Marginalia

Dorothée Dupuis

Tiempo de lectura: 3 minutos

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10.09.2015

MARGINALIA #7

1 de agosto de 2015 – 31 de agosto de 2015

Marginalia consiste en la invitación mensual a un artista, curador o proyecto a escoger una serie de imágenes para el fondo de la página de Terremoto en relación con su práctica e intereses del momento. A final de cada mes se revela la identidad del invitadx y se pueden descubrir las imágenes en conjunto.

Para el Marginalia de agosto en la tercera edición de Terremoto, Viendo mundos colapsar, quise abordar el problema de los recortes de presupuesto en el arte contemporáneo y la cultura en general. Es un problema global que afecta no solo a las economías en crisis, sino también a los países que han sido considerados como beneficiarios de un clima de crecimiento, como por ejemplo México. Sin embargo, la crisis ha alcanzado un nivel global y no ha dejado a ningún país intacto. De esta manera, los recortes en los presupuestos culturales siempre aparecen como una de las primeras respuestas de los gobiernos cuando tienen que reducir la acción del Estado, a pesar de que estos recortes a menudo son simbólicos en comparación con otros sectores. Es una señal que se envía, que designa el arte y la cultura como futilidades, como adornos, lo primero de qué deshacerse en tiempos de necesidad.

El éxito de las políticas orientadas a la cultura en tiempos de crisis (desde el New Deal de Roosevelt hasta dispositivos como los “Emplois Jeunes” en Francia), así como muchos estudios de sociólogos y economistas de renombre en todo el mundo que afirman que la cultura es un agente estimulante de las economías en general, no han alterado la opinión conservadora de los gobiernos neoliberales según la cual los artistas y su público constituyen una élite ciega a realidades económicas, una clase aparte que vive –supuestamente– a costa de las personas con trabajos “de verdad”. Por lo tanto, los recortes culturales últimamente parecen actuar como señales enviadas a las masas, una especie de manifestación de poder desesperada con tendencia populista.

Los artistas son estimulados a ser responsables de su propio financiamiento, o a confiar en el mercado del arte –lo que viene a considerarse como signo de una práctica exitosa. Museos y bienales han sistematizado la práctica de pedir a galerías apoyo parcial o total de la producción de los artistas que invitan, y por su lado, las estructuras de menor escala, son incitadas a encontrar financiamiento en otros lugares, «en el sector privado», como dicen; esto corrompe sus misiones iniciales, y transforma equipos enteros de trabajadores culturales y curadores en cazadores de fondos torpes y preocupados, cuando su prioridad debería ser dedicar su tiempo a los artistas con los que trabajan.

Debemos reconocer en los recortes de presupuestos culturales una “estrategia de choque” diseñada para amplificar la polarización de la sociedad respecto a la cultura, un intento por identificar una “buena” y una “mala” cultura, clasificando a los productores culturales en dos categorías: usureros despilfarradores de un lado y custodios virtuosos de la cultura en el otro lado –oponiendo arte contemporáneo y cultura popular como enemigos supuestamente irreconciliables.

Es una triste realidad: la flexibilidad y su corolario, la precariedad, se han convertido en normas en el mundo del arte, y en el mundo en general. Pero en lugar de malgastar nuestra energía en pánico e indignación cada vez que un nuevo corte en la cultura se anuncia –y aunque debemos permanecer alertas y listos a movilizarnos–, podemos tal vez tratar de mantener la calma y seguir trabajando y pensando en unos términos temporales más propios, sin dejar que este clima de falsa urgencia afecte nuestro sentido de comunidad, solidaridad y integridad artística.

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