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27.02.2020

"Agua en vez de Oro" en LIBERIA, Colombia

LIBERIA, Bogotá, Colombia
30 de enero de 2020

Artistas jóvenes del Tolima

Puede sonar irónico en Colombia, país con tantos sectores de altos niveles de pobreza, pero el toque de Midas está por todas partes. Nada más mirar cerca a Flandes en la ruta de Ibagué a Bogotá y encontrar banderas azules plantadas en potreros, anunciando un abismal proyecto de condominio a todo timbal cerca al río Magdalena. Hacia la carretera hay vallas con fotomontajes con dirección de internet que prometen un mundo feliz. En la red el interesado podrá meterse a mirar renders de la realidad que se espera erigir, mayormente protagonizada por gente de piel blanca, corte juicioso, ropa próspera, automóviles de última generación, en medio del “club house” o un “skate park”, entre otras maravillas en inglés. Tal constructo (súmmum de un pensamiento aspiracional colectivo omnipresente en nuestra idiosincrasia) quiere remplazar con una costra irremediable de cemento y vidrio, híper diseñada para el confort (de los supuestos afortunados), a aquel vasto territorio baldío y ocioso, cuyo prístino tiempo y esencia cederá el paso al sistema que quiere convertir todo en oro. Las regalías gruesas del proyecto quedarán en pocas manos, mientras a todos nos costará hasta la médula la desaparición perpetua de la inteligible sencillez y sutileza de esa zona semi-rural. Con tanta población necesitada de comida y trabajo y con tan pocos recursos (económicos e ideológicos) para hacer las cosas con sensibilidad, el mundo no está para complacer miradas románticas, sino para construir y explotar. De muchos modos, la Colombia llena de delicados saberes locales va dando silencioso paso a simulacros estandarizados, enclavados en aberrantes nociones de bienestar aconductado, nacidas de lógicas lejanas a la sostenibilidad de ecologías culturales o ambientales.

Una encarnación real, análoga a la antes descrita, parece estarse dando en algunas facultades de Arte en la capital del país. Cumpliendo con el rigor exigido por el inevitable ritmo perverso del mal entendido progreso, los que hasta hace una década fueron entornos que albergaban cierto grado de sana precariedad, que resultaba en libertad y astucia con que los estudiantes de arte resolvían creativamente algunas carencias, ahora se alzan como colosales moles institucionales milimétricamente reguladas, orientadas a la producción de filas de artistas jóvenes. La estructura, cabalmente sincronizada —a veces más a veces menos— con un eficiente rédito económico garantizado por el pago de matrículas, está enmarcada dentro de un ambiente abigarradamente normalizado, perfectamente supervisado, esterilizado y sanforizado. Y a esto se le suma el torniquete ejercido desde el panóptico de las redes sociales con el que crece sometido todo el mundo, pero en especial las nuevas generaciones.

Ibagué, ciudad intermedia entroncada en una zona tan exuberantemente fértil, colmada de agua, con innumerables especies, es interesante como eje cultural porque tiene la infraestructura institucional y urbanística que se necesita de una urbe, mientras por otro lado, está lo suficientemente cerca a realidades rurales. Desde hace una década, cuando volvió a abrirse el Programa de Artes de la Universidad del Tolima luego de estar cerrado desde el estado de excepción de la era Turbay, los estudiantes crecen en medio de ciertos lujos que a veces se dan por sentado. El primero es que su entorno ideológico tiene suficiente grado de irreverencia y no claudica ante el formato estrangulador de control que se vive en otras instituciones, especialmente en algunas privadas de las ciudades grandes. Otro lujo es que dada la escala del programa, la colectividad de artistas en formación en la Universidad del Tolima es una red en la que la gente se conoce y se entiende como una comunidad, apoyándose con préstamos de materiales y equipos, colaboraciones con tiempos de trabajo, compartiendo espacios y experiencias que fortalecen lazos. El campus de la Universidad del Tolima es un vergel de especies nativas, lleno de floreciente gulanday, todo tipo de palmas, arbustos y plantas pequeñas y como si fuera poco, la universidad aloja el nutridísimo jardín botánico Alexander Von Humboldt, que baja hasta el río Combeima. La vitalidad es tan abrumadora que, por poner un ejemplo, varias veces al año las chicharras estridulan por todo el campus en un volumen tan alto que es imposible mantener una conversación. En el campus no hay edificios de millones de dólares, no hay tecnología innecesaria; hay abundante vida, juventud inquieta y con conciencia social por todas partes. Pero además de estos lujos, quizás la mayor de las fortunas sea que mucha de la gente que estudia arte en la Universidad del Tolima viene de haber vivido directamente todo tipo de experiencias. A diferencia de los congéneres capitalinos, cuya (rica en otros términos) experiencia está definida y saturada por los ritmos abismales de la urbe y por nociones sobre el país muchas veces sacadas de fuentes secundarias, en la Universidad del Tolima hay un fuerte componente de estudiantes de arte que vienen de poblaciones rurales y semi rurales donde la Colombia hecha a mano es protagonista y tiene dentro toda la potencia de su fina y compleja elaboración; la gente tiene acceso a la sutileza de las realidades que son la antítesis de la aburrida entelequia globalizada en la que considerable parte del mundo se está convirtiendo.

Esta exposición presenta el trabajo de siete artistas y un colectivo de diez integrantes, este último producto del Semillero de Cerámica del Programa de Artes Plásticas y Visuales. Todos los participantes son graduados recientes o aún cursan estudios en la Universidad del Tolima. Si bien el título de esta curaduría hace referencia directa a la decisión que tomó en Consulta Popular el municipio de Cajamarca en 2017 con un NO del 97% de votantes, impidiendo la explotación de minas de oro a cielo abierto por la Anglo Gold y a favor de las fuentes hídricas de la región, la cita a tan excepcional decisión comunitaria se hace como alegoría de un amplio territorio terrenal e ideológico y está relacionada con la fluidez y la persistencia de las posibilidades de la experiencia diversa, de la vida sutil versus la alienación de los sujetos y la tétrica rigidez de la estandarización de lo que existe, cuando queda convertido en oro, o en polvo.

—Fragmento, curaduría por Andrés Matute

Artistas

Alejandra Carvajal, Cristhian Chitiva, Camilo Rodríguez Ibarra, Carlos Zúñiga, Colectivo SAL, Denny Pinto, Gabriela Cano, Nicolás Fernández.

www.adorno-liberia.com

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