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11.02.2022

“frutiplanismo” de Allan Villavicencio presentada en Salón ACME nº9 con Galería Karen Huber

Salón ACME
Del 10 al 13 de febrero, 2022
Calle Gral. Prim 30-32, Juárez, Cuauhtémoc, 06600 Ciudad de México, CDMX

Más información:
Galería Karen Huber
Bucareli 120, Colonia Centro, Cuauhtémoc
06040 Ciudad de México, CDMX
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frutiplanismo

Si el suelo funcionara como suelo, las frutas habrían de caer.

No tengo tan claro cómo llegué aquí. Algo en el aire me provoca un extraño malestar, una descompensación que recorre mis músculos. Sí, tal parece que el suelo se ha estropeado.

Las plantas de mis pies se contraen, siento como si cada una se sostuviera en un lugar distinto. No logro moverme con gracia y respirar requiere un esfuerzo descomunal. Conforme gano familiaridad con este espacio, la fuerza de mis piernas se desvanece, como dos cuerdas que dejan de estar tensas, relajando así las rectas que me sostienen. Persevera el volumen de las frutas, pero tampoco es estable.

Siento el peso de mis órganos, frutos primitivos que engullí sin usar las manos. Siento el peso de mi sangre, cuyo flujo ha disminuído su velocidad. Siento el peso de mis ojos, concentrados en las frutas que no caen. Y mientras más las miran, más me pesan.

A las que están sueltas las veo bambolear, recomponer silenciosamente su acomodo. Las que están colgadas se mecen con sospechosa cautela. Quisiera que alguna cayera en mi mano. Antes cayeron de ramas, supongo. Ahora no cae ninguna.

Escucho como palpita esa tímida pera. Su carne quiere desprenderse, ceder ante la fuerza del desgaste. Carne húmeda y vulnerable, macerada en sus propias preguntas. Su piel delgada apenas alcanza a disimular el choque de las  fuerzas en su interior. Aquellos plátanos se balancean incómodos, temen sobremanera que su curva sea cuenco y arrullo para criaturas que los consuman desde dentro. Las manzanas rotan y se desplazan exasperadas, no consiguen dibujar un frente. Moras y frutillas tiemblan nerviosas, ahogan en su acidez el silencio que tanto les desconcierta. Tienden a agruparse pero desconfían unas de otras. Todas producen colores cansados.

Pareciera que estas frutas padecen algún conflicto. Anhelan expandirse, reconfigurar su forma y su color. Que una luz distinta envuelva sus entrañas. Pero, alterada como está la gravedad, no hay estallidos que las afecten, no caen. Permanecen a la deriva en angustiosa contención.

En este plano inhóspito merodeará suspendido mi cuerpo chabacano, en compañía de las frutas. El sentido de la orientación viene de mi lengua, en espera ansiosa de notas dulces. En el centro de este plano está mi ojo y en el centro de mi ojo hay una semilla. Si alguien muerde alguna de estas frutas que no caen, habrá de escupir el bocado. Y de ese bolo de saliva, glucosas, piel exhausta y carne liberada, nacerá otro tiempo, uno donde todo se verá distinto.

–Bruno Enciso

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