Reseñas - Estados Unidos

Victor Albarracín Llanos

Tiempo de lectura: 8 minutos

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12.02.2016

Art Los Angeles Contemporary Art Week 2016

por Víctor Albarracín, Los Ángeles, California
29 de enero de 2016 – 31 de enero de 2016

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Blow (job)

Los Angeles Art Weekend y más

Cuando se va a visitar ferias o semanas de arte en ciudades que no son la de uno, lo mejor es siempre dejarse llevar por los locales, abandonarse a aquellos que saben en dónde estar y no suponer que uno debe usurpar el lugar del Dios del cielo queriéndolo ver todo y en todo momento. Las ferias crean burbujas de tensión, gente a punto de colapsar por querer ir de un lado al otro: de fiesta, de chisme, de compras, de visita. Todos queremos postear en Instagram nuestros hallazgos, hacer que todos se enteren de en dónde estuvimos y con quién. O al menos en las horas previas a cuando nos desmayamos por mucho arte, muchos drinks o mucho de lo que sea que haya reemplazado a la cocaína y que no sé en este momento qué será.

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Llegué a Los Angeles con una semana de ventaja para las ferias, así que pude ir al opening de los Sexorcises del Mutant Salon, el proyecto de salón de belleza, consulta astrológica, tienda de tatuajes, laboratorio de performance o escultura participativa, monstruo queer, trans y post-todo que abría en Commonwealth and Council, un espacio abierto por Young Chung hace unos cinco años y, últimamente, siempre atestado en sus inauguraciones y comentado en la prensa especializada. Para Sexorcises, Mutant Salon había involucrado en este evento a un grupo amplio de colaboradores que se retorcían, corrían, se caían, se tocaban, se tatuaban, fornicaban y muchas otras cosas, sobre regueros de grasa, gel, vaselina y fluidos viscosos indeterminados que accidentadamente tenían lugar entre videos, elementos escenográficos, sonido y esculturas dispuestas caóticamente en el espacio. La intensidad de una acción que se prolongó por horas en un recinto atestado de público bebiendo, prestando atención y cotorreando intermitentemente, dejó al final de la noche un desmadre de residuos, desorden y elementos indiscernibles que, supongo, continuarán exhibiéndose durante el mes que le queda al show.

Por andar en la decadencia me perdí la inauguración de Meg Cranston, Pizza, Bagpipe, Carburetor, que abría en Meliksetian/Briggs, una pequeña galería de Fairfax que suele presentar expos pequeñas y refinadas. Ésta, que pude ver un par de días después, era un ejercicio de representación visual de un listado de palabras que Cranston había construido a partir de un generador aleatorio de sustantivos en línea. La exposición, compuesta con elegancia de pinturas, collages y objetos que oscilaban con suavidad entre el rosa y el azul pálido, era un remanso de paz y un pinchazo perfecto, sentimental y lleno de una ironía sin aspavientos, estructural en el trabajo de Cranston, donde el insulto preciso siempre es dicho de la forma más dulce.

Meg Cranston

Ya en el preámbulo de las ferias, Erwin Wurm presentó en Schindler House una reiteración más, en la larga serie de sus reiteraciones, de algunas One Minute Sculptures. Y sí, había que ponerse el perrito de peluche en los hombros, había que cambiar la esponja de estante, había que sentarse sobre un palito imitando la pose propuesta por el artista, había que ponerse el suéter en todo el cuerpo, metiendo ambas piernas por una manga y ambos brazos por la otra, y así. Aunque la exposición hacía énfasis en que se trataba, como su nombre lo indica, de esculturas de un minuto, algunas se tomaban diez segundos y otras hasta cinco minutos, ya fuera por su dificultad intrínseca o por la interminable búsqueda del selfie perfecto.

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Llegó el día de las ferias. No había tensión ni frenesí, a pesar de que la misma noche abrían LA Art Show, Art Bandini, The Independent Art Show, Art Los Angeles Contemporary y otras de las que nunca me enteré. Me perdí la apertura de ALAC, la feria con más relevancia histórica en la ciudad, que completa ya más de veinte ediciones a la fecha. Debo decir que no me lo perdí por gusto, pues habría ido de buena gana a ver el acto central de la noche, una presentación de la Centennial High School marching band, una agrupación escolar de Compton, ese lugar que en el imaginario blanco de quienes van a ferias de arte suena a gente de etnicidades sospechosas y a calles oscuras que deben ser evitadas. Esta banda colaboró con la siempre magnífica Alison O’Daniel para producir un performance poderoso e incómodo.

Art Los Angeles Contemporary 2016 Opening Night

Al día siguiente conseguí que mi amiga me llevara hasta allá. Entré gratis, contento y agradecido para comprobar lo que ya parecía desde afuera: La feria de arte contemporáneo mejor establecida en Los Angeles es minúscula, tan minúscula que inspira ternura en medio de una ciudad construida sobre la obsesión por un gigantismo ilimitado. Pocos stands en unas cuantas filas de galerías que hacían muy bien su tarea de lucir como una feria estándar en cualquier otro lugar del mundo. Muy pocos elementos en general, y menos aún para poder generar un juicio crítico sobre el arte contemporáneo de esta ciudad. ALAC tenía una programación interesante, con Kenneth Anger charlando sobre sus influencias y Charlie White conversando con Amanda Ross-Ho sobre el estatuto de la imagen en la era de internet. Durante buena parte de la tarde, la feria estuvo desolada, unas cuantas parejas deambulaban por los corredores del hangar sin mostrar nada de alegría. Los galeristas y sus asistentes bostezaban, tomaban café, se estiraban y jugaban con sus ipads y sus teléfonos, esperando a los compradores que no llegaban. Al final de la jornada se veía todo un poco menos dramático, pero el escaso flujo de visitantes daba bastante para pensar.

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¿Están las ferias de arte llegando a su fin y es ALAC una premonición? ¿Es Los Angeles en sí misma, por su naturaleza, inmune al frenesí de las ferias? Quizás se trata de la ciudad misma, explotando por doquier por cuenta de las nuevas grandes galerías que ahora pululan en áreas en las que hace menos de un año solo había viejas bodegas y fábricas abandonadas y que hoy se valorizan vertiginosamente en el mercado inmobiliario. Quizás la explosión de espacios de artistas, la apertura de nuevos museos, el establecimiento de colecciones y la intensa migración de artistas y dealers que vienen de Europa o de Nueva York, en esta nueva versión de la conquista del salvaje Oeste, han hecho de la ciudad una enorme feria abierta todo el año, una máquina bien aceitada con dinero, promesas de prosperidad y esperanzas de agarrar al nuevo Parker Ito de la siguiente temporada. Quizás Los Angeles ya es un mall sin divisiones en el que la ansiedad no tiene razones para limitarse al fin de semana de unos eventos minúsculos. Ante el crecimiento salvaje del aparato comercial, las ferias de Los Angeles conservan ese encanto poco frecuente del desinterés, del retorno a una escala humana, del pensar que es posible concentrarse en unos cuantos cubículos y en una que otra pieza aunque, por supuesto, estos pensamientos solo estén presentes en mi cabeza. No sé lo que esa contracción del interés signifique en términos comerciales, no sé si, precisamente, se trata de producir eventos para muy pocos y en los que muy pocos tienen posibilidad de comprar, pero aún si así fuera, esos pocos en Los Angeles son muchos más de los que transitaban por ALAC.

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Esa noche, lejos de Santa Monica, todo el mundo se apiñaba en Chateau Shatto, una galería del Downtown en la que James Ferraro presentaba, en el marco de una exposición de fotos de Jean Baudrillard, Burning Prius, un cuarteto de cuerdas y electrónica interpretado por músicos vestidos como policías. La pieza, especie de lamento sobre el moverse en carro por una ciudad en la que moverse se está volviendo imposible, se sostenía con soltura de principio a fin, aunque la mayoría del público estaba más pendiente de sus teléfonos y de quiénes estaban en otros puntos de la galería, bebiendo y chismeando sin inhibiciones.

Paramount Ranch, una feria tras las montañas de Malibú presentaba este año su tercera versión. En una locación de pueblo fantasma del Far West, la feria congregaba a distintas galerías, a artistas no representados aunque representativos de la escena angelina y a entusiastas de la generación post-internet llenándolo todo de pantallazos pintados, de objetos cínicos frente a su naturaleza comercial y de bastante autocomplacencia. El día transcurrió en medio de alertas de tormenta, accidentes de tránsito en la vía, árboles caídos en el freeway y bastante frío. Paramount Ranch prometía, al menos, una pieza importante para ser vista por primera vez en Los Angeles: Tree (2014), de Paul McCarthy, una escultura inflable en forma de butt-plug por la que el artista recibió bastante polémica y un puñetazo hace poco más un año en París. Sin embargo, la vida no es miel sobre hojuelas, Tree tuvo que ser desinflada por culpa del viento despiadado, y los intentos por volverla a inflar resultaron fallidos, así que, para mí al menos, el balance de Paramount Ranch, además de un resfriado y zapatos llenos de barro, es la imagen de algo grande en proceso de inflarse o desinflarse sin nunca saberse qué está realmente sucediendo. Los amigos decían que era mejor quedarse en casa, y tal vez tenían razón. La ansiedad turística por intentar salir no es siempre buena consejera.

La semana terminó, y la feria en Los Angeles sin duda seguirá abierta todos los días del año.

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Víctor Albarracín Llanos es curador, artista y autor radicado entre Bogotá y Los Angeles. Ha sido co-fundador y miembro de espacios de artistas que incluyen El Bodegón (Bogotá, 2005-2009) y Selecto–Planta Baja (Los Angeles, 2014–), entre otros. Becario Fulbright 2013-2015 y ganador, en Colombia, del Premio Nacional de Crítica, 2009. Actualmente es parte del equipo curatorial del 44° Salón Nacional de Artistas que se llevará a cabo en septiembre de 2016, en Pereira, Colombia.

 

 

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