Reseñas - República Dominicana

Sara Hermann

Tiempo de lectura: 7 minutos

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21.03.2019

«Canción de la voz florecida» en Centro Cultural de España

Por Sara Hermann
Santo Domingo, República Dominicana
25 de enero de 2019 – 9 de marzo de 2019

La tierra, la voz, la mar: la incertidumbre

Que el espacio que habita la exposición Canción de la voz florecida fuera en su origen un centro de estudios donde se impartían ciencias exactas como la matemáticas, física y astronomía, fue un hecho inadvertido hasta hace muy poco. La inexactitud de la historia del llamado Colegio de Gorjón —que hoy es sede del Centro Cultural de España de Santo Domingo, República Dominicana—, recogida en parte por Fray Cipriano de Utrera [1], muestra la inestabilidad, fluctuación e inseguridad que caracterizó a ese lugar desde sus orígenes, tanto en lo relativo a sus medios de subsistencia y usos, así como en relación con sus propietarios o regentes.

La capacidad de travestirse y traspasarse al propio receptáculo de la exposición se convierte en ingrediente clave y componente simbólico para el discurso curatorial, no sólo el espacio arquitectónico por sí mismo, sino todo el entorno de esa ciudad tan vieja. La franja de mar que le hace frontera a la misma fue llamada coloquialmente “los estudios”, debido a quienes se sentaron en su orilla: por la frescura de su brisa, a repasar las clases que se impartían en le colegio para desdoblar encuentros y discusiones. El mar también sienta una base que se desarrolla magistralmente en el discurso curatorial, equiparándolo a una acción de conocimiento, la mutación de un cuerpo natural a través de la acción y el sonido, no ya como metáfora sino como realidad cambiante.

Canción de la voz florecida, compuesta por Juan Canela y Laura Castro —desde la referencia omnipresente de un poema de Franklin Mieses Burgos, poeta dominicano—, nos propone la reverberación de los usos y costumbres de la estructura o habitáculo, misma que es puesta en tensión por las obras de Elena Aitzkoa, Engel Leonardo, David Meyreles, Natalia Ortega Gámez, Ernesto Rodríguez, Diego Santomé, Nara Winston y Nika Zhukova y la omnipresente e indispensable Fina Millares.

Igualmente, lxs curadores, desde la selección de lxs artistas, el análisis de los espacios, hasta la “puesta en obra”, proponen, de manera categórica, una fuerte relación de lo poético (en cualquiera de sus avatares) con lo político. Lo poético como producción y lo político como sus posibles acciones en lo coyuntural colectivo. No es sorpresa que la voz que rige este canto sea la de uno de los poetas fundamentales del movimiento llamado Poesía sorprendida. La Poesía sorprendida emerge en momentos en que República Dominicana se hallaba bajo el régimen totalitario de Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961). Muchxs intelectuales dominicanxs trabajaron al servicio de la dictadura; sin embargo, el núcleo al que pertenecía Incháustegui Cabral planteaba un rechazo al nacionalismo que enarbolaba la dictadura, al tiempo que planteaba nuevas formas de acercarse a la poiesis que, en estas circunstancias de intolerancia y represión, implicaba también una arriesgada toma de posición política.

Fina Miralles es la contralto de esta canción. El balance entre agudeza y gravedad de sus acercamientos al espacio natural y la suerte de mímesis que articulan, aunado a sus composiciones —en las que a veces no sabemos si habla la arena, el agua o Fina—, un eje desde donde se estructura todo. Cada uno de los distintos tonos de lxs artistas confluyen en su obra.

Canto… expone propuestas de reinvención del paisaje, ya no desde la perspectiva territorial sino como una nueva forma de mirar que elimina la monumentalidad del paisaje construido y retorna a nociones más orgánicas, viscerales, y por supuesto poéticas. Las estrategias para esta reinvención se trazan desde acciones tan políticas como la intervención y la subversión. La posibilidad de injerir, transformar y amalgamarse con los paisajes que proponen lxs artistas hace patente la gran ambigüedad de esta categoría como constructo que oculta el propio hecho de serlo y de muchas maneras vela los significados ideológicos que sustentan su supuesta inmutabilidad.

La tierra

La configuración del lugar con las acciones, con el transitar, con el grabar como huella, con el moldear y amalgamar ese lugar, que entre líneas es nación y fuera de ellas indeterminación —sin ser opuestos—, se amarra al planteamiento curatorial del gran nudo que proponen Nara Winston y Nika Zhukova, quienes más allá de la materialidad que sobresale (tierra dominicana moldeada) hacen que prevalezca y predomine la idea de la incertidumbre y el equívoco. ¿Qué vemos, qué sentimos, qué hacemos?

La posibilidad —que quizás pudiera leerse aquí como lo utópico— y lo impredecible —que puede interpretarse como lo deseable— son quizás las evidencias más sensibles tras experimentar la Canción. Hacía meses que no veía los diamantes de Ernesto Rodríguez y las cápsulas de Natalia Ortega Gámez. Sus experimentos con la materia son a la vez inmutables y afectivos. Sentimientos encontrados que son recurrentes en cada segmento de este proyecto de Canción. Esa materia viva que muta afianza lo alterable, el accidente, y las confabulaciones del tiempo y el espacio en las que poco podemos interferir. Lo que vemos hoy no es lo que veremos mañana.

Así, cada segmento de Canción se encuentra conectado en puertos diferentes, la atadura de cada nudo es un diálogo, ataduras suaves con las que podemos deshacer, rehacer y recomponer el proyecto a nuestro antojo. De este mismo modo sucede con las piezas de David Meyreles y Fina Miralles, en las que la similitud se distancia de la igualdad. Y aunque se encuentran estratégicamente ubicadas para provocar la confrontación, cada pedazo de realidad y su continente tienen un timbre y una sensación completamente diferentes. La singularidad de esta conversación entre piezas reside en la distancia, en el accidente y la meticulosidad, entre el encuentro y la búsqueda. El resto y la evidencia se contienen en envases y bases. La pesquisa forense y el recurso nemotécnico se vinculan en ambos casos para ofrecernos una sensación de extrañamiento, como si nunca hubiéramos visto eso que llaman agua.

La indeterminación de la posición ideológica de un espacio y sus visualidades se marca desde un muestrario de Engel Leonardo. El peso de su arqueología mineral, misma que parte del estudio de la materialidad de los suelos, revela su impacto en los procesos socioculturales que suceden sobre ellos. Un grano de arena no es el mismo siempre, ahí se encuentra una evidencia. Las ideas de arraigo, pertenencia, reconocimiento y distanciamiento que la persona desarrolla en las tierras que pisa, aunque no las habite, son manejadas como una impronta diferente que tiene más de un laboratorio de emociones que de los conejillos de indias.

La voz

Canción de la voz florecida propone también un duelo entre la oralidad y escritura como formas de producción de lenguajes —en plural porque lxs artistas que aportan sus fuerzas a la exposición proponen voces a veces muy comunes, otras ininteligibles, tonos desconectados y neologismos. ¿Cuáles son las narrativas particulares de la oralidad y qué nutre nuestra memoria en relación con lo que queda escrito? ¿Podemos hablar de linealidad y tono? ¿Qué cuestiones políticas y culturales se contienen en la construcción de las historias subalternas en la contemporaneidad? Elena Aitzkoa aborda una narrativa como traducción imaginaria que se produce desde la percepción del paisaje y su peso como entidad hipotética. La poesía sorprendida como movimiento, por otro lado, da al traste con la quimera y se amarra a una tierra que se convierte en masa orgánica. Aída Cartagena Portalatín, en su Víspera del sueño, traducía lo anterior de esta manera:

Tierra se hará silencio,
risa no harán los hombres para que me hagan eterna,
llanto no harán las piedras para que me hagan arena…

De esta manera, lo oral se fija como herraje y lo escrito se convierte en fantasmagoría.

El mar

Este contundente cuerpo de agua es fundamentalmente una fuente de historias. Funciona como espejo, como receptáculo del imaginario y como instrumento para la profilaxis espiritual y física. Las características de fluidez, movimiento infinito, capacidad de cambio y trasiego hacen de este una referencia también ineludible. El mar, en lo expuesto de Fina Miralles encarna también una condición transitoria y ambigua; y refuerza la idea de reclusión e incomunicación que provoca estar cercados.

He tenido que leer mucho de lo escrito por Fina para reafirmar lo que veía. Ella habla del espacio, el mundo exterior —visible, físico—, la apariencia, el tiempo, el mundo interior, lo invisible, metafísico, lo intangible. Los cielos negros de Diego Santomé tiran el cable a tierra y me retiro.

 

Notas

  1. Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y Seminario Conciliar de la ciudad de Santo Domingo de la isla española (Santo Domingo: Padres Franciscanos Capuchinos, 1932; 600 págs.).

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