Reseñas - Argentina

Mariano López Seoane

Tiempo de lectura: 8 minutos

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11.10.2019

«Camp Fires. The Body as Queer Stage» en UV Estudios

Por Mariano Lopez Seoane
Buenos Aires, Argentina
27 de septiembre de 2019 – 19 de octubre de 2019

Camp Fires es una de esas exhibiciones que, literalmente, no puede visitarse sin un mapa. En el espacio doméstico de UV, que suele invitar a lo íntimo, se amontonan 16 piezas de video provenientes de distintos puntos del globo, ocupando hasta los últimos rincones. Gender Conscious Free Nail Art Tutorial, de Emilio Bianchic, sobrevuela el espejo del baño del segundo piso, invitando a una contemplación estrábica, repartida entre el propio reflejo y el elogio del maquillaje a cargo del artista. American Reflexxx, de Signe Pierce and Alli Coates, se esconde en un cuarto diminuto que potencia la sensación de asfixia que crea la pieza: un video casero que sigue la deriva geográfica y post-situacionista de un personaje sin género, y sin rostro, por la zona comercial de una ciudad anónima de los EE.UU.. Y así siguiendo, en las escaleras, atravesando los descansos y hasta en la terraza, desde donde se proyecta, en una pared alejada, el cruce de imaginación virtual y videojuegos que propone de Jacolby Satterwhite.

El profuso texto de sala preparado para orientar a la espectadora incluye un plano numerado. Este “mapita” es también una confesión: las curadoras se propusieron hacer un mapa del mundo del video actual que es necesariamente un mapa del video actual del mundo. Entero. La ambición global de la muestra se anuncia desde el inglés juguetón del título.

La historia de América Latina nos autoriza, cuando no nos alienta, a ejercitar una sospecha contra todo lo que se presenta como “global” que por momentos orilla a la paranoia. Una paranoia justificada por la penosa sucesión de espejitos de colores, sueños pulverizados y diversas formas de estafa y violencia de sobra conocida en esta geografía. No es de extrañar entonces que prime la cautela cuando se recorre una exhibición como Camp Fires, un compendio que reúne trabajos producidos en lugares tan distantes, y contextos tan diversos, como México, Uruguay, China, EE.UU. y Kuwait. ¿Cómo pueden siquiera convivir, se pregunta la espectadora desconfiada, la parodia de ciertas tradiciones islámicas que propone Fatima Al Qadiri y la revalorización de una mascota mexica precolonial cortesía de Javier Ocampo, con el reviente hedonista en Fire Island que documenta, o imposta, la House of Ladosha? La más politizada decreta sin mayores trámites que esta reunión sólo puede tener lugar bajo el régimen que impone el ojo imperial, más penetrante y temible que el ojo de fuego de Sauron.

Que estos trabajos sólo sean posibles debido a la existencia efectiva de un imperio es algo que está más allá de toda duda. Lo que con candor llamamos “globalización” ha provisto a est*s artistas de los elementos mínimos para producir sus obras: cámaras de video o teléfonos móviles producidos por corporaciones internacionales, claro está, pero además la inclusión, buscada o no, en el sistema del “arte contemporáneo”, que dispone toda una serie de normas y protocolos que permiten producir, y sobre todo leer, estas piezas. Hay otro elemento global sin el cual esta exhibición no sería posible: la experiencia, y la sensibilidad, que l*s curador*s llaman queer, y que, como confirman estos trabajos, hace rato han superado los confines de su cuna en las metrópolis del Norte blanco para extenderse por territorios de diversos colores que no siempre son modernos y no siempre son urbanos. Lo sabemos: lo queer y las múltiples voces y disidencias que encapsula es una de las linguas francas de este imperio maltrecho, pero no por eso menos efectivo, que inicia tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Se ha discutido hasta el hartazgo en círculos activistas, académicos y artísticos si este término, y la perspectiva política y teórica que funda, puede ser utilizado en otros contextos sin plegarse a la ofensiva colonial de la que participan, lo quieran o no, todos los productos que nos llegan de EE.UU.. El beneficio de la duda viene dado por un desvío que el término carga desde su origen: queer, y todo lo que encapsula, se resignificó en el Norte a fines de los 80s como expresión de una disidencia; es más, de una subversión y de una oposición política militante. Similar prosapia disidente tiene el vocablo camp, que supo nombrar la capacidad de distintas comunidades perseguidas y silenciadas de jugar con los códigos culturales dominantes, y excluyentes, para resignificarlos y hacerlos así funcionar como armas en la lucha por la supervivencia. Este es el sentido que rescatan para su mapeo global Kerry Doran, Violeta Mansilla y Simon Wursten Marín, recordándonos que la historia del dominio colonial es también la historia de las múltiples formas de desidentificación con respecto a las normas morales y estéticas impuestas, y que a la expansión internacional del capital se ha respondido en distintos momentos con un fortalecimiento del internacionalismo, célebremente en la Internacional Comunista. Así las cosas, Doran, Mansilla y Wursten Marín podrían decir, parafraseando a Marx, que el espectro queer recorre el mundo. O, mejor, que le prende fuego, como sugiere el título de la exhibición, que sacude la modorra del camp —en el año de su institucionalización en el MET y de su pico de circulación masiva— para abrirlo a nuevos usos, nuevas entonaciones, nuevos códigos secretos.

El camp fire, el fogón, en tanto lugar de encuentro y de fortalecimiento de lazos, es el sitio ideal para producir ese desplazamiento. Y esta exhibición quiere ser un fogón en al menos dos sentidos. Por un lado, quiere funcionar como punto de reunión de nombres, trayectorias, culturas, lenguas y géneros diversos. Un espacio de cohabitación, forzada, de artistas y obras que en muchos casos no se han visto las caras. Y como toda muestra colectiva, Camp Fires propone un arte de la combinatoria y apuesta todo a los chispazos que pueda producir esta convivencia caótica y amistosa. Estamos entonces ante una exhibición “abierta”, cuya figura definitiva depende en gran medida de procesos alquímicos —de atracción y rechazo— difíciles de prever. Y es notorio que las curadoras quieren llevar esta apertura y esta indeterminación hasta sus últimas consecuencias, radicalizando la declaración a esta altura convencional —institucionalizada hasta el adormecimiento— de que corresponde a la espectadora “cerrar el sentido de la obra”. Camp Fires no imagina un público dedicado a la contemplación más o menos alocada, más o menos informada, más o menos desviada. Antes bien, propone modos de circulación por el espacio y modos de uso de las obras que necesariamente producen, y producirán, una alteración de sus coordenadas. Y trabaja para interpelar, y convocar, a una serie de públicos concretos por medio de un programa que se propone cumplir la promesa de encuentro y de fortalecimiento de lazos que asociamos con el fogón, y propiciar que el calor de la muestra se derrame en ecos académicos, reverberaciones artísticas o en redes de activismo. A una semana del opening, por ejemplo, Emilio Bianchic dictó un taller de escultura de uñas con la participación de las activistas del Archivo de la Memoria Trans. Atravesando la pantalla que lo contenía, renunciando momentáneamente a su estatuto de obra, el tutorial de Bianchic se emancipó para transformarse en saber compartir con una de las comunidades más marginalizadas de la sociedad argentina. Y excusa para una larga conversación sobre una historia local de resistencias y luchas que las activistas trans se esfuerzan por avivar.

Camp Fires se inscribe así en una tradición venerable. Prácticamente extinguido de la vida contemporánea, el fogón tiene una historia larguísima y dispersa, que en Occidente asociamos con momentos de comunión con las amigas y con la naturaleza, pero también con esas antepasadas ilustres que hicieron del fogón el punto de circulación de saberes y la plataforma de despegue de todas las conspiraciones: las brujas. Y sin duda esta exhibición es un aquelarre internacionalista, una reunión de hechiceras y magos de distintas latitudes, hablantes de distintas lenguas y de distintas culturas, tod*s practicantes de una conexión con el cuerpo que pone a prueba la pregunta de Spinoza por sus límites y su potencia. ¿Acaso alguien sabe lo que puede un cuerpo? L*s artistas reunid*s en esta exhibición parecen buscar obsesivamente respuestas a esa interrogante, haciendo de sus cuerpos no tanto estandarte de identidades más o menos estables (de acuerdo con la lógica de la representación) sino laboratorios en los que se cuece el alcance de lo humano y la posibilidad de que ese hito ¿evolutivo? sea superado (de acuerdo con la lógica de la experimentación). Lo humano se vuelve así un elemento a mezclar y combinar, un principio subordinado que se suma a la escena de la reprogramación queer, como se comprueba en el atletismo coreográfico animal de Young Boy Dancing Group, en la sobrevida digital que le da SOPHIE a su rostro, en la síntesis cosmetológica de la mujer que diseña Jes Fan y en los entrenamientos rituales que diagrama Florencia Rodríguez Giles, por nombrar sólo algunos de los trabajos. L*s seres que habitan estas y otras intervenciones viven suspendid*s en un limbo en el que lo nuevo no termina de nacer porque lo viejo no termina de morir. Siendo lo viejo y lo nuevo puntos en tensión en ese largo arco temporal que llamamos humanidad.

Sí. La evidencia encontrada en cuevas en Sudáfrica indica que los primeros fogones fueron hechos por nuestras antepasadas las Australopithecus robustus y las Homo erectus hace 1.6 millones de años aproximadamente. La apelación al camp fire, entonces, más allá de la astucia del juego de palabras, busca preguntarse por aquello que se extiende como un hilo ígneo desde lo que aún no era un nosotr*s hasta lo que, así lo dice esta muestra, ya no lo es.

Programa:

4 OCT – 6PM  Charla & Nailart. Emilio Bianchic con Valeria Licciardi y Magali Muñiz (Archivo de la Memoria Trans Argentina). Los Bohemios (Humboldt 540)
11 OCT – 8PM Presentación del single y vídeo La hora de los magos por Agustín Cerreti (sello Otras Formas). UV (Humboldt 401)
18 OCT – 7 PM Screening Program: Meriem Bennani, Lukas Beyeler, Mauro Guzmán. Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat. Olga Cossetini 141.

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