Edición 18: De pasadizos y portales

Paul Maheke

Tiempo de lectura: 6 minutos

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11.05.2020

El año que paré de hacer arte. Por qué el mundo del arte debe ir más allá de la representación y optar por la solidaridad

Viajando en el tiempo, en esta prosa publicada originalmente en Documentations.art, el artista Paul Maheke presenta resistencias encarnadas en memorias de vulnerabilidad para cuestionar la precariedad sistemática que implica participar en el sistema del arte, la cual se agudiza día a día en el contexto de la pandemia.

El año en que paré de hacer arte fue el año en que me convertí en xadre solterx. Fue en 1622, cuando fui esclavizadx y llevadx a Norteamérica en contra de mi voluntad. Era el 2003, y tuve que viajar a otro país para hacerme un aborto. El año en el cual paré de hacer arte fue en 1997, cuando tuve que ahorrar miles para mi triterapia y proveer para mi madre, quien había perdido su trabajo. Fue en el 2017, que me sentí cortx de dinero y no pude pagar la inscripción para el concurso de fotografía, ni de la residencia de arte, ni del examen para entrar a la uni de prestigio.

El año en el cual paré de hacer arte, simplemente paré. No había ralentizado mi proceso solamente; no me desvié, sólo paré. La vida no me envió obstáculos, al menos no más de los usuales… Toda mi vida se sentía como un gran obstáculo.

No tenía más aguante. No quedaba ni una sola gota de sangre. Mi cuerpo colapsó. Ese fue el año en el que no pude más. Me fallaste.

Un día, sentí como si el suelo estuviera ausente y no había nada que impidiera mi caída. Este fue el año en el que salí como trans*. Fue el año en el que tuve que pagar por la cirugía que afirmaba mi género. Este fue el año en el que fui el chivo expiatorio y se me dijo mierda a la cara. 

El año en el que paré de hacer arte, fue antes del COVID-19. No se necesitó de una pandemia para terminar con mi carrera, simplemente no pude pagar mi declaración de impuestos a tiempo.

Era 2019, y tuve un accidente en bicicleta durante uno de mis turnos entregando comida a las puertas de la gente. El año en el que paré de hacer arte, para ser despedidx del arte, no hubo necesidad de que los países más ricos del mundo se fuesen a un total confinamiento.

Fue tan mundano que nadie se dio cuenta.

Nadie se dio cuenta porque no pude hacer una obra sobre eso. No pude convertirlo en arte. Simplemente terminó. Mis exposiciones fueron canceladas, y nadie me pagaba, nadie me veía.

Había sido artista por demasiado tiempo como para ser contratadx por cualquier compañía fuera de ese mundo. Ningún restaurante daría trabajo a alguien con tan poca experiencia en hospitalidad.

El año en el que paré de hacer arte fue el año en el que mi maestra de secundaria decidió que sería un buen técnico de fábrica. Aquel, fue el año en el que mis padres se mudaron lejos, lejos del centro; apenas a las afueras de los suburbios. El año en el que paré de hacer arte fue cuando caí en cuenta de que debía de hablar múltiples idiomas para poder ser artista; que tenía que tener una computadora con acceso ilimitado a Internet y un smartphone para responder a todos mis correos al instante. El año en el que tuve que renunciar fue el año en el que tuve que ir a tu museo para verte. Me encontraba luchando contra la depresión y mi enfermedad mental.

Era 1957, y mi esposx tuvo que respaldar cada gasto realizado. Era 1578, fui lanzado a un río, mis manos atadas a mis pies. Ese fue el año en el que pensaron que era una bruja. Fue en 2008, cuando me volví vagabundx porque todos mis beneficios me fueron retirados y no me pagaste. Todo terminó cuando descubrí que era la única persona Negra en tu opening. Terminó cuando tuve que limpiar los pisos de habitaciones de hotel, aeropuertos y trenes para llegar a fin de mes. Fue entonces cuando te vi caminar en el salón de negocios. Reconocí tu olor al pasar. Resultó que vendían una versión falsa de tu perfume en un mercado local. Casi olía igual que tú durante el año en el que paré de hacer arte. Oler como tú era mi camuflaje; lo cual no hizo ninguna diferencia en 2020, cuando me vi forzado a parar debido al frágil estado de mis finanzas.

“Siento escuchar por lo que estás pasando. Son tiempos difíciles para todxs nosotrxs,” me dijiste. Me pregunto a quiénes te referías con “todxs”, ya que no me sentí parte de tu nosotrxs.

Al día siguiente, tú y yo aún olíamos la misma fragancia perfumada de hoja de higuera que rocías en tu pelo y en tu cuello cada mañana. Estabas en tu oficina en el museo, el día en el que el presidente decidió prohibir el acceso a varias instituciones del país para prevenir que el virus se esparciera. Te aplicaste gel antibacterial en las manos y muñecas cuidadosamente, lo cual prevendría que te contaminaras. Acto seguido, checaste tu cuenta de banco en tu celular. Pensaste: “todo estará bien hasta que termine”. Recién habías cobrado la renta a tu inquilinx, tu baja por enfermedad remunerada, los bitcoins que alguien extrajo por ti durante la noche. El año en el que paré de hacer arte comenzaste a intercambiarlos. 

En el 2016 me aseguré de que no hablaría con nadie sobre lo que pasó en el estudio, en tu oficina, en tu apartamento, en los baños de la feria. Fue el año en el que, repetidamente, torcías mis palabras. Te aseguraste de que tu abuso verbal fuera considerado una insinuación para cualquiera que escuchara tu versión de la historia; el lado en el que yace tu verdadero poder. Este fue el año en el que me sentí demasiado avergonzadx como para hablar de ello: el año en el que dejé de hacer arte fue el año en el que me hice pequeñx. El año en el que me recordaron que mi visibilidad jamás estaría a la medida de tu estabilidad económica. 

Así fue que, en los últimos meses del 2020, en casa, en cama, y sin recibir pago alguno por parte del museo, supe que este sería el año en el que pararía el arte. O, ¿cómo es que iba a lograr pagar mis gastos? Esto iba para largo, decían. “Siento escuchar por lo que estás pasando. Son tiempos difíciles para todxs nosotrxs,” me dijiste. Me pregunto a quiénes te referías con “todxs”, ya que no me sentí parte de tu nosotrxs.

El año en el que paré de hacer arte, es cuando me di cuenta que no te podría importar más porque no tenías el porqué de hacerlo. No eras parte de esto, porque no tenías que serlo. Ese fue el año en el que me percaté que cuando dijiste “nosotrxs” quisiste decir “ellxs”, y que esa era la razón por la que aún podías hablar y twittear cuando nadie más lo hacía. Personificaste la forma más sabia de la ignorancia.

El año en el que paré de hacer arte es el año en el que recordé que no tenía en qué caer muertx; que no tenía soporte alguno que me sostuviera durante esta prueba del tiempo, como tú. Que era demasiado ingenux para pensar que podría salir de esto, como tú.

“¡A trotar!”. Tomaste la curva y no te pude seguir el paso, dejándome saborear la estela de tu perfume, nuestro perfume.

El año en el que paré de hacer arte es el año en el que casi huelo igual que tú, pero sólo para descubrir que, para ti, yo siempre iba a ser un aroma falso. 

Marzo del 2020

Este artículo fue publicado por DOCUMENTATIONS en marzo de 2020. DOCUMENTATIONS es un medio de comunicación participativo que lucha contra los discursos conservadores y hegemónicos que gobiernan al arte actualmente. 

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