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06.03.2017

Tangential Resistance

Luciano Concheiro reflexiona sobre la resistencia a la aceleración y aboga por un entendimiento alternativo del paso del tiempo.

Ilustrado por Rodrigo Hernández

Rodrigo Hernández artist

Tregua de vidrio
el son de la cigarra
taladra rocas.

Matsuo Bashō

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La Revolución francesa inauguró una forma particular de pensar la política y la Historia: se asumió que la realidad es transformable y mejorable y, no menos significativo, que el hombre puede propiciar esa mejoría. Se instituyó un optimismo desbocado, el cual se convirtió en la espina vertebral de las filosofías políticas concebidas durante la Modernidad. Nació un genuino engolosinamiento con el hombre: se creyó que éste podía moldear con libertad su realidad política y social. Surgió, por decirlo de otra manera, una política cargada de virilidad altanera.

La propuesta aquí enarbolada es ir en contra de estas ideas propugnadas por los modernos: no querer transformar, sino huir. Asumir que, al menos por ahora, no podemos mejorar de golpe nuestra realidad. Contra la altanería de aquellos que se sentían capaces de cambiar el rumbo de la historia y derrocar a quien fuera, seguir un principio que los niños practican con enorme éxito: cuando no se puede destruir o neutralizar al enemigo, lo más sensato resulta escapar de él. Nombremos Resistencia tangencial a esta nueva forma de pensar el quehacer político subversivo: una resistencia que se aleja de la confrontación y, en su lugar, sugiere dar la espalda, escabullirse.

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El arte de la guerra de Sun Tzu se descubre como el manual militar más interesante porque es un manual militar antibelicista, un manual de guerra que explica cómo evitar llegar a la guerra. Su enseñanza básica es que “lo más deseable es someter al enemigo sin librar batalla con él”. El objetivo se vuelve, antes que ningún otro, suprimir el combate: vencer sin tener que llegar al enfrentamiento.

El buen estratega no es el más fuerte ni el más agresivo, sino quien “somete a las fuerzas enemigas sin combatirlas, toma las fortificaciones enemigas sin atacarlas, desmembra los Estados rivales sin permitir que las acciones militares se prolonguen. De este modo, puede conquistar el mundo entero conservando todas sus fuerzas; su ejército no desfallece y sus riquezas se mantienen íntegras. Éste es el método de los planes ofensivos”.

Rodrigo Hernández artist

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Desposeída de una fe en el Progreso, la Resistencia tangencial no asumiría que la historia esté encaminada hacia un fin superior o que se dará una mejoría gradual de la situación presente. Tampoco aspiraría a mejorar el mundo. Aceptaría con tranquilidad que es probable que las cosas empeoren. Sería una resistencia pesimista y desencantada, desprovista de la idea de un futuro esperanzado.

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La Resistencia tangencial no pretendería emprender la transformación radical de nuestra condición presente. Querría algo más profano: arrancarle unos momentos de respiro a la velocidad. En el fondo, lo único que esperaría sería lograr escapar esporádicamente de la aceleración.

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Gabriel Orozco señala: «Siempre decepcionaremos a alguien. El arte decepciona. No es espectáculo y no es entretenimiento. Es una banqueta. Un foco, ruido. No es nada del otro mundo. Es concebida decepción, cosa casi real y aburrida para los espectadores del espectáculo.» Esto mismo sucedería con la Resistencia tangencial: decepcionaría y aburriría a aquellos que imaginan la política y la desobediencia como una actividad heroica, construida por momentos fastuosos y dadora de generosos influjos de adrenalina. El lugar de la Resistencia tangencial sería la cotidianidad. Resistiría sin producir héroes y estatuas. Las (grandes) batallas, los fuegos de artificio y la sangre derramada por causas trascendentales. Las grandes expectativas serían desdeñadas. No existiría la preocupación de impresionar al prójimo, tampoco a la posteridad.

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Si el mundo no puede mejorar drásticamente por ahora, tal vez lo que hace falta es iniciar una relación estética con él.

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Caeríamos en un error si confundiéramos la Resistencia tangencial con la resistencia pasiva. La segunda se basa en una negativa frontal y sigue como principio básico los principios camusianos («¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice sí desde su primer movimiento»). El caso paradigmático de este tipo de resistencia es el de Bartleby, personaje creado por Herman Melville. Este oficinista responde a cualquier petición de su jefe con la frase «Preferiría no hacerlo». Por medio del No, logra evitar las tareas que se le querían imponer. La Resistencia tangencial, al contrario, evita enfrentarse –aunque sea mediante la falta de acción–. Es una huida.

En este sentido, la Resistencia tangencial también estaría lejos de la desobediencia civil propuesta por Henry David Thoreau y de la resistencia pacífica a lo Mahatma Gandhi (satyagraha). Para ésta, la clave es no cooperar con el sistema que se considera injusto. Se debe actuar de manera directa contra el opresor, pero sin utilizar la violencia. Sus tácticas son bien conocidas: manifestaciones pacíficas, boicots, huelgas de hambre, laborales y de celo. La Resistencia tangencial estaría alejada de este tipo de acciones para resistir a la situación presente porque no busca cambiar el sistema desde dentro, sino vivir transitoriamente fuera de él. Sería ésta la razón por la cual no le parecería una vía el dejar de cooperar. De hecho, oponiéndose al fundamento mismo de la desobediencia civil, la Resistencia tangencial se basaría en la renuncia a la confrontación.

Rodrigo Hernández artist

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Si con alguien estaría emparentada la Resistencia tangencial es con los cínicos, la escuela de filósofos de la Antigua Grecia. Ellos creían que la habilidad para la fuga resultaba central, por cuanto es la mejor vía para evitar el sufrimiento. Se cuenta que Diógenes, uno de los más grandes cínicos, comentaba sobre el tema: «Las mismas bestias lo han comprendido a la perfección. Las cigüeñas, por ejemplo, dejan tras de sí el calor tórrido del verano en busca de un clima más templado: se quedan allí mientras les resulte agradable y luego vuelven a partir dejándole el lugar al invierno, mientras que las grullas, que soportan bien el invierno, vienen en tiempo de siembra para encontrar su alimento. Los corzos y la liebres, por su parte, descienden de las montañas a las planicies y los valles cuando llega el frío: anidan en árboles convenientes, protegidos del viento; pero, cuando sobreviene la canícula, se retiran a los bosques y a regiones situadas más al norte.»

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A pocas concepciones se asemejaría tanto la Resistencia tangencial como al wu wei, uno de los fundamentos del taoísmo filosófico. El concepto se traduciría literalmente como «no-acción» o «no intervención». Sin embargo, no debe confundirse con la pasividad, el ascetismo o la pereza. No significa no hacer, sino el hacer no haciendo. O, para decirlo de otra manera, el hacer sin esfuerzo. «Wu wei no es inactividad sino hacer de forma es- pontánea, natural» (Huainanzi).

El wu wei es, ante todo, simplicidad: hacer lo menos posible. La tranquilidad y la debilidad son las máximas virtudes. En el Tao Te Ching se lee: «Lo blando y débil triunfa de lo fuerte.» La clave está en mantenerse detrás y debajo, no delante ni encima. No avanzar, sino replegarse. Aquel que sigue el wu-wei, «hace menos y menos hasta que deja de intervenir en el curso de las cosas. No interviene en el curso de las cosas pero nada queda sin cumplimiento. Sólo si no se interviene en los asuntos se rige el mundo». Con la Resistencia tangencial se resistiría sin realmente hacerlo. No se confronta, se buscaría fluir entre lo que acaece, aprovechar con perspicacia las circunstancias dadas. Ésa es la razón por la cual no habría un plan preexistente. Lo necesario sería poco. Ser espontáneo: agilidad y soltura. Saber atajar lo que viene a chocar contra nosotros, eludir lo que produce insatisfacción o nos oprime. Ser como el agua que desde la debilidad resiste:

No hay nada en el mundo más blando y débil que el agua,
mas nada le toma ventaja en vencer a lo recio y duro,
pues que nada en ello puede ocupar su lugar.
El agua vence a lo duro,
lo débil vence a lo fuerte.

Lao-Tse, Tao Te Ching

Rodrigo Hernández artist

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El sistema capitalista tiene la capacidad de asimilar los actos subversivos e incorporarlos a su lógica. Una vez detectados, son convertidos en mercancías y configurados por los principios mercantilistas. Es curioso: la visibilidad, que en otros tiempos se hubiera considerado un elemento positivo y necesario, constituye hoy una condena. Cuanto más crezca la fuerza de un movimiento o un líder social, más probable es que sea neutralizado a partir de su transmutación en un producto de consumo que, como cualquier otra mercancía, está destinado a ser utilizado y desechado prontamente. Sin importar lo corrosiva que sea, la crítica, al volverse visible, es cosificada.

La Resistencia tangencial entendería bien lo anterior y evitaría a toda costa ser descubierta. Detestaría los reflectores y los megáfonos. Se practicaría siempre a escondidas, en las sombras. Descreería de la vitalidad y potencia de la plaza pública, por esto opera en los espacios y momentos más íntimos. Sería, en el sentido amplio del término, microscópica. Se efectuaría la mayoría de las veces sin cómplices. Sería consciente de que actuar en colectivo es peligroso hoy porque se abre la posibilidad de ser detectados, de ser consumidos.

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Desde la Antigua Grecia, la política se entiende como algo que tiene que ver con lo público. La palabra viene del griego pólis, ciudad. Pero aquí ciudad, más que ser una entidad espacial, significa «comunidad de ciudadanos» (Aristóteles). La política, politiké techne es, en este sentido, el arte de vivir en sociedad. Se concentra en estructurar y normar la vida de la polis, la vida social, con el objetivo de alcanzar la felicidad común y en común.

A la Resistencia tangencial le preocuparía algo distinto: la esfera de lo privado. Poco le interesaría la organización gubernamental más justa o el sistema político ideal. Su objetivo sería incidir sobre la conducta personal. La Resistencia tangencial operaría en sentido inverso a la política tradicional: poniendo lo privado como centro de sus preocupaciones. Antes que la res publica, la res privata.

Cada vez que la Resistencia tangencial fuera implementada, partiría desde la especificidad y la singularidad. No se presentaría como una obligación ni como un imperativo trascendental, sino como un don; y como tal hay que recibirla: con soltura, sin obligaciones ni expectativas.

 

Nota: éste es un extracto del libro Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante, recién publicado por Anagrama, y con el cual Luciano Concheiro resultó finalista del 44° Premio Anagrama de Ensayo.

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