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27.04.2022

Consideraciones sobre la participación de Mónica Heller en la Bienal de Venecia

El origen de la substancia importará la importancia del origen

Texto de Martín Legón

Al observar animaciones en video es frecuente tener la impresión de que se está en presencia de un diálogo entre todos los dibujos animados del pasado, y por ende con escenas de nuestro propio pasado en el presente. Esto sucede aunque los motivos vayan y vuelvan, se actualicen y entrecrucen incluso sin conocerse, y quizás por eso es que nos siga resultando llamativo al día de hoy, en un siglo tan colmado de pantallas, que la animación no despierte el mismo espacio de revisión por parte de las instituciones que en las consideradas artes elevadas. Por dar un ejemplo, la psicodelia que promovió el Estudio Fleischer hacia finales de la década del veinte del siglo pasado con su serie Talkartoons todavía no fue analizada ni conscientemente atesorada por la historia del arte como un indiscutible impulso de vanguardia. Visto en perspectiva hay mucho más riesgo, osadía acumulada y claridad expansiva en esos gestos que en los cuadros de Ben Nicholson, por mencionar maliciosamente a un artista que llegó tarde a casi todo pero quedó en los libros. Sabemos que el movimiento Pop puso en escena el valor estético y simbólico de las tiras cómicas, pero su canonización se selló sin salirse del objeto, haciendo poco y nada por promover a la animación y su genealogía, debiendo este giro esperar los primeros museos especializados. Existieron desde ya trabajos críticos como los de Steimberg o Masotta (o los menos difundidos de Rivera y Romano) sobre los comúnmente llamados géneros menores, escritos que se aproximaban desde la sociología de la cultura para desglosar la temática y el análisis de las distintas problemáticas existentes en los consumos masivos populares, y su posible incorporación a la tradición de la crítica cultural y literaria, pero que a pesar de su relevancia pasaron por el campo sin modificar el sólido sustrato de lo que las instituciones exponen, apoyan o adquieren, al menos en occidente.

Sobre estos dos andariveles separados recae la selección de la artista Mónica Heller para representar a su país en el envío al pabellón Argentino de la 59º edición de la Bienal de Venecia, resultando tan sorprendente como esperanzadora: porque tras dedicarle los últimos 15 años a la animación como disciplina medular, antes que al Arte de un país su elección parece representar a toda una generación de artistas con carreras intermedias, de nula proyección internacional y escasa aceptación en colecciones, instituciones, medios masivos; subyacencias propias de la marginalidad que los dibujos animados y el cine experimental mantienen históricamente con las artes visuales establecidas. En tanto decisiones estéticas no gratuitas, las de Heller son competencias con lo más obvio y simple que la idea de fracaso involucró siempre. Limitación, torpeza, falta de perspectiva aparecen una y otra vez sobrevolando su universo y dejan transparentar la relación dialógica que la videasta nacida en Buenos Aires en 1975 mantiene desde hace tiempo con su pintura. Sea en acuarelas o pantallas, los decorados en que transcurren sus escenas son los de un mundo desolado, al parecer intolerable, donde lo único que lo vuelve soportable es la propia interacción que consume mansamente a los protagonistas. Adheridos a ese mundo artificial que no pretende disfrazarse de naturaleza, sus montajes a cielo abierto están siempre poblados de seres más o menos pequeños, antropomorfos, que vibran y entremezclan ansiosos, fijos en un equilibrio neurótico doloroso pero a su modo satisfactorio, en el que coexisten apresados. El resultado de esa interacción entre paisaje y personaje da ficciones experimentales, videos únicos que por lo general se desintegran y recomponen en una oscilación mareal, movimiento acompasado por las fuerzas mórbidas que acarrean las criaturas. El eje axial entre la locación y el participe residente continúa siendo el material mismo de las obras de Heller, en tanto núcleo encargado de introducir al observador en el entorno aparentemente familiar en que se ensamblan las partes. Aunque más expresionistas que surreales, es cierto que el reconocimiento de la extrañeza en su producción proviene de una cotidianidad onírica distinguible, hilvanada, parecida a la que se le atribuye livianamente a los cuadros de Bosch; un tipo de extrañeza catalogada como de ensueño solo porque el derrotero cartesiano de la representación osificó previamente así, de ese modo en el imaginario, salvo que ahora se la intuye apenas corrida, como si quien soñara fuese un animal, o un robot, o uno de esos santos decapitados que se pasean con la cabeza bajo el brazo en las pinturas medievales. Soñadores marginales. Si fuesen cuentos de hadas nos preguntaríamos si vivieron felices para siempre. Y de a ratos los personajes son tan tiernos en sus automatizaciones y desavenencias que tal vez  responderíamos que sí. Es un tono humorístico, de drama absurdo con raíz en la degeneración (eso que empeora), el que termina imponiéndose tras intentar mantenerse de una manera deliberadamente engañosa en la frontera.

 

Mal entendido podría pensarse que el trabajo de Heller incluye a la máquina como forma material activa, con la subsiguiente reflexión sobre los algoritmos y datos codificables que las subculturas de Internet proveen, o un discurso sobre lo inoperable, incalculable e impensable que nos deja la actual simbiosis que mantenemos con las máquinas y su entrelazamiento con nuestra imaginación, visiones que tanto miedo experimentamos como especie. Pero no. La órbita de los intereses primarios de la artista no parecería calzar ni trazarse sobre esos tópicos, relegando a la máquina al lugar de una herramienta más, incluso sencilla, como lo es un lápiz. En este sentido la totalidad de su obra se expresa abiertamente punk, afín a una ideología y a sus formas más concretas asociadas tanto al anarquismo y el antifascismo como a una filosofía de producción que centra su idea de libertad en el acto de hacer las cosas uno mismo, con las capacidades que se tengan disponibles a mano, promoviendo el trabajo solidario en comunidad, contra toda autoridad posible y en busca de una igualdad sin distinciones, ética anticapitalista por antonomasia para la que seguramente existan hoy otros nombres. Y si bien son varios los artistas contemporáneos que presumen con la estética punk, pocos aplican sus principios para la obra y la vida. Los primeros, aferrados al fetiche de la fotocopia como mera superficie, son la mímica de un punk de karaoke, y su egoísmo es evidente en el desinterés por los demás y la ambición opresora que manejan. En Heller, por el contrario, el compromiso es palpable tanto en sus personajes, que aún en la deformidad en la que viven parecen siempre contenidos por un afecto que no los deja caer, como en los medios de construcción que a conciencia utiliza. Sin esperar nada a cambio, genuinamente fuera de la especulación y el mercado, su cuerpo de obra se fue robusteciendo en la elección del software libre y el material compartido por una multitud diversa en bibliotecas online, con plantillas y librerías gratuitas de modelos creados y socializados por los mismos usuarios, gesto que subraya los pactos para con cualquiera que desee realizar animaciones en el mundo sin importar la edad ni las fronteras. Los resultados son la expansión del fanzine por otros medios, y es seguramente el motivo por el cual la artista prefiera pintar pequeñas témperas sobre papel a promover las impresiones 3D en gran escala o los tokens no fungibles.

 

Volviendo a la humedad de Venecia, y al respecto de estas proximidades, podemos pensar en la mujer calva que metódicamente se amamanta a sí misma en uno de los nuevos videos creados para El origen de la substancia importará la importancia del origen, nombre de la muestra ainaugurar en el Pabellón Argentino, o mejor en los guiones y dibujos colectivos para historietas del grupo experimental Geometría Pueblo Nuevo, del que Mónica Heller es parte desde hace varios años junto a otros colegas y amigos, todos artistas capitales de la escena porteña de la última década. La opción por lo comunitario es tal, que el grupo fue invitado por la artista a incorporarse al proyecto de la Bienal con un nuevo trabajo en conjunto, una novela gráfica intitulada “Sed de éxito”, obra inédita de narración e interpretación colectiva en la que contribuyeron también los escritores Pablo Katchadjian, Bárbara Wapnarsky y Marcelo Galindo, quienes sumados a Alejo Ponce de León, curador del envío, modelan un claro respaldo a sus afinidades afectivas. Así, la gran instalación que podrá verse el próximo 23 de abril en los 500 metros cuadrados del histórico Arsenale del siglo XVI se completa con trece módulos de video, todas proyecciones en loop de corta duración (excepto uno más extenso con el soliloquio de una paloma) y dos enormes esferas, piezas complementarias que simbólicamente parecen enfrentarse pero que en realidad se fagocitan indefinidamente en loop, como el título de la muestra. La primera es cromada, refleja el espacio de la instalación general y simula un espejo; la otra, menos estática, reproduce con un mapping en video un globo ocular en movimiento convulsivo, recorrido de un ojo gigante menos ligado a la sociedad de control que a lo excitable y disperso que tiene nuestra época. En ambas esferas nos reflejamos y ambas son pozos ciegos. Dos formas intercambiables que terminan por construir un monumento a la estética del trastorno por déficit de atención. ¿Pero a qué habría que prestarle atención?. Más que una respuesta probable, obtusa seguramente por obvia, Heller da otra pregunta. Y nos quedamos ahí, sin saber bien cuál es.

“Los hombres se alimentan de humo” escribió Valéry en una libretita meses antes de fallecer durante la Segunda Guerra; treinta años atrás, hace más de un siglo, había sentenciado que somos humanos solo en superficie: “Retire la piel, diseccione, e inmediatamente llegará a la maquinaria”. Afirmaba también que cuando algo se volvía irreconocible siempre terminaba derivando en paisaje, porque todo en el paisaje resulta ser fondo y figura al mismo tiempo. Esto último lo dijo sobre la pintura de Monet, pero podría aplicarse a cuanto existe. En fin. Veremos.

* Geometría Pueblo Nuevo, junto a Mónica Heller, es integrado por: Marcelo Galindo, María Guerrieri, Paula Castro, Clara Esborraz, Constanza Guliani, Ariel Cusnir, Cotelito, Mariana López.

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