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La improbabilidad es siempre una opción
Camila Marambio
Jamaica
2025.05.27
Tiempo de lectura: 23 minutos

En colaboración con el Current IV Caribe: "Otras montañas, las que andan sueltas bajo el agua" programa curado por Yina Jimenez Suriel para el TBA21, Camila Marambio escribe esta crónica sobre el último encuentro en Portland, Jamaica; "repetición, variabilidad, memoria, redacción, reparación y restauración".

 

Lo que sigue es una constelación de memorias, afectos y aprendizajes entretejidos durante mi participación en Convening #2 (2025), un encuentro de arte y relacionalidad en Jamaica, curado por Yina Jiménez Suriel. Escribo desde un lugar de conmoción y parcialidad, consciente de los límites de mi mirada, de las asimetrías que habitan nuestras relaciones y de la invitación a sostener la complejidad sin apresurar su resolución.

 Día 0: Jueves, 9 de enero

Movimiento transcaribeño

Viaje y llegada

Después de comer una gelatina fría y un par de jobos maduros frente al aeropuerto de Kingston, Denis nos lleva por carreteras secundarias. Dancehall en la radio. La noche se pliega. La carretera serpentea. En algún lugar, bungalós con olor a detergente.

Llegamos a Port Antonio en la costa norte de la isla, justo a las afueras del pueblo; sobre la bahía tranquila que acuna la Alligator Head Foundation. Aquí comienza la historia de dos pájaros carpinteros de cabeza roja, una bailarina, una pequeña gigante, el fuego, la poesía, la comida compartida, el machete.

Las fracturas del Caribe no son tectónicas. No son oceánicas. Son coloniales. Puntos de presión en los huesos de las islas. Deudas pendientes acumulando intereses. Corren en venas como ríos bajo la piel de las cuerpas, territorio en que se filtra sabor, color, síncopa.

La desorientación es estrategia. Perderse un poco. No me mires a menos que yo te llame. La montaña revuelve suavemente las entrañas.

Logística. Visas. Desayuno jamaiquino. La villa. La corriente. Improvisación. Siempre improvisación.

Al otro lado de la carretera, manglares tejidos con fuerza. Conversaciones que no terminan. El reloj marca con cuidado, sin apuro. En mi cuaderno se lee: c u i d o = t i e m p o.

Code-switch. ¿Es posible descolonizar? ¿Saltar por encima de la fragmentación colonial? La libertad es músculo y aliento. Se levanta del bushfood, de raíces que rehúsan enderezarse, del movimiento sin permiso, de una forma de vida que compensa lo que ha sido tomado y sigue siendo tomado.

“La independencia de Jamaica llegó en 1962”, dice un nuevo amigo, mientras compartimos jerk chicken, ackee, ñames, y luego un baño en Winnifred Beach —una de las pocas playas aún accesibles para todxs—, la mayoría escondida tras portones de acceso pagado.

Aquí no hay McDonald’s. No hay Burger King. El alivio sabe a jengibre fresco y brisa salada.

¿Qué es la liberación?

No es urbanización. No son resorts de cinco estrellas. Aquí me preguntan: “¿Porto Rico… es Estados Unidos?”

Aire tibio. Autobuses públicos. Manglares como dreadlocks susurran que el futuro es una trenza de hilos salados. Pido permiso. Pido guía.

Blessings, ja man. One love. Los idiomas se superponen. Los detalles se escapan y regresan.

Allspice. Nuez moscada. No quiero imperios. Existe un afuera. Tal vez sea esto.

Zapatos mojados. Bacalao pesado. Todxs firman. Nada de agua de coco embotellada.

Me llaman Whitey. Lo dejo entrar. Camino en silencio, marcando el compás. Presente para atestiguar.

Día 1: viernes, 10 de enero

Montañas Azules y John Crow

Grupo de investigación cerrado

Mi título para el día: Honrar lo archipelágico.

“Todo lo que nos rodea estuvo, alguna vez, bajo el océano”, nos recuerda Monique Johnson.

Ella nos invita a viajar en el tiempo hacia los orígenes geológicos de las Montañas Azules y John Crow de Jamaica, guiándonos por el paso Cunha Cunha, un sendero de ocho kilómetros que conecta el Valle del Río Grande, en Portland, con Hayfield, en Saint Thomas.

He escrito antes sobre la geosemiosis de Monique: su inteligencia geológica, expresada con ternura, a través de los movimientos profundos de subducción oceánica, placas migratorias, magma ascendente empujando la piel de la tierra, lavas almohadilladas, las presiones y las compresiones que dieron origen al borde caribeño —un poema inspirado en su lenguaje eruptivo aparece en mi crónica del Convening #1.

Repetición, variabilidad, memoria, redacción, reparación y restauración: son las piezas móviles de la improvisación que tiene lugar durante el Convening #2. Soy una recurrencia; naturalmente, gravito hacia la corriente.

Hace ciento cuarenta millones de años, los caracoles terrestres habrían evolucionado de organismos marinos que se encontraron en tierra firme tras un evento de extinción masiva, quizás desencadenado por una erupción volcánica o un terremoto. Luego llegaron las plantas con flores. La etnobotánica —el estudio de cómo co-evolucionan plantas y personas— amplía el enfoque para mostrar este largo arco de entrelazamientos. Las Montañas Azules y John Crow hablan de resiliencia, de un espíritu que no se rinde, sino que se vuelve endémico, nativo, específico de un lugar. Esta supervivencia biocultural se convierte en una práctica de conocimiento que no se centra en la utilidad de las plantas, sino en cómo son percibidas. “Las plantas tienen relaciones con los espíritus”, dice Ina Vanderbroek, acompañada por su maestro y compañero, el agricultor cimarrón Jason West.

Dos hojas secas caen de entre las páginas de mi cuaderno; intento recordar el nombre de la planta de la cual las coseché y reconozco que nombrar también puede ser un acto colonial. Algunas plantas se esconden cuando las llaman por nombres impuestos. La categorización y la funcionalidad suelen oscurecer la reverencia y el respeto relacional.

Las plantas son importantes para las personas.

Ina ha estudiado patrones de sistemas de conocimiento tradicional en todo el Caribe, siguiendo las migraciones diaspóricas de las plantas. Todo está conectado: las cimas de las montañas con los fondos oceánicos, el bosque con el mar. En la cima del paso Cunha Cunha estamos lejos de la contaminación urbana. El bush, como se le llama en Jamaica, es vigoroso y está lleno de vida. Durante la esclavitud y en las dificultades continuas de la vida rural, el bush ofreció refugio, alimento, medicina, enseñanzas sagradas y secreto. Raíces silvestres, enredaderas que se aferran, callaloo, search-me-heart.

Estas enseñanzas, impregnadas de sabiduría psicoespiritual y organización social matriarcal, se convirtieron en un currículo vivo, un proceso continuo de liberación. “La esclavización forzada de pueblos indígenas y luego de africanos, traídos ilegalmente al Caribe, creó un clan de guerrerxs guerrillerxs que nunca fueron conquistadxs: lxs cimarrones”, dice Maurice Lee, fundador de Kromanti Experience. Su trabajo reconecta a personas de la diáspora africana con su herencia, más allá del lente narrativo de la esclavitud. La combinación del conocimiento indígena del territorio con las estrategias guerreras africanas dio lugar a lxs primerxs estudiantes cimarrones, maestrxs del camuflaje en comunión con las colinas. “El cimarronaje no es un momento histórico, sino una forma de vida que crece desde la relacionalidad, la reciprocidad y la lucha. El paso Cunha Cunha se transformó no sólo en un sendero, sino en un movimiento de libertad”.

Caminamos entre nubes que abrazan los árboles. El bush huele dulce y ácido a la vez. Nos cansamos; el camino es más largo de lo esperado. En silencio, agradezco la libación —asegura nuestro regreso seguro. Antes del último tramo de resistencia silenciosa, O’Neil Lawrence se detiene para mostrarnos pinturas coloniales de las Montañas John Crow, donde artistas europexs intentaron domesticar lo salvaje con representaciones ordenadas. Lxs artistas contemporánexs, explica, se relacionan de otro modo. La montaña no es una posesión, sino un ser con alma, capaz de dialogar. "El bush tiene oídos". En comunión, dejo una parte de mí atrás. Esta poética relacional es lo opuesto al mapeo: son cuerpos que interactúan, sin que uno extraiga del otro.

Esa noche, duermo profundamente, sabiendo que un pedazo de mí vivirá por siempre en las Montañas Azules y John Crow.

 Día 2: sábado, 11 de enero

Fundación Alligator Head, Port Antonio, Portland

Todas las actividades son gratuitas y abiertas al público de todas las edades

 Yina Jiménez abre el festival con una invitación que se siente tanto cálida como desafiante:

“Gracias por aceptar la invitación a estar aquí y a hacer juntas y juntos —y en ese 'hacer' incluyo pensar, sentarse, conversar, relajarse, incomodarse, saborear, nadar, moverse”.

Explica que este festival es parte de The Current IV, un programa enfocado en el Caribe que lidera a través del proyecto de investigación otras montañas, las que andan sueltas bajo el agua. The Current es un programa central de TBA21-Academy, que apoya investigaciones curatoriales y artísticas a largo plazo mediante tres hitos: primero, el trabajo colectivo interno (Flotations); segundo, encuentros públicos en formato de festivales llamados Convenings; y tercero, una exposición de obras comisionadas a Tessa Mars y Nadia Huggins.

Pregunta: “¿Cuáles son las ideas que componen The Current IV?” Y luego se responde a sí misma con claridad y humildad:

Queremos contribuir a los procesos emancipatorios contemporáneos en la región, fortaleciendo la relación con el océano, un espacio material y conceptual que trasciende las estructuras binarias y rígidas impuestas sobre nosotras. Buscamos posicionar una perspectiva oceánica del Caribe, en lugar de una mirada determinista centrada sólo en la tierra. Esto nos lleva a otro objetivo: identificar y aprender de las estrategias estéticas vinculadas al cimarronaje, como la improvisación. A través de las reconfiguraciones locales de la improvisación practicadas en las montañas sobre el nivel del mar, tal vez podamos acercarnos a habitar las montañas sumergidas bajo el Mar Caribe —esos paisajes que se mueven constantemente, como el propio océano. Hoy, ensayaremos la improvisación entre el agua y la tierra. Estoy profundamente agradecida a Yewande por asumir este desafío y crear este momento.

 

9:30 am – 11:30 am 

Taller de movimiento: escuchar con el cuerpo

El taller se desarrolla con ternura. Percibo los nervios de Yewande, pero también su apertura. En un momento, nos colocamos chalecos salvavidas y caminamos hacia el muelle. Ella nos pide tararear —un acto simple de vibración que nos ancla en la respiración y el cuerpo. Nos sumergimos en el agua, donde empieza la flotación. En el fondo fangoso de la bahía, la textura me resulta familiar. En Borikén, lo llamamos babote: turba de manglar, materia en lenta descomposición que alimenta las raíces. Siento su oscuridad rodeando mi piel clara y recuerdo que las comunidades cimarronas en Puerto Rico, como en Loíza y El Caño Martín Peña, encontraron refugio entre los manglares. Sus raíces retorcidas y su olor sulfuroso ofrecían protección contra quienes les perseguían. Aquí, el secreto se convirtió en supervivencia y la improvisación en liberación.

La voz de Yewande nos recuerda: “No te muevas hacia el dolor o la lesión. Apóyate en el sonido. Extiende la energía”.

El cimarronaje implicaba movimiento constante: cocinar con el mínimo de humo, machacar cacao en tabletas para el viaje, ocultar prácticas agrícolas. Esta inventiva sigue viva hoy en quienes resisten las imposiciones coloniales. Lxs cimarrones no eran simplemente esclavxs fugitivxs; eran estrategas de supervivencia, herederxs de prácticas indígenas de evasión. Antes de que los pueblos africanos fuesen esclavizados, los pueblos taínos en todo el Caribe ya sabían cómo desaparecer en el paisaje. Sus dietas, mayormente basadas en plantas y métodos de cocción con poco humo (como los hornos subterráneos para jerk meats), nacieron de la necesidad y del ingenio. Stush in the Bush, el colectivo vegano que nos alimenta durante el festival, llama a esto “tierra ancestral”.

4:10 pm–5:00 pm 

Mesa redonda

Moderada por Yina Jiménez Suriel, la artista Oneika Russell y el curador O’Neil Lawrence discuten la tensa relación del Caribe con el océano. Hablan, no en abstracto, sino desde la experiencia vivida: miedo, belleza, desplazamiento y acceso.

“Yo vivo donde tú vienes de vacaciones”, dice Oneika; una frase que atraviesa la fantasía turística para revelar tensiones profundas.

Su conversación resuena con los temas de la Bienal de Kingston 2024, curada por Ashley James y O’Neil Lawrence. En este evento, las acuarelas de Oneika presentan lo que ella llama una meditación pseudo-científica sobre futuros en los que las islas permanecen deliberadamente “subdesarrolladas,” fuera de la lógica de la extracción y la propiedad.

Para invertir el guión de la inmediatez capitalista, el arte de Oneika, la visión curatorial de O’Neil y las preguntas de Yina respiran resistencia emocional. El perfilamiento racial determina quiénes pueden acceder a las playas. La supuesta libertad de la costa está cercada por clase y color. El trabajo de Oneika se convierte en una invitación a imaginar la creación de lugar como un acto para reclamar presencia, para tejer memorias antes de que el océano se pierda.

Camino nuevamente hacia el agua antes de regresar al círculo de escucha con Nohora Arrieta Fernández y Annie Paul.

5:00 pm–6:30 pm 

Esconderse a plena vista: estrategias de cimarronaje

La conversación entre Nohora y Annie —parte poesía, parte diálogo— se convierte en un clímax sereno. Invocan el concepto de tidalectics, de Kamau Brathwaite: la comprensión de que la unidad caribeña es submarina, fluyendo por debajo de lo visible.

Annie nos recuerda que aún no nos hemos comprometido plenamente con las formas de conocimiento de Brathwaite —su atención a los pequeños movimientos cotidianos, su incomodidad con los paradigmas heredados. Él recurrió al jazz y al steelpan, encontrando un lenguaje para el pensamiento fugitivo en la síncopa y la improvisación. Sus experimentos tipográficos —lo que Annie llama “terrorismo tipográfico”— se negaron a ser domesticados por editoriales coloniales.

El acompañamiento musical de Junior Wedderburn desplaza la conversación hacia el quilombismo: la filosofía de las comunidades quilombolas en Brasil, donde la vida colectiva prima sobre el individualismo. “El poema nos llama a juntarnos”, dice Nohora, leyendo Ignota Ternura de Ana Victoria Padilla Onatra. El poema escucha y mira; se mueve en opacidad.

La opacidad, un derecho reclamado por el poeta martiniqueño Édouard Glissant, resiste la legibilidad forzada. Lxs cimarrones borraban sus huellas para no ser perseguidxs. La mancha de tinta negra en los cómics de Marcelo D’Salete embosca la página.

En la presentación final, Lo que escondo con mi lenguaje, mi cuerpo lo revela, Yewande canaliza la síncopa y el vuelo. Crece, gira, pulsa; vestida como una reina. Se convierte en el mundo y lo rehace. La historia comienza de nuevo. El tambor de Philip Ambolele Henry llama, el cuerpo responde. Ahora es el simbioceno.

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Lo que sigue es una constelación de memorias, afectos y aprendizajes entretejidos durante mi participación en Convening #2 (2025), un encuentro de arte y relacionalidad en Jamaica, curado por Yina Jiménez Suriel. Escribo desde un lugar de conmoción y parcialidad, consciente de los límites de mi mirada, de las asimetrías que habitan nuestras relaciones y de la invitación a sostener la complejidad sin apresurar su resolución.

 Día 0: Jueves, 9 de enero

Movimiento transcaribeño

Viaje y llegada

Después de comer una gelatina fría y un par de jobos maduros frente al aeropuerto de Kingston, Denis nos lleva por carreteras secundarias. Dancehall en la radio. La noche se pliega. La carretera serpentea. En algún lugar, bungalós con olor a detergente.

Llegamos a Port Antonio en la costa norte de la isla, justo a las afueras del pueblo; sobre la bahía tranquila que acuna la Alligator Head Foundation. Aquí comienza la historia de dos pájaros carpinteros de cabeza roja, una bailarina, una pequeña gigante, el fuego, la poesía, la comida compartida, el machete.

Las fracturas del Caribe no son tectónicas. No son oceánicas. Son coloniales. Puntos de presión en los huesos de las islas. Deudas pendientes acumulando intereses. Corren en venas como ríos bajo la piel de las cuerpas, territorio en que se filtra sabor, color, síncopa.

La desorientación es estrategia. Perderse un poco. No me mires a menos que yo te llame. La montaña revuelve suavemente las entrañas.

Logística. Visas. Desayuno jamaiquino. La villa. La corriente. Improvisación. Siempre improvisación.

Al otro lado de la carretera, manglares tejidos con fuerza. Conversaciones que no terminan. El reloj marca con cuidado, sin apuro. En mi cuaderno se lee: c u i d o = t i e m p o.

Code-switch. ¿Es posible descolonizar? ¿Saltar por encima de la fragmentación colonial? La libertad es músculo y aliento. Se levanta del bushfood, de raíces que rehúsan enderezarse, del movimiento sin permiso, de una forma de vida que compensa lo que ha sido tomado y sigue siendo tomado.

“La independencia de Jamaica llegó en 1962”, dice un nuevo amigo, mientras compartimos jerk chicken, ackee, ñames, y luego un baño en Winnifred Beach —una de las pocas playas aún accesibles para todxs—, la mayoría escondida tras portones de acceso pagado.

Aquí no hay McDonald’s. No hay Burger King. El alivio sabe a jengibre fresco y brisa salada.

¿Qué es la liberación?

No es urbanización. No son resorts de cinco estrellas. Aquí me preguntan: “¿Porto Rico… es Estados Unidos?”

Aire tibio. Autobuses públicos. Manglares como dreadlocks susurran que el futuro es una trenza de hilos salados. Pido permiso. Pido guía.

Blessings, ja man. One love. Los idiomas se superponen. Los detalles se escapan y regresan.

Allspice. Nuez moscada. No quiero imperios. Existe un afuera. Tal vez sea esto.

Zapatos mojados. Bacalao pesado. Todxs firman. Nada de agua de coco embotellada.

Me llaman Whitey. Lo dejo entrar. Camino en silencio, marcando el compás. Presente para atestiguar.

Día 1: viernes, 10 de enero

Montañas Azules y John Crow

Grupo de investigación cerrado

Mi título para el día: Honrar lo archipelágico.

“Todo lo que nos rodea estuvo, alguna vez, bajo el océano”, nos recuerda Monique Johnson.

Ella nos invita a viajar en el tiempo hacia los orígenes geológicos de las Montañas Azules y John Crow de Jamaica, guiándonos por el paso Cunha Cunha, un sendero de ocho kilómetros que conecta el Valle del Río Grande, en Portland, con Hayfield, en Saint Thomas.

He escrito antes sobre la geosemiosis de Monique: su inteligencia geológica, expresada con ternura, a través de los movimientos profundos de subducción oceánica, placas migratorias, magma ascendente empujando la piel de la tierra, lavas almohadilladas, las presiones y las compresiones que dieron origen al borde caribeño —un poema inspirado en su lenguaje eruptivo aparece en mi crónica del Convening #1.

Repetición, variabilidad, memoria, redacción, reparación y restauración: son las piezas móviles de la improvisación que tiene lugar durante el Convening #2. Soy una recurrencia; naturalmente, gravito hacia la corriente.

Hace ciento cuarenta millones de años, los caracoles terrestres habrían evolucionado de organismos marinos que se encontraron en tierra firme tras un evento de extinción masiva, quizás desencadenado por una erupción volcánica o un terremoto. Luego llegaron las plantas con flores. La etnobotánica —el estudio de cómo co-evolucionan plantas y personas— amplía el enfoque para mostrar este largo arco de entrelazamientos. Las Montañas Azules y John Crow hablan de resiliencia, de un espíritu que no se rinde, sino que se vuelve endémico, nativo, específico de un lugar. Esta supervivencia biocultural se convierte en una práctica de conocimiento que no se centra en la utilidad de las plantas, sino en cómo son percibidas. “Las plantas tienen relaciones con los espíritus”, dice Ina Vanderbroek, acompañada por su maestro y compañero, el agricultor cimarrón Jason West.

Dos hojas secas caen de entre las páginas de mi cuaderno; intento recordar el nombre de la planta de la cual las coseché y reconozco que nombrar también puede ser un acto colonial. Algunas plantas se esconden cuando las llaman por nombres impuestos. La categorización y la funcionalidad suelen oscurecer la reverencia y el respeto relacional.

Las plantas son importantes para las personas.

Ina ha estudiado patrones de sistemas de conocimiento tradicional en todo el Caribe, siguiendo las migraciones diaspóricas de las plantas. Todo está conectado: las cimas de las montañas con los fondos oceánicos, el bosque con el mar. En la cima del paso Cunha Cunha estamos lejos de la contaminación urbana. El bush, como se le llama en Jamaica, es vigoroso y está lleno de vida. Durante la esclavitud y en las dificultades continuas de la vida rural, el bush ofreció refugio, alimento, medicina, enseñanzas sagradas y secreto. Raíces silvestres, enredaderas que se aferran, callaloo, search-me-heart.

Estas enseñanzas, impregnadas de sabiduría psicoespiritual y organización social matriarcal, se convirtieron en un currículo vivo, un proceso continuo de liberación. “La esclavización forzada de pueblos indígenas y luego de africanos, traídos ilegalmente al Caribe, creó un clan de guerrerxs guerrillerxs que nunca fueron conquistadxs: lxs cimarrones”, dice Maurice Lee, fundador de Kromanti Experience. Su trabajo reconecta a personas de la diáspora africana con su herencia, más allá del lente narrativo de la esclavitud. La combinación del conocimiento indígena del territorio con las estrategias guerreras africanas dio lugar a lxs primerxs estudiantes cimarrones, maestrxs del camuflaje en comunión con las colinas. “El cimarronaje no es un momento histórico, sino una forma de vida que crece desde la relacionalidad, la reciprocidad y la lucha. El paso Cunha Cunha se transformó no sólo en un sendero, sino en un movimiento de libertad”.

Caminamos entre nubes que abrazan los árboles. El bush huele dulce y ácido a la vez. Nos cansamos; el camino es más largo de lo esperado. En silencio, agradezco la libación —asegura nuestro regreso seguro. Antes del último tramo de resistencia silenciosa, O’Neil Lawrence se detiene para mostrarnos pinturas coloniales de las Montañas John Crow, donde artistas europexs intentaron domesticar lo salvaje con representaciones ordenadas. Lxs artistas contemporánexs, explica, se relacionan de otro modo. La montaña no es una posesión, sino un ser con alma, capaz de dialogar. "El bush tiene oídos". En comunión, dejo una parte de mí atrás. Esta poética relacional es lo opuesto al mapeo: son cuerpos que interactúan, sin que uno extraiga del otro.

Esa noche, duermo profundamente, sabiendo que un pedazo de mí vivirá por siempre en las Montañas Azules y John Crow.

 Día 2: sábado, 11 de enero

Fundación Alligator Head, Port Antonio, Portland

Todas las actividades son gratuitas y abiertas al público de todas las edades

 Yina Jiménez abre el festival con una invitación que se siente tanto cálida como desafiante:

“Gracias por aceptar la invitación a estar aquí y a hacer juntas y juntos —y en ese 'hacer' incluyo pensar, sentarse, conversar, relajarse, incomodarse, saborear, nadar, moverse”.

Explica que este festival es parte de The Current IV, un programa enfocado en el Caribe que lidera a través del proyecto de investigación otras montañas, las que andan sueltas bajo el agua. The Current es un programa central de TBA21-Academy, que apoya investigaciones curatoriales y artísticas a largo plazo mediante tres hitos: primero, el trabajo colectivo interno (Flotations); segundo, encuentros públicos en formato de festivales llamados Convenings; y tercero, una exposición de obras comisionadas a Tessa Mars y Nadia Huggins.

Pregunta: “¿Cuáles son las ideas que componen The Current IV?” Y luego se responde a sí misma con claridad y humildad:

Queremos contribuir a los procesos emancipatorios contemporáneos en la región, fortaleciendo la relación con el océano, un espacio material y conceptual que trasciende las estructuras binarias y rígidas impuestas sobre nosotras. Buscamos posicionar una perspectiva oceánica del Caribe, en lugar de una mirada determinista centrada sólo en la tierra. Esto nos lleva a otro objetivo: identificar y aprender de las estrategias estéticas vinculadas al cimarronaje, como la improvisación. A través de las reconfiguraciones locales de la improvisación practicadas en las montañas sobre el nivel del mar, tal vez podamos acercarnos a habitar las montañas sumergidas bajo el Mar Caribe —esos paisajes que se mueven constantemente, como el propio océano. Hoy, ensayaremos la improvisación entre el agua y la tierra. Estoy profundamente agradecida a Yewande por asumir este desafío y crear este momento.

 

9:30 am – 11:30 am 

Taller de movimiento: escuchar con el cuerpo

El taller se desarrolla con ternura. Percibo los nervios de Yewande, pero también su apertura. En un momento, nos colocamos chalecos salvavidas y caminamos hacia el muelle. Ella nos pide tararear —un acto simple de vibración que nos ancla en la respiración y el cuerpo. Nos sumergimos en el agua, donde empieza la flotación. En el fondo fangoso de la bahía, la textura me resulta familiar. En Borikén, lo llamamos babote: turba de manglar, materia en lenta descomposición que alimenta las raíces. Siento su oscuridad rodeando mi piel clara y recuerdo que las comunidades cimarronas en Puerto Rico, como en Loíza y El Caño Martín Peña, encontraron refugio entre los manglares. Sus raíces retorcidas y su olor sulfuroso ofrecían protección contra quienes les perseguían. Aquí, el secreto se convirtió en supervivencia y la improvisación en liberación.

La voz de Yewande nos recuerda: “No te muevas hacia el dolor o la lesión. Apóyate en el sonido. Extiende la energía”.

El cimarronaje implicaba movimiento constante: cocinar con el mínimo de humo, machacar cacao en tabletas para el viaje, ocultar prácticas agrícolas. Esta inventiva sigue viva hoy en quienes resisten las imposiciones coloniales. Lxs cimarrones no eran simplemente esclavxs fugitivxs; eran estrategas de supervivencia, herederxs de prácticas indígenas de evasión. Antes de que los pueblos africanos fuesen esclavizados, los pueblos taínos en todo el Caribe ya sabían cómo desaparecer en el paisaje. Sus dietas, mayormente basadas en plantas y métodos de cocción con poco humo (como los hornos subterráneos para jerk meats), nacieron de la necesidad y del ingenio. Stush in the Bush, el colectivo vegano que nos alimenta durante el festival, llama a esto “tierra ancestral”.

4:10 pm–5:00 pm 

Mesa redonda

Moderada por Yina Jiménez Suriel, la artista Oneika Russell y el curador O’Neil Lawrence discuten la tensa relación del Caribe con el océano. Hablan, no en abstracto, sino desde la experiencia vivida: miedo, belleza, desplazamiento y acceso.

“Yo vivo donde tú vienes de vacaciones”, dice Oneika; una frase que atraviesa la fantasía turística para revelar tensiones profundas.

Su conversación resuena con los temas de la Bienal de Kingston 2024, curada por Ashley James y O’Neil Lawrence. En este evento, las acuarelas de Oneika presentan lo que ella llama una meditación pseudo-científica sobre futuros en los que las islas permanecen deliberadamente “subdesarrolladas,” fuera de la lógica de la extracción y la propiedad.

Para invertir el guión de la inmediatez capitalista, el arte de Oneika, la visión curatorial de O’Neil y las preguntas de Yina respiran resistencia emocional. El perfilamiento racial determina quiénes pueden acceder a las playas. La supuesta libertad de la costa está cercada por clase y color. El trabajo de Oneika se convierte en una invitación a imaginar la creación de lugar como un acto para reclamar presencia, para tejer memorias antes de que el océano se pierda.

Camino nuevamente hacia el agua antes de regresar al círculo de escucha con Nohora Arrieta Fernández y Annie Paul.

5:00 pm–6:30 pm 

Esconderse a plena vista: estrategias de cimarronaje

La conversación entre Nohora y Annie —parte poesía, parte diálogo— se convierte en un clímax sereno. Invocan el concepto de tidalectics, de Kamau Brathwaite: la comprensión de que la unidad caribeña es submarina, fluyendo por debajo de lo visible.

Annie nos recuerda que aún no nos hemos comprometido plenamente con las formas de conocimiento de Brathwaite —su atención a los pequeños movimientos cotidianos, su incomodidad con los paradigmas heredados. Él recurrió al jazz y al steelpan, encontrando un lenguaje para el pensamiento fugitivo en la síncopa y la improvisación. Sus experimentos tipográficos —lo que Annie llama “terrorismo tipográfico”— se negaron a ser domesticados por editoriales coloniales.

El acompañamiento musical de Junior Wedderburn desplaza la conversación hacia el quilombismo: la filosofía de las comunidades quilombolas en Brasil, donde la vida colectiva prima sobre el individualismo. “El poema nos llama a juntarnos”, dice Nohora, leyendo Ignota Ternura de Ana Victoria Padilla Onatra. El poema escucha y mira; se mueve en opacidad.

La opacidad, un derecho reclamado por el poeta martiniqueño Édouard Glissant, resiste la legibilidad forzada. Lxs cimarrones borraban sus huellas para no ser perseguidxs. La mancha de tinta negra en los cómics de Marcelo D’Salete embosca la página.

En la presentación final, Lo que escondo con mi lenguaje, mi cuerpo lo revela, Yewande canaliza la síncopa y el vuelo. Crece, gira, pulsa; vestida como una reina. Se convierte en el mundo y lo rehace. La historia comienza de nuevo. El tambor de Philip Ambolele Henry llama, el cuerpo responde. Ahora es el simbioceno.