La galerista y gestora cultural Gabriela Urrutia da Bove nos presenta una conversación profunda con el curador y gestor chileno Rodolfo Andaur, a propósito de sus casi dos décadas de práctica curatorial y, en particular, de su libro Territorios transformativos 2010–2020 (Editorial Gronefot, 2023). La entrevista explora la forma en que Andaur articula pensamiento, investigación y práctica curatorial desde el norte de Chile, proponiendo una metodología centrada en el viaje, las territorialidades y la crítica a las narrativas históricas oficiales.
Me reuní con el curador y gestor Rodolfo Andaur, para explorar sus casi veinte años de carrera curatorial y reflexionar, en particular, acerca de los contenidos de su última publicación Territorios transformativos 2010-2020 (Editorial Gronefot, 2023). Andaur nos ofrece una mirada profunda sobre el viaje como herramienta para desbordar las fronteras tradicionales tanto del arte, como del pensamiento contemporáneo. Esta metodología lo ha llevado a recorrer y analizar un sinnúmero de geografías más allá de los centros urbanos y las narrativas oficiales. El viaje, el desbordamiento de fronteras, la revisión crítica de las narrativas negadas y las prácticas situadas se presentan como los ejes centrales de un proyecto curatorial-artístico y teórico, el cual ha abierto horizontes de pensamiento desde Atacama.
Rodolfo [R]: Para mí ha sido fundamental crear sistemas de pensamiento que luego dan forma a escritos y curadurías, además de la visita a ciertos archivos que desempeñan un papel crucial. Muchos de estos archivos no tienen relación con el campo del arte, sino más bien con aquellos que albergan análisis sociológicos, antropológicos, arqueológicos, biológicos e históricos.
De igual manera, la curaduría y el acto de recopilar archivos me llevaron a reflexionar sobre las historias que han sido sistemáticamente negadas al menos en los últimos dos siglos en Atacama. No es el territorio en sí mismo el que habla, sino las territorialidades: toda esa vasta información acompañada de relatos invisibilizados, las formas de aprender y hacer que las comunidades difunden, particularmente en territorios que han sido marcados por el conflicto, la usurpación y el etnocidio durante mucho tiempo. Quizá esto no se percibe con tanta claridad en lugares como las grandes metrópolis, pero aquí, en el norte de Chile, se siente con mucha intensidad. Me di cuenta de cómo el Estado actúa de forma colonial, de cómo se imponen formas, texturas y maneras de hablar; lo cual me llevó a repensar la noción de territorialidad. Esta territorialidad ha sido esencial para mi metodología y me ha permitido aplicarla en una variedad de proyectos curatoriales.
R: En mi opinión, nunca se ha tenido una conversación abierta en Chile acerca de la responsabilidad del Estado, por ejemplo, en la guerra con Perú y Bolivia, ni de las implicaciones de la guerra que esto ha tenido en el sistema educativo. Es por eso que me resultó muy interesante acercarme a los textos de Sergio González, y de otrxs historiadores críticxs que han sido invisibilizadxs, como Guillermo Billinghurst; historiadores peruanxs-chilenxs que hablaron y escribieron sobre estas problemáticas y, particularmente, sobre lo que ocurrió cuando Chile asumió el control del desierto de Atacama. Por otro lado, creo que la estrategia de Chile siempre fue utilizar la imposición por la fuerza como una herramienta eficaz y certera para “chilenizar” el desierto de manera compulsiva.
R: Desde 2007, especialmente cuando me tocó trabajar en la exposición Huellas civiles, que conmemoraba la masacre obrera de la Escuela Santa María de Iquique (1907), comencé a reflexionar sobre cómo entendía el concepto de territorio. Empecé a cuestionarme y tomar nota de que el territorio no sólo es algo físico, sino también una noción que se construye desde la visión de las comunidades, desde cómo un grupo de personas entiende su relación con el espacio en el que habitan. Pero, ¿qué sucede cuando dentro de esos espacios existen otras formas de pensar y vivir ese mismo territorio? A esta situación la llamo territorialidad.
La territorialidad se refiere a los modos de vida que emergen en ciertos espacios geográficos, y a cómo estos modos configuran la forma en que las personas se comunican, se visten, hablan y conservan sus tradiciones. Por eso, siempre he dicho que la territorialidad es lo más intangible del territorio. Es lo que ocurre dentro de la comunidad, y cómo ésta interactúa con la cultura no humana. Lo que ha ocurrido, especialmente en América Latina en los últimos años, es que hemos comenzado a reconocer, desde el campo del arte, que la territorialidad es un componente esencial para entender y desafiar las diferentes realidades que existen en un sin número de territorios.
R: Poder involucrarme profundamente con los lugares ha sido clave para mi trabajo: estudiar tanto el paisaje y geografía física, como las territorialidades que emergen en esos espacios. También, me interesa cómo se cruzan los imaginarios con la historia oficial, esas crónicas que se nos imponen con otras narrativas que nacen desde las comunidades populares, desde esa imaginería popular que muchas veces permanece silenciada. Lo que no es físico, lo inconmensurable que habita en los territorios, es fundamental. Estas prácticas, que sólo podemos comprender a la hora de estar en el lugar, nos invitan a reflexionar sobre qué tipo de pensamientos críticos podemos generar a partir de ellas. Y no se trata sólo de reflexionar, sino de cómo podemos formar parte de ese pensamiento, no sólo dentro del contexto del arte contemporáneo, sino con las comunidades. Esa es otra dimensión que trato de potenciar: que lxs artistas en residencias o proyectos vinculados a residencias tengan la oportunidad de conectar más estrechamente con un grupo social, con una comunidad, para entender que no todo se reduce a una pieza u obra de arte. También el acto de escuchar y compartir es crucial para generar un pensamiento crítico. Para mí, este proceso de intercambio y reflexión es esencial.
R: Muchas veces pienso que nací viajando. Tuve el privilegio de hacerlo desde muy joven. Mis antepasados son pampinos y, debido a la crisis del salitre, tuvieron que abandonar La Pampa. Sin embargo, como un acto conmemorativo, regresaban periódicamente, lo que para mí se convirtió en un ritual. Para mí, dentro de la territorialidad está la diáspora de mis antepasados. Fue muy significativo darme cuenta de cómo esa diáspora pampina se trasladó a Iquique y regresaba cada cierto tiempo a un lugar ya abandonado, cuyas casas en ruinas estaban repletas de objetos intactos, aunque cubiertos de chusca.
Para mí, el viaje es un ritual, no sólo un desplazamiento físico. Es un acto profundo, un momento que permite observar, conectar paisajes, temporalidades y situaciones que normalmente no veríamos en nuestra vida cotidiana y también implica la participación de un colectivo. Esta vasta información adquirida valida esta metodología de investigación territorial que me ha permitido realizar proyectos curatoriales y residencias en este país, y también en otros países como Canadá, Singapur, Irán, Turquía y Dinamarca, por mencionar algunos.
R: Para mí, la frontera representa un desborde. En estos desbordes, se mezclan diversas prácticas humanas y esto es especialmente evidente en situaciones como la llegada masiva de migrantes a distintos países tanto del norte como del sur de América. Este fenómeno no sólo ocurre en las fronteras internacionales, sino también dentro de los desbordes interiores que poseen muchos países. Muchos de estos desbordes son geográficos y también étnicos.
R: La mayoría de estos proyectos surgieron por invitación directa de algunxs artistas y colectivos, mientras que otros fueron impulsados por mi propio interés en explorar ciertas visualidades y relatos del trabajo de artes visuales in situ.
El propósito de reunir estos textos es presentar la revisión de un proceso que, a lo largo de más de una década, ha buscado difundir una visión que va más allá de la capital de Chile. En este contexto global, entendí que, para abordar los territorios y las territorialidades de una manera más compleja, era necesario considerar no sólo los conflictos étnicos, éticos y psicopolíticos, sino también los biológicos. La transformatividad, como concepto, contribuye a ofrecer una nueva perspectiva para comprender estos procesos y su impacto en las comunidades y sus territorios.
R: Surge en mi análisis reflexivo, cuando, desde el 2011, comencé varias largas estadías de investigación curatorial en Berlín. Ahí, me encontré con este concepto dentro del campo de la biología y la etnobotánica. En este sentido, Territorios transformativos 2010-2020 apuesta por la divulgación de un grupo de artistas que desarrollan prácticas transformativas, más allá de los tiempos y lógicas proyectuales.
La transformatividad es asumir que los procesos humanos y no humanos también forman parte del campo de investigación del arte y también son una manera de interrogar críticamente a las territorialidades. Es crucial visibilizar estas revisiones y destacar que constantemente se pueden hacer este tipo de lecturas descentradas. Aposté desde ese lugar, pensando que era de gran interés para el contexto de lo que ha vivido Chile en el último tiempo. De hecho, el libro remata con el aniversario número uno de la revuelta social del 2019.
R: Sí, era fundamental crear un espacio reflexivo sobre lo que vivió Chile en un periodo tan complejo. No sólo por la revuelta, sino también por la pandemia y por la forma en que el Estado reprimió, a través de ello, las demandas sociales. Este texto busca capturar un estado emocional de la territorialidad, no sólo en términos de espacio físico, sino también de las tensiones en diferentes lugares de Chile. Fue crucial para mí constatar que no estábamos ante un simple "estallido social", como se le llamó, sino que se trataba de una revuelta con impulsos claros, impulsos políticos que definían su carácter.
Por eso creo que la transformatividad invita a una reflexión profunda sobre lo que hemos negado como sociedad. También sobre cómo el mundo del arte, que a menudo se ve como privilegiado, ha fallado en reconocer estas realidades sociales y cosmogónicas no hegemónicas. Ya sabemos que muchos proyectos artísticos instrumentalizan los dramas sociales sin ofrecer una reflexión y un análisis profundo. Por eso, elegí examinar estos proyectos, porque considero que los más relevantes, por ejemplo, para entender la revuelta, son aquellos que no sólo buscan retratar los hechos políticos, sino que también aquellos que implican proponer una reflexión social.
[Imágenes cortesía de Rodolfo Andaur: 1.-Marcos Zegers, De la serie Infraestructuras del desierto 2015-2019, 2.-Nicolás Grum, Instalación El gran pacto de Chile, 2014, 3.-Fabián España, De la serie Desilusiones, 2012, 4.-Patricia Domínguez, Fotograma Los ojos serán lo último en pixelarse, 2016, 5.-Cholita Chic, Cholita Chic, 2014]

Me reuní con el curador y gestor Rodolfo Andaur, para explorar sus casi veinte años de carrera curatorial y reflexionar, en particular, acerca de los contenidos de su última publicación Territorios transformativos 2010-2020 (Editorial Gronefot, 2023). Andaur nos ofrece una mirada profunda sobre el viaje como herramienta para desbordar las fronteras tradicionales tanto del arte, como del pensamiento contemporáneo. Esta metodología lo ha llevado a recorrer y analizar un sinnúmero de geografías más allá de los centros urbanos y las narrativas oficiales. El viaje, el desbordamiento de fronteras, la revisión crítica de las narrativas negadas y las prácticas situadas se presentan como los ejes centrales de un proyecto curatorial-artístico y teórico, el cual ha abierto horizontes de pensamiento desde Atacama.
Rodolfo [R]: Para mí ha sido fundamental crear sistemas de pensamiento que luego dan forma a escritos y curadurías, además de la visita a ciertos archivos que desempeñan un papel crucial. Muchos de estos archivos no tienen relación con el campo del arte, sino más bien con aquellos que albergan análisis sociológicos, antropológicos, arqueológicos, biológicos e históricos.
De igual manera, la curaduría y el acto de recopilar archivos me llevaron a reflexionar sobre las historias que han sido sistemáticamente negadas al menos en los últimos dos siglos en Atacama. No es el territorio en sí mismo el que habla, sino las territorialidades: toda esa vasta información acompañada de relatos invisibilizados, las formas de aprender y hacer que las comunidades difunden, particularmente en territorios que han sido marcados por el conflicto, la usurpación y el etnocidio durante mucho tiempo. Quizá esto no se percibe con tanta claridad en lugares como las grandes metrópolis, pero aquí, en el norte de Chile, se siente con mucha intensidad. Me di cuenta de cómo el Estado actúa de forma colonial, de cómo se imponen formas, texturas y maneras de hablar; lo cual me llevó a repensar la noción de territorialidad. Esta territorialidad ha sido esencial para mi metodología y me ha permitido aplicarla en una variedad de proyectos curatoriales.
R: En mi opinión, nunca se ha tenido una conversación abierta en Chile acerca de la responsabilidad del Estado, por ejemplo, en la guerra con Perú y Bolivia, ni de las implicaciones de la guerra que esto ha tenido en el sistema educativo. Es por eso que me resultó muy interesante acercarme a los textos de Sergio González, y de otrxs historiadores críticxs que han sido invisibilizadxs, como Guillermo Billinghurst; historiadores peruanxs-chilenxs que hablaron y escribieron sobre estas problemáticas y, particularmente, sobre lo que ocurrió cuando Chile asumió el control del desierto de Atacama. Por otro lado, creo que la estrategia de Chile siempre fue utilizar la imposición por la fuerza como una herramienta eficaz y certera para “chilenizar” el desierto de manera compulsiva.
R: Desde 2007, especialmente cuando me tocó trabajar en la exposición Huellas civiles, que conmemoraba la masacre obrera de la Escuela Santa María de Iquique (1907), comencé a reflexionar sobre cómo entendía el concepto de territorio. Empecé a cuestionarme y tomar nota de que el territorio no sólo es algo físico, sino también una noción que se construye desde la visión de las comunidades, desde cómo un grupo de personas entiende su relación con el espacio en el que habitan. Pero, ¿qué sucede cuando dentro de esos espacios existen otras formas de pensar y vivir ese mismo territorio? A esta situación la llamo territorialidad.
La territorialidad se refiere a los modos de vida que emergen en ciertos espacios geográficos, y a cómo estos modos configuran la forma en que las personas se comunican, se visten, hablan y conservan sus tradiciones. Por eso, siempre he dicho que la territorialidad es lo más intangible del territorio. Es lo que ocurre dentro de la comunidad, y cómo ésta interactúa con la cultura no humana. Lo que ha ocurrido, especialmente en América Latina en los últimos años, es que hemos comenzado a reconocer, desde el campo del arte, que la territorialidad es un componente esencial para entender y desafiar las diferentes realidades que existen en un sin número de territorios.
R: Poder involucrarme profundamente con los lugares ha sido clave para mi trabajo: estudiar tanto el paisaje y geografía física, como las territorialidades que emergen en esos espacios. También, me interesa cómo se cruzan los imaginarios con la historia oficial, esas crónicas que se nos imponen con otras narrativas que nacen desde las comunidades populares, desde esa imaginería popular que muchas veces permanece silenciada. Lo que no es físico, lo inconmensurable que habita en los territorios, es fundamental. Estas prácticas, que sólo podemos comprender a la hora de estar en el lugar, nos invitan a reflexionar sobre qué tipo de pensamientos críticos podemos generar a partir de ellas. Y no se trata sólo de reflexionar, sino de cómo podemos formar parte de ese pensamiento, no sólo dentro del contexto del arte contemporáneo, sino con las comunidades. Esa es otra dimensión que trato de potenciar: que lxs artistas en residencias o proyectos vinculados a residencias tengan la oportunidad de conectar más estrechamente con un grupo social, con una comunidad, para entender que no todo se reduce a una pieza u obra de arte. También el acto de escuchar y compartir es crucial para generar un pensamiento crítico. Para mí, este proceso de intercambio y reflexión es esencial.
R: Muchas veces pienso que nací viajando. Tuve el privilegio de hacerlo desde muy joven. Mis antepasados son pampinos y, debido a la crisis del salitre, tuvieron que abandonar La Pampa. Sin embargo, como un acto conmemorativo, regresaban periódicamente, lo que para mí se convirtió en un ritual. Para mí, dentro de la territorialidad está la diáspora de mis antepasados. Fue muy significativo darme cuenta de cómo esa diáspora pampina se trasladó a Iquique y regresaba cada cierto tiempo a un lugar ya abandonado, cuyas casas en ruinas estaban repletas de objetos intactos, aunque cubiertos de chusca.
Para mí, el viaje es un ritual, no sólo un desplazamiento físico. Es un acto profundo, un momento que permite observar, conectar paisajes, temporalidades y situaciones que normalmente no veríamos en nuestra vida cotidiana y también implica la participación de un colectivo. Esta vasta información adquirida valida esta metodología de investigación territorial que me ha permitido realizar proyectos curatoriales y residencias en este país, y también en otros países como Canadá, Singapur, Irán, Turquía y Dinamarca, por mencionar algunos.
R: Para mí, la frontera representa un desborde. En estos desbordes, se mezclan diversas prácticas humanas y esto es especialmente evidente en situaciones como la llegada masiva de migrantes a distintos países tanto del norte como del sur de América. Este fenómeno no sólo ocurre en las fronteras internacionales, sino también dentro de los desbordes interiores que poseen muchos países. Muchos de estos desbordes son geográficos y también étnicos.
R: La mayoría de estos proyectos surgieron por invitación directa de algunxs artistas y colectivos, mientras que otros fueron impulsados por mi propio interés en explorar ciertas visualidades y relatos del trabajo de artes visuales in situ.
El propósito de reunir estos textos es presentar la revisión de un proceso que, a lo largo de más de una década, ha buscado difundir una visión que va más allá de la capital de Chile. En este contexto global, entendí que, para abordar los territorios y las territorialidades de una manera más compleja, era necesario considerar no sólo los conflictos étnicos, éticos y psicopolíticos, sino también los biológicos. La transformatividad, como concepto, contribuye a ofrecer una nueva perspectiva para comprender estos procesos y su impacto en las comunidades y sus territorios.
R: Surge en mi análisis reflexivo, cuando, desde el 2011, comencé varias largas estadías de investigación curatorial en Berlín. Ahí, me encontré con este concepto dentro del campo de la biología y la etnobotánica. En este sentido, Territorios transformativos 2010-2020 apuesta por la divulgación de un grupo de artistas que desarrollan prácticas transformativas, más allá de los tiempos y lógicas proyectuales.
La transformatividad es asumir que los procesos humanos y no humanos también forman parte del campo de investigación del arte y también son una manera de interrogar críticamente a las territorialidades. Es crucial visibilizar estas revisiones y destacar que constantemente se pueden hacer este tipo de lecturas descentradas. Aposté desde ese lugar, pensando que era de gran interés para el contexto de lo que ha vivido Chile en el último tiempo. De hecho, el libro remata con el aniversario número uno de la revuelta social del 2019.
R: Sí, era fundamental crear un espacio reflexivo sobre lo que vivió Chile en un periodo tan complejo. No sólo por la revuelta, sino también por la pandemia y por la forma en que el Estado reprimió, a través de ello, las demandas sociales. Este texto busca capturar un estado emocional de la territorialidad, no sólo en términos de espacio físico, sino también de las tensiones en diferentes lugares de Chile. Fue crucial para mí constatar que no estábamos ante un simple "estallido social", como se le llamó, sino que se trataba de una revuelta con impulsos claros, impulsos políticos que definían su carácter.
Por eso creo que la transformatividad invita a una reflexión profunda sobre lo que hemos negado como sociedad. También sobre cómo el mundo del arte, que a menudo se ve como privilegiado, ha fallado en reconocer estas realidades sociales y cosmogónicas no hegemónicas. Ya sabemos que muchos proyectos artísticos instrumentalizan los dramas sociales sin ofrecer una reflexión y un análisis profundo. Por eso, elegí examinar estos proyectos, porque considero que los más relevantes, por ejemplo, para entender la revuelta, son aquellos que no sólo buscan retratar los hechos políticos, sino que también aquellos que implican proponer una reflexión social.
[Imágenes cortesía de Rodolfo Andaur: 1.-Marcos Zegers, De la serie Infraestructuras del desierto 2015-2019, 2.-Nicolás Grum, Instalación El gran pacto de Chile, 2014, 3.-Fabián España, De la serie Desilusiones, 2012, 4.-Patricia Domínguez, Fotograma Los ojos serán lo último en pixelarse, 2016, 5.-Cholita Chic, Cholita Chic, 2014]



