagnum que allí crece tiene usos agrícolas).

Todo bien hasta allí. Todes estamos de acuerdo con las reivindicaciones medioambientales, en especial quienes vivimos en los países del sur global, que somos les más golpeades por el cambio climático y las industrias extractivas que vuelven a nuestras aguas, suelos y aire “zonas de sacrificio”. Lo curioso viene después, y es quizá el condimento “artístico” que termina de aderezar esta propuesta con asuntos que me parece importante consignar. La curadora decidió sumar a esta interacción de arte y ciencia un tercer elemento: el “conocimiento indígena”; sin ir más lejos, el título Hol-Hol Tol es una expresión en selk’nam que significa “el corazón de las turberas”. Y además, sabiendo lo importante que es no profitar de epistemologías originarias, decidieron sumar al equipo a Hema’ny Molina, escritora selk’nam, quien asegura que nadie acuse a Turba Tol de adueñarse de conocimientos o discursos que les son ajenos. La preocupación por la agencia de les individues con quienes trabaja el arte contemporáneo es algo real, y me parece importante tenerlo en cuenta; sin embargo, une no puede evitar desconfiar de estos procedimientos que al final del día eluden el asunto de fondo: la presencia indígena viene a funcionar como un atractivo extra en el mercado del arte contemporáneo. Para cualquier proyecto artístico esto genera una situación ideal: una “causa justa” y subalternidad, nadie puede decir nada porque implicaría no valorar las buenas intenciones de les organizadores.

Pero volviendo a lo anterior, siempre que alguien asume la vocería de las identidades subalternas las está condenando a permanecer en la oscuridad a la que occidente las ha relegado (en el caso Selk’nam, incluso se suele decir que es un pueblo extinto). Pero, además, cualquier propuesta que se considere impugnadora del orden colonial debería también preguntarse por la colonialidad de sus propias prácticas, y más aún, por la necesidad de participar en el evento del arte más colonial de todos (el más antiguo y que aún reproduce el ordenamiento geopolítico del occidente del siglo XIX). Me parece que la idea cínica de que todo eventualmente es fagocitado por la máquina capitalista no satisface la respuesta a este asunto, donde a diferencia de otras esferas, se puede errar constantemente. Y a eso se suma que hay una historia local de colonialismo que parece olvidada en el propio territorio que Turba Tol intervino: el sur de Chile (específicamente el estrecho de Magallanes) fue el espacio donde, por casi cuatro siglos, occidente rodeó el mundo para hacerse de las riquezas globales. Ayer fueron los bienes y personas (como Jemmy Button)[1] los que fueron trasladados a Europa para su ingreso en la circulación perpetua del capital; hoy, en un tiempo de economía inmaterial, son los conocimientos y prácticas ancestrales las que dan energía a un escenario artístico hegemónico que parece requerir de sofisticadas y exotizantes formas de novedad.

Hace treinta años, en la exposición internacional de Sevilla, Chile decidió llevar un gran iceberg desde la Antártica a su pabellón. La idea era demostrar que el país podía transportar sus valiosas mercancías alimenticias a cualquier lugar del mundo sin que éstas perdieran sus cualidades en el viaje. Hoy no llevamos icebergs, pero pareciera que la lógica extractiva persiste, sólo que las mercancías que occidente demanda para su supervivencia son otras, unas vestidas de buenas intenciones e inmunidad a la crítica.

Notas

  1. Nota del editor: Orundellico, perteneciente al pueblo originario Yámana y bautizado por su apropiador como Jemmy Button, fue secuestrado a los 14 años por el comandante del Beagle, Teniente Robert Fitz Roy (1805-1865) junto a otras tres personas a quienes trasladó a Europa como fruto de su deseo de “civilizarles y evangelizarles”. Parte de un experimento social colonial, Orundellico “Jemmy Button” fue trasladado nuevamente a su tierra donde murió perseguido judicialmente y políticamente, empobrecido a los 48 años en un islote de la bahía Wulaia que hoy lleva  “su” nombre dado por el colono apropiador: Isla Button.

Comentarios

No hay comentarios disponibles.

filtrar por

Categoría

Zona geográfica

fecha