Marginalia - Puerto Rico

Ulrik López

Tiempo de lectura: 2 minutos

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01.08.2019

#50: ¿De qué maneras se vincula el cuerpo con la oralidad?

Marginalia consiste en la invitación mensual a unx artista, curadorx o proyecto a escoger una serie de imágenes para el fondo de la página de Terremoto en relación con su práctica e intereses del momento. A final de cada mes se revela el conjunto de las imágenes publicadas y un texto que las contextualiza. Aquí la selección de julio de 2019.

Esta selección de imágenes muestra mis acercamientos más recientes a prácticas con el cuerpo. Prácticas que considero primeramente efímeras, y luego performáticas: un suceso que se disemina a través de los vínculos que puede tener con otras disciplinas. En este caso, el sonido se articula como música y la danza como espectáculo. Me gusta poner en tensión lo efímero como acontecimiento, en relación a la producción material como la escultura, que predomina en mi práctica, además de las conexiones que tiene el cuerpo como suceso y como canal de lo ritual. ¿De qué maneras se vincula el cuerpo con la oralidad?

Las imágenes hablan de procesos colaborativos: aquellos en los que el mismo cuerpo y su performatividad incitan a la producción conjunta, así sea el formato más sencillo. Como lo comenta Pascal Quignard acerca de la música asiática: “Hasta la música más refinada, china, resueltamente solitaria, presenta en sus leyendas más radicales la idea de grupo: en su mínima expresión, el encuentro de dos amigos indefectibles. Una pareja”. Esto es otro de los aspectos que me inclinan a estas prácticas corporales y rituales: la pareja, a la pareja y los espectadores, e incluso los integrantes de la pareja como testigos de sí mismos. Lo ritual empleado por el cuerpo y la oralidad no me interesan si no se dan dentro de esta configuración de grupo, no la veo indispensable para el medio performático, sin embargo, los matices que cruzan mi práctica sí, valiéndose de otros dispositivos, mismos que son autónomos, constantes, presentes. El cuerpo, por lo menos el mío, precisa de esto.

Pataki 1921 y Si nosotros no ardemos ejemplifican ese entrecruce en mi trabajo: ahí donde la huella opera como camino y acción, o donde sucede el acto delicado de apilar lo fragmentado, aquello que hace un bailarín como resistencia y los sonidos perdidos que el arqueólogo busca. Patakí 1921 rearticula un homenaje al único jugador latinoamericano —caribeño por justicia histórica— de ajedrez, José Raúl Capablanca, quien en 1921 logra ser campeón del mundo. No es hasta 1966 que se le celebra —trágicamente— ante los ojos del mundo, a través de un velo europeo colonizante. Aquí, el cuerpo recupera las huellas afro, yoruba, santera, caribeña, por medio de la danza, la música, y el atuendo que se vuelve escultura. Mientras que en Si nosotros no ardemos se revisa la cueva como las entrañas de un instrumento, el nacimiento de una nueva conciencia sonora, ligada al trueno y el fuego; el zumbido del rayo y los susurros de nuestros propios ecos. La cueva y su oscuridad hacen que el ruido se haga llamas.

Ulrik López

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