Edición 7: La vida eterna

Daniel Garza Usabiaga

Tiempo de lectura: 14 minutos

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26.09.2016

David Alfaro Siqueiros' Cristo de la paz (1970): Realist painting and religious art in post-war Mexico

Daniel Garza Usabiaga analiza la carga ideológica de la representación religiosa en la pintura Cristo de la paz (1970) de David Alfaro Siqueiros

El caso del Cristo de la Paz (1970) de David Alfaro Siqueiros: Pintura realista y arte religioso en México durante la posguerra.

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La obra del muralista David Siqueiros Cristo de la paz (1969-70) se relaciona con un nuevo género de  la época moderna, promovido por distintos gobiernos e instancias institucionales y dedicado a representar al prisionero político. Así mismo, y dentro del marco de la Guerra Fría, esta obra se relaciona con los rebeldes de su tiempo: el cura que radicaliza la Doctrina Social de la Iglesia, el guerrillero, el revolucionario, el preso de conciencia, el activista social. Un rebelde que, aunque atado de manos y quizá esperando con templanza su final, se mantiene firme y no llega a claudicar. Este tipo de obras fueron promovidas, por lo general, en países no comunistas, bajo soluciones abstractas y aludiendo al trato de los prisioneros de conciencia en la Unión Soviética y otros países pertenecientes al Pacto de Varsovia.

En Cristo de la paz, Siqueiros da un revés a esta lógica mediante una maniobra de representación encriptada. A través de la figura de Cristo, el muralista articula una imagen realista del prisionero político y, así, logra subrayar su existencia en otras partes del globo, como en los países –supuestamente democráticos– dentro de la órbita de influencia de los Estados Unidos. La relación entre Cristo y el prisionero de conciencia, no es arbitraria y fue declarada explícitamente por Siqueiros: “Cabe decir que Cristo fue un preso político, crucificado más por sus ideas revolucionarias políticas que por sus ideas religiosas”. Es así que en este cuadro, y a diferencia de la mayor parte del arte religioso moderno de solución no figurativa realizado en México, Siqueiros logró una articulación entre la iconografía del catolicismo con un contenido altamente político. El éxito de esta maniobra se debe a una estrategia de encriptación, una táctica en operación en el arte durante la Guerra Fría en distintas partes del mundo, que introducía un mensaje “oculto” en una imagen que a simple vista podía parecer inofensiva.    

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Cristo de la paz es la única obra de un mexicano que se exhibió cuando abrieron las nuevas salas de arte contemporáneo en el Museo del Vaticano en 1973. El realismo es de interés ya que permite ver la postura de la Iglesia Católica sobre la pugna ideológica entre un arte abstracto y uno figurativo durante la Guerra Fría. En los documentos emitidos a partir del Segundo Concilio Vaticano, empresa que concluyó en 1965 bajo el papado de Paulo VI, quedó en claro que la Iglesia no daba relevancia a esta oposición, haciendo del arte religioso una arena de representación que trascendía los conflictos ideológicos en términos de producción artística. En el apartado de “El arte y los objetos sagrados” de la “Constitución sobre la sagrada liturgia” que surgió del Concilio se señala: “La Iglesia nunca consideró como propio estilo artístico alguno, sino que, acomodándose al carácter y las condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno de ser conservado cuidadosamente. También el arte de nuestro tiempo y el de todos los pueblos y regiones ha de ejercerse libremente en la Iglesia…”

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Esta postura contrasta con la de la encíclica Sacrorum antistitum, emitida por Pio X en 1910, que contiene lo que se conoce como el “Juramento en contra del modernismo”, y marcó la postura de la Iglesia en distintos asuntos para la primera mitad del sigulo XX, versando sobre la imposibilidad de pensar o entender la “verdad absoluta e inmutable predicada por los apóstoles” dependiendo del contexto y las circunstancias históricas, o sucintamente: “El dogma no se puede ajustar a lo que se considere mejor o más apropiado a la cultura de cada época”. Es así que, salvo contadas excepciones en algunos puntos del globo, se puede decir que el arte y la arquitectura religiosa, durante la primera mitad del siglo XX, fueron poco innovadores y se resistieron a una actualización. Es durante las décadas de los cincuenta y sesenta que sucedió una renovación y actualización a nivel global, del arte y la arquitectura religiosa. Estos cambios se deben a un naciente impulso modernizador en el seno de la Iglesia Católica, que empezó a cuestionar en todos sus niveles la postura “anti-modernista” del Sacrorum antistitum, respondiendo así a la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y las condiciones históricas de la posguerra. Es así que en 1956, el Papa Pío XII busca un nuevo acercamiento con los artistas de su tiempo, con la instauración de una “sección de arte contemporáneo” dentro de las colecciones del Vaticano. En 1973 se inauguró la instalación de varias nuevas salas de la “sección de arte contemporáneo” en el Museo del Vaticano, con obras de artistas como Giorgio de Chirico, André Derain, Otto Dix, Lucio Fontana, Francis Bacon y Siqueiros con su Cristo de la Paz.

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Durante la década de los cincuenta, Siqueiros llevó a cabo una intensa campaña de promoción a nivel internacional. Visitó varios países de Europa del Este y la Unión Soviética. También viajó en 1956 a Egipto y a la India, donde se entrevistó con sus respectivos presidentes, Gamal Abdel Nasser y Jawaharlal Nehru, algo que otorgó a su viaje un carácter eminentemente político. Esta postura se acrecentó con su visita a Cuba en 1960, poco tiempo después de la consolidación de la Revolución en la isla del Caribe. En esa ocasión, se reunió con Fidel Castro, personaje del que realizó varios retratos a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Esta posición de alta visibilidad por parte del artista, asociada al comunismo y a un grupo emergente de nuevos Estados laicos, no alineados y con una postura política tendiente al socialismo, quizá resultó problemática e incómoda dentro de los planes de la política exterior de creciente orientación panamericana que caracterizó al régimen priísta del entonces presidente de México, Adolfo López Mateos. También se interpretó como una afrenta para el mismo presidente, quien no pudo tolerar que en varios de estos lugares Siqueiros recibiera un trato similar al de un Jefe de Estado. El muralista, a su llegada a México después de visitar Cuba y Venezuela, el 9 de agosto de 1960, fue llevado a prisión preventiva argumentando en su contra el delito de disolución social. Después de un juicio, en el que se utilizó el contenido de su producción artística en su contra, fue encarcelado en Lecumberri donde permaneció hasta el 13 de julio de 1964. Este fue su periodo de encarcelamiento más prolongado, mismo que estuvo acompañado de una campaña de total oclusión pública en los medios locales decretada por el gobierno.

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Durante su aprisionamiento, Siqueiros pintó una serie de imágenes de Cristo entre cuales se encuentran Cristo, Cristo mutilado y Cristo, redentor vencido. Como es sabido, el muralista creció en un ambiente fuertemente católico y, como él mencionó, su primer acercamiento con el arte fue a través de sus formas religiosas. Las imágenes de estas pinturas tienen mucho que ver con esta formación, o por lo menos así se puede suponer, por una de las inscripciones que anotó en uno de ellos: “Que sólo aquel que crea en Cristo pinte a Cristo, escribió Fra Angelico. Por eso yo lo he pintado pensando –sin duda- en aquellos terribles Cristos de pueblo en que creí cuando niño”. La mayor parte de las imágenes de estos Cristos pintadas por Siqueiros se encuentran laceradas, terriblemente mutiladas y, como quizá sucedía con el Cristo estofado que encontró en su celda, sangrantes. Este tipo de solución es lo que les otorga cierto carácter expresionista, mismo que es enfatizado con varias de las inscripciones escritas a su reverso. En el caso de Cristo, el redentor vencido la frase dice: “Su doctrina de paz en la tierra fue sepultada en la sangre y las cenizas de dos mil años de guerras cada vez más devastadoras”.

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Además de hechos biográficos, se puede especular que quizá Siqueiros pintó estas imágenes religiosas a partir de cierta identificación entre el martirio de Cristo con su propio encarcelamiento injustificado, relación que fácilmente puede encajar en la mitología que el artista articuló alrededor de su persona. Más adecuado sería señalar que su interés en la pintura religiosa se debió a la nueva Doctrina Social de la Iglesia que se fue conformando en el transcurso del Concilio Vaticano II, cuyos años más álgidos y productivos coinciden con el periodo que Siqueiros pasó en prisión. Sin duda, el muralista estaba al tanto de los avances que se estaban suscitando en el seno del Vaticano; además, es muy probable, que también supiera de la emergencia de ciertos experimentos sociales que surgían a lo largo de América Latina y que trataban de reconciliar el catolicismo con el Marxismo (como una extensión de la nueva Doctrina Social), desde la formación de nuevos modelos de comunidades, como sucedió en Morelos y Coahuila en México, hasta su derivación en el análisis social y la lucha armada, como pasó en Colombia con casos como el del sacerdote Camilo Torres Restrepo. La empatía de Siqueiros hacia estos cambios en la Iglesia Católica está expuesta en la inscripción de Cristo mutilado, sin duda el Cristo más “expresionista” de los pintados en Lecumberri. El texto que acompaña esta obra se titula “El Viacrucis de Cristo” y enuncia: “Primero sus enemigos lo crucificaron (hace dos mil años). Después `sus amigos´ lo mutilaron (a partir de la Edad Media). Y hoy sus nuevos y verdaderos amigos lo restauran bajo la presión política del comunismo (post-Concilio Económico).” Para Siqueiros, un acérrimo ateo, la fuerza y validez del discurso político del comunismo había influido, inclusive, al Vaticano –históricamente, uno de sus principales y más fuertes detractores.

Cuatro años después de su liberación de Lecumberri, Siqueiros fue uno de los artistas invitados a contribuir con una obra para la expansión de la “sección de arte contemporáneo” del museo del Vaticano, proyecto arrancado por Paulo VI en la reunión que sostuvo con un numeroso grupo de artistas en 1964 en la Capilla Sixtina. El artista realizó la pintura Cristo de la Paz con este fin, entre 1969 y 1970, cuando se encontraba residiendo en Cuernavaca y construía su mural La marcha de la humanidad. Durante estos años, de acuerdo a la encargada de su acervo, Mónica Montes, Siqueiros había entablado una relación cercana con el obispo Sergio Méndez Arceo. Es probable que su apreciación hacia la Iglesia Católica, y en específico a Paulo VI, haya aumentado durante estos años desde que salió de prisión. En su viaje a Nueva York en 1965 (mismo que sirvió de fondo para la película El bebé de Rosemary de Roman Polanski), el Papa criticó abiertamente la intervención de los Estados Unidos en Vietnam. Más aún, en 1967, el Pontífice publicó su progresiva encíclica Populorum progressio que en asuntos laborales propugnaba por salarios justos, seguridad y asistencia médica como parte de cualquier empleo así como defendía el derecho de los trabajadores a conformar sindicatos. Más aún, este documento enfatizaba que la paz está condicionada a la justicia social. Populorum progressio provocó fuertes críticas y un grupo disidente real, encabezado por Marcel Lefebvre, dentro del Vaticano y en contra de Paulo VI. Lefebvre fue uno de los responsables en apodarlo como el “Papa comunista”. La simpatía de Siqueiros hacia la Iglesia Católica durante estos años quizá también se vio acrecentada por la emergencia, estrictamente hablando, de la Teología de la Liberación a partir de la Conferencia de Medellín de 1968.

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Cristo de la paz presenta una imagen radicalmente distinta a las pinturas religiosas de Siqueiros ejecutadas durante sus años en prisión. En esta pieza desaparece la sensibilidad expresionista y entra en escena un tipo de representación que bien podría denominarse como “heroica”, misma que distingue varias de las obras del muralista. Raquel Tibol describió la figura en esta pintura con adjetivos como “imponente” y “majestuosa”. Aunque lacerado y sangrante, el cuerpo de este Cristo está entero, no flaquea y posee una firmeza comparable a la del cuerpo masculino que aparece en la pintura de 1947 Nuestra imagen actual; obra con la que fácilmente se puede relacionar formalmente. Para realizar esta pintura Siqueiros recurrió, tal como hizo en la pieza del 47, al acercamiento fotográfico o close-up. El muralista fue el modelo de esta imagen y en las fotografías que se hizo tomar aparece con los brazos extendidos hacia el frente, con ambas manos unidas y los dedos entrelazadas como si fuera un puño     –un elemento utilizado por el artista como gesto de lucha y empoderamiento. Las ataduras, así, pasan a segundo plano; la fuerza dinámica de las manos empuñadas es el elemento que acapara el centro de la pintura. Dicha postura es acrecentada en esta obra mediante el rostro que se encuentra de perfil sin mostrar signo de debilidad. Cristo de la paz presenta la corona de espinas y cuenta con una barba como elementos característicos en la representación de Jesús de Nazaret. En el reverso de esta obra que sería enviada al Vaticano, Siqueiros anotó un fuerte cuestionamiento a los hombres de fe: “Cristiano: ¿qué has hecho de Cristo en más de dos mil años de su doctrina?”

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En esta obra se puede ponderar sobre el aprecio que Siqueiros fue adquiriendo por el personaje de Cristo, visto, evidentemente, desde una perspectiva secular; en sus palabras: “Yo admiro a Cristo, pero no quiero que se me malentienda. No admiro al Cristo religioso; admiro a Cristo como político porque lo considero un rebelde. Entendamos: Cristo fue el primer gran hombre que luchó contra el imperialismo; tuvo el valor de enfrentarse casi sin recursos a los poderosos opresores romanos”.

El entendimiento que actualiza la imagen de Cristo, algo antitético al “Juramento en contra del modernismo”, era regla común en muchas de las iniciativas creadas por el clero a lo largo de América Latina, que trataron de reconciliar Catolicismo y Marxismo durante esos años. Baste recordar la más conocida y radical enunciación al respecto, dicha por el sacerdote guerrillero colombiano Camilo Torres Restrepo: “Si Jesús estuviera vivo hoy, sería un guerrillero”. El rebelde como construcción cultural de la posguerra adquirió una representación puntual a través de la industria cultural de la época, principalmente en las películas de Hollywood –mientras varios personajes, en el campo de la acción social, fueron vistos como rebeldes en cuanto a su cuestionamiento y lucha por subvertir el estado de las cosas. El más visible de estos fue sin duda Ernesto Guevara, cuyas fotografías, dicho sea de paso, han sido discutidas en más de una ocasión en relación con la iconografía religiosa. El “Che” no era tan solo un rebelde como Jesús sino también, como él, se convirtió en un mártir al ser asesinado en 1967.

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Es así que, una vez expuesto en las nuevas galerías del Museo de Vaticano, Cristo de la paz dejaba en claro la posición de Paulo VI y el Concilio Vaticano II en términos de arte dentro del contexto de la Guerra Fría. El arte religioso desconocía la pugna ideológica entre figuración y abstracción y daba cabida aún a personajes como Siqueiros: profeso comunista, ateo, cuya producción anterior incluía obras de fuerte carácter anticlerical y quien consideraba a Jesús como “un bolchevique de su tiempo (el primero).” Después de entregar este cuadro simbólicamente a Paulo VI a través de su representante en México, monseñor Rafael Vázquez Corona, Siqueiros decidió darle acceso público a esta obra; la reprodujo e incluyó como uno de los paneles murales en el exterior del Polyforum Siqueiros (inaugurado en 1971). Desde una perspectiva de “obra encriptada”, el panel exterior del Cristo de la paz puede ser visto como un comentario político explícito al contexto histórico de esa época en México; básicamente, como una especie de denuncia –en la mejor tradición del muralismo- a la “guerra sucia” librada, hasta ese entonces, por los presidentes Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, en contra de cientos de civiles en México. Con el mural de Cristo de la paz no sólo se constata la creciente admiración que tuvo el muralista hacia la figura de Cristo, como un símbolo de rebeldía en contra del estado de las cosas en la sociedad, sino también las estrategias a las que tuvo que recurrir bajo las condiciones de producción artística de la época, para articular obras con un potente comentario crítico hacia las condiciones políticas de aquel momento.

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