Ongoing - São Paulo - Brasil

Mateus Nunes

Tiempo de lectura: 7 minutos

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18.01.2023

Caparazón lacerado

Animal Ferido de Igor Vidor en VERVE, São Paulo

Observada desde lejos, como en una posición de caza, la galería está rodeada por una cortina color tierra. A primera vista, no se sabe si es una armadura, una protección de lo que se guarda adentro, o un adorno que confiere poder, como un manto real. Tal vez en su interior habite el animal ferido [animal herido] que da título a la muestra. Tal vez siga necesitando protección, al mismo tiempo que anuncia su regreso.

El artista brasileño Igor Vidor (São Paulo, 1985) presenta un nuevo cuerpo de obra que profundiza en su investigación sobre la violencia, el crimen, la política y las instancias de poder en Brasil. Las obras pueden leerse críticamente bajo la imagen análoga de la coraza, o la piel engrosada de un animal herido que se ha fortalecido al ser continuamente herido. El argumento muestra la dualidad de la piel lacerada: ser una prueba de vulnerabilidad que al mismo tiempo otorga un elemento de protección. El artista presenta grandes esculturas de tela antibalas y hierro que representan alegorías del poder, esculturas sobre el tráfico de drogas y armas, e instalaciones con tierra y tela. Algunas de las obras presentan casquillos de bala recogidos en las calles de Río de Janeiro en fuego cruzado, recordando que cada casquillo de bala encontrado en el suelo es la piel de un intento materializado de derribar un cuerpo. Las obras de Vidor muestran cómo la piel puede ser destrozada, traspasada por una bala, pero también puede ser un camuflaje, un disfraz, un chaleco antibalas o un caparazón fabricado al desollar vives a les oprimides por la fuerza bruta y utilizar su piel como vellocino de oro.

Animal Ferido es la primera exposición individual del artista tras su exilio político de tres años en Alemania. Entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales brasileñas que elegirían a Jair Bolsonaro en 2018, Vidor enfatizó a través de sus obras la muerte de jóvenes marginades y la relación entre el narcotráfico, las figuras políticas y las estructuras de poder en Río de Janeiro. Tras varias amenazas de muerte a él y a su familia por su impactante trabajo, exhibiendo abiertamente las dinámicas de ultraviolencia entre la seguridad pública, las instituciones gubernamentales y las milicias, el artista consiguió huir del país en 2019. Vidor fue acogido por la Martin Roth-Initiative, un programa promovido por el Instituto de Relaciones Exteriores de Alemania y el Goethe-Institut para la protección política de artistas en riesgo en todo el planeta. Tras desarrollar su investigación artística en programas de residencia en Europa —como el Künstlerhaus Bethanien, en Berlín, y Pro Helvetia Sudamérica, en Zúrich—, el artista está restableciendo sus conexiones con su tierra natal, en un momento optimista de decadencia del conservadurismo de derechas provocado por la vuelta a la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva, a finales del pasado mes de octubre.

A través de las obras expuestas, Vidor intenta construir una genealogía de la violencia a partir de los primeros acontecimientos relacionados desde la instauración de una república en Brasil, marcando un hito histórico desde la Guerra de Canudos de 1897, la guerra civil más mortífera de la historia brasileña. Ocurrió un año después de la abolición de la esclavitud en el país, cuando tuvo lugar un combate armado entre fuerzas militares y civiles en el nordeste de Brasil. Vidor ilustra esta narración con la imagen de un árbol llamado favela, muy común en Canudos, que dio nombre a un tipo de ocupación urbana —cercana a un gueto o un barrio marginal— que se da específicamente en Brasil. Bautizar estos espacios de toma de posesión con el nombre de esta planta es una forma de resistencia e irradiación de rebeldía.

La cortina que rodea la galería —del mismo tono que el suelo de Canudos, ya que las paredes están pintadas con la propia tierra— está estampada con dibujos hechos a mano de la planta favela y de las armas utilizadas en la guerra, denunciando cómo la flora brasileña se funde con una tecnología expresada a través de la producción armamentista. Esta relación entre un exotismo ligado a la naturaleza brasileña —desde la época colonial, con las expediciones naturalistas— y la bestialidad que estos códigos visuales confieren a un discurso de violencia en el país es operada por el artista en sus esculturas de la serie Alegoria do terror [Alegoría del terror].

Sobre fibra de aramida antibalas —tejido del cual el mercado brasileño es uno de los principales consumidores, utilizado en el blindaje de automóviles y en la confección de chalecos antibalas—, Vidor inserta imágenes mediante impresión ultravioleta, símbolos operativos que constituyen centenares de insignias de la policía militar y de operaciones especiales investigadas por el artista. Estos emblemas fusionan tradiciones europeas de heráldica —usualmente empleadas en escudos de armas— y un cierto salvajismo vinculado a la fauna brasileña, aludiendo conscientemente a la tradición y al miedo. A continuación, el artista mezcla este arsenal de imágenes con fotos distorsionadas de miembros del Supremo Tribunal Federal de Brasil, elementos arquitectónicos de edificios gubernamentales, fragmentos de pinturas históricas, joyas reales portuguesas de la época colonial brasileña y pastillas de Viagra —aunque parezca mentira, 35 mil de ellas fueron compradas en 2022 por las Fuerzas Armadas brasileñas con dinero público, bajo la presidencia de Jair Bolsonaro.

La tela que presenta las imágenes está sujetada por una estructura de hierro, como metáfora de que todas las alegorías de la violencia, meticulosamente pensadas, tienen detrás un denso trasfondo bélico. De forma análoga, las críticas de Vidor sobre las incisiones realizadas en la piel oprimida pueden leerse como un choque con la tradición artística eurocéntrica que tiene como medio principal un lienzo tensado sobre un bastidor, como una piel tensada sobre un chasis. Mientras que la tecnología colonialista siempre está designada a la dinámica de la explotación, el artista invierte el ciclo al utilizar el tejido antibalas fabricado en Europa para apoyar sus denuncias a la violencia arraigada.

Para la muestra, Vidor invitó a dos colegas artistas a exponer sus obras entre las suyas: Silvio de Camillis Borges (São Paulo, 1985) y Gilson Plano (Goiânia, 1988). Vidor propuso una narrativa que sólo encuentra verdadero sentido en la colaboración, en el diálogo entre combatientes de una lucha colectiva. En el mundo de las galerías contemporáneas, donde les artistas se baten en duelo por las exposiciones individuales y enarbolan la individualidad como enseña, la posibilidad de colaboración e integración de artistas no representades es totalmente ardua.

Las obras de Silvio de Camillis Borges consisten en dibujos de grafito sobre papel, en los que el artista representa animales que coquetean con las ideas de bestialidad, nebulosidad y misterio. Interesado en el proceso acumulativo de construcción de imágenes y en la penetrabilidad de estas figuras brumosas e inquietantes en el subconsciente, Borges moja una goma de borrar en polvo de grafito y la utiliza como una especie de pincel. Mientras dibuja, el artista también borra algunas otras zonas del proceso, reiterando la preocupación por la pervivencia de los síntomas imaginarios y por cómo la memoria opera de forma ambigua. Sobre marcos de acero con marcas de soldadura, Borges presenta dibujos individuales de criaturas como una arpía, una paloma, un caballo ciego, un murciélago, una caracola reina, una piraña y un pirarucú, en relación con las imágenes bestiales y animales que Vidor opera en sus escudos.

En el espacio expositivo, el artista invitado Gilson Plano realizó una instalación llamada Dois campos [Dos campos], en la que proyectó dos elipses intersectadas en todo el espacio de la galería. Las líneas de las elipses estaban punteadas, y donde cada marca tocaba la pared, el artista taladraba un agujero y plantaba una semilla de favela en la elipse izquierda o una esfera de plomo en la derecha. Luego selló los agujeros con pasta de masilla, como si se tratara de una herida de guerra cerrada rápidamente, las marcas de las balas perdidas en las paredes de las casas de las favelas y las cicatrices imperecederas de la violencia en la carne brasileña. Con Dois campos, Plano propone una lectura del territorio brasileño como plenamente tomado por dos fuerzas en desgaste: la resistencia y la violencia.

Plano también explora el debate sobre las fuerzas que actúan sobre el territorio en Meridianos, una escultura de cuero, hierro y agujas. Alarga un trozo de cuero sostenido por dos barras de hierro, con docenas de agujas que traspasan creando una línea que se asemeja a la demarcación de un territorio, pero que también puede demostrar cómo la política del territorio puede estructurarse sobre la violación de les negres.

Con un ensayo crítico de la curadora Carollina Lauriano, Animal Ferido se expone en VERVE, São Paulo, hasta el 22 de enero de 2023.

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