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Descentrar el nombre, sembrar territorios
danie valencia sepúlveda
Brasil
2025.08.26
Tiempo de lectura: 7 minutos

El pasado mes de abril nuestrx editrx en jefe: danie valencia sepúlveda, estuvo en Inhotim para asistir a la reinauguración de la galería Claudia Andujar, un momento propicio para seguir sosteniendo las preguntas que nos permiten defender la disputa por los espacios, el rechazo a la representatividad y, de forma radical, apostar a la rearticulación institucional.

Renombrar no es un gesto menor. Cuando en abril el instituto Inhotim [Brumadinho, Minas Gerais, Brasil] reinauguró la Galería Claudia Andujar como Maxita Yano –casa de tierra, según la traducción del portugués al español–, no celebraba sólo una década de existencia del espacio, sino que desplazaba el eje de atención: del nombre individual al territorio colectivo. La exposición homónima, curada por Beatriz Lemus, y con acompañamiento curatorial de Varusa, encarna esa transformación. En lugar de orbitar la figura de la fotógrafa suiza, articula un diálogo entre su obra histórica y la producción de 22 artistas indígenas del sur de nuestramérica. El resultado es un laboratorio vivo en el que el arte, espiritualidad, territorio y política se entretejen desde perspectivas propias. 

Lejos de replicar el guión que exotiza, el montaje parte de un gesto político: usar la obra de Andujar como bisagra para resignificar lo que hasta hace poco menos de cuarenta años, el museo catalogaba como “artefacto indígena” o “artesanía”. Entre lxs artistas convocadxs se encuentran: Elvira Espejo (BO), Denilson Baniwa (AM), Uýra (AM), Edgar Kanaykõ Xakriabá (MG) , Graciela Guarani (MS), Pulo Desana (AM), Alexandre Pankararu (PE), Olinda Silvano (PE), David Díaz Gonzales (PE), Julieth Morales (COL), Tiniá Pankaru Guarani (PE), Tayná Uràz (RJ), Lanto’oy’ Unruh (PY) y la propia Hutukara Associaçao Yanomami (HAY).

 

Blancos que no son lienzos sino aliados: Claudia Andujar, arte-militancia 

 

Claudia Andujar nació en Suiza en 1931; marcada por la guerra y el desplazamiento, huyó a Estados Unidos tras la exterminación de su familia judía a manos del nazismo y en 1955, se instaló en Brasil. Allí se convirtió en una de las fotoperiodistas más influyentes de su generación. El encuentro con el pueblo Yanomami en 1977 cambió el curso de su carrera: cofundó el Comité para la Creación del Parque Yanomami y utilizó su cámara como herramienta de resistencia frente a las amenazas extractivistas y la violencia estatal. 

El primer núcleo de Maxita Yano nos recibe con la serie Rio Negro (1970-71), compuesta por planos cenitales de la Amazonia. Aunque su obra corre el riesgo de ser reducida a documentación etnográfica, estas imágenes fueron prueba y argumento contra la persecución política y el racismo antiindígena de la dictadura brasileña —un racismo que, como humedad institucional, sigue filtrándose aún hoy en día. 

Disputar la mirada

La historia del arte occidental ha sostenido una distinción racista entre “artesanía” y “arte” que todavía persiste en museos y discursos académicos. Bajo esa lógica, la fotografía indígena es aceptada como documento, pero rara vez como producción estética autónoma. Beatriz Lemus lo plantea así: “Nuestro trabajo fue potencializar y contextualizar la obra de Andujar”. 

Este ejercicio se hace tangible en el contrapunto entre los planos cenitales de Andujar y las imágenes de Uýra, donde la figura humana se disuelve entre texturas vegetales y pigmentos corporales. Aquí no hay “performance” para el lente externo, sino un fragmento de la cosmovisión amazónica fijado en el soporte fotográfico. Similar es la potencia de Elvira Espejo Ayca, cuyas composiciones y narrativas visuales dialogan con la memoria de los Andes desde la propia materialidad de los territorios; o la de Edgar Kanaykõ Xakriabá, quien entrelaza denuncia política y ceremonia en sus imágenes, desafiando la separación moderna entre documento y ritual.

Cada núcleo temático es una respuesta a la pregunta de qué sucede cuando las narrativas visuales indígenas dejan de ser “objeto” para convertirse en interlocutoras que reescriben la historia del arte desde adentro.

 

Notas abiertas

El renombramiento de la galería no clausura un ciclo: lo abre. En Inhotim, una de las instituciones artísticas más grandes en nuestra región, el gesto de Maxita Yano ensaya la posibilidad de institucionalizar un sueño colectivo sin asimilarlo. Pero la pregunta persiste: ¿puede la “casa de tierra” mantener su suelo fértil cuando está rodeada por el pavimento global del arte contemporáneo?

La exposición estará abierta los próximos meses y la programación pública vinculada podrá consultarse en su sitio web.





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Renombrar no es un gesto menor. Cuando en abril el instituto Inhotim [Brumadinho, Minas Gerais, Brasil] reinauguró la Galería Claudia Andujar como Maxita Yano –casa de tierra, según la traducción del portugués al español–, no celebraba sólo una década de existencia del espacio, sino que desplazaba el eje de atención: del nombre individual al territorio colectivo. La exposición homónima, curada por Beatriz Lemus, y con acompañamiento curatorial de Varusa, encarna esa transformación. En lugar de orbitar la figura de la fotógrafa suiza, articula un diálogo entre su obra histórica y la producción de 22 artistas indígenas del sur de nuestramérica. El resultado es un laboratorio vivo en el que el arte, espiritualidad, territorio y política se entretejen desde perspectivas propias. 

Lejos de replicar el guión que exotiza, el montaje parte de un gesto político: usar la obra de Andujar como bisagra para resignificar lo que hasta hace poco menos de cuarenta años, el museo catalogaba como “artefacto indígena” o “artesanía”. Entre lxs artistas convocadxs se encuentran: Elvira Espejo (BO), Denilson Baniwa (AM), Uýra (AM), Edgar Kanaykõ Xakriabá (MG) , Graciela Guarani (MS), Pulo Desana (AM), Alexandre Pankararu (PE), Olinda Silvano (PE), David Díaz Gonzales (PE), Julieth Morales (COL), Tiniá Pankaru Guarani (PE), Tayná Uràz (RJ), Lanto’oy’ Unruh (PY) y la propia Hutukara Associaçao Yanomami (HAY).

 

Blancos que no son lienzos sino aliados: Claudia Andujar, arte-militancia 

 

Claudia Andujar nació en Suiza en 1931; marcada por la guerra y el desplazamiento, huyó a Estados Unidos tras la exterminación de su familia judía a manos del nazismo y en 1955, se instaló en Brasil. Allí se convirtió en una de las fotoperiodistas más influyentes de su generación. El encuentro con el pueblo Yanomami en 1977 cambió el curso de su carrera: cofundó el Comité para la Creación del Parque Yanomami y utilizó su cámara como herramienta de resistencia frente a las amenazas extractivistas y la violencia estatal. 

El primer núcleo de Maxita Yano nos recibe con la serie Rio Negro (1970-71), compuesta por planos cenitales de la Amazonia. Aunque su obra corre el riesgo de ser reducida a documentación etnográfica, estas imágenes fueron prueba y argumento contra la persecución política y el racismo antiindígena de la dictadura brasileña —un racismo que, como humedad institucional, sigue filtrándose aún hoy en día. 

Disputar la mirada

La historia del arte occidental ha sostenido una distinción racista entre “artesanía” y “arte” que todavía persiste en museos y discursos académicos. Bajo esa lógica, la fotografía indígena es aceptada como documento, pero rara vez como producción estética autónoma. Beatriz Lemus lo plantea así: “Nuestro trabajo fue potencializar y contextualizar la obra de Andujar”. 

Este ejercicio se hace tangible en el contrapunto entre los planos cenitales de Andujar y las imágenes de Uýra, donde la figura humana se disuelve entre texturas vegetales y pigmentos corporales. Aquí no hay “performance” para el lente externo, sino un fragmento de la cosmovisión amazónica fijado en el soporte fotográfico. Similar es la potencia de Elvira Espejo Ayca, cuyas composiciones y narrativas visuales dialogan con la memoria de los Andes desde la propia materialidad de los territorios; o la de Edgar Kanaykõ Xakriabá, quien entrelaza denuncia política y ceremonia en sus imágenes, desafiando la separación moderna entre documento y ritual.

Cada núcleo temático es una respuesta a la pregunta de qué sucede cuando las narrativas visuales indígenas dejan de ser “objeto” para convertirse en interlocutoras que reescriben la historia del arte desde adentro.

 

Notas abiertas

El renombramiento de la galería no clausura un ciclo: lo abre. En Inhotim, una de las instituciones artísticas más grandes en nuestra región, el gesto de Maxita Yano ensaya la posibilidad de institucionalizar un sueño colectivo sin asimilarlo. Pero la pregunta persiste: ¿puede la “casa de tierra” mantener su suelo fértil cuando está rodeada por el pavimento global del arte contemporáneo?

La exposición estará abierta los próximos meses y la programación pública vinculada podrá consultarse en su sitio web.