13.07.2015

La colección Julmex

¿Qué pasaría si un terremoto derribara el Museo Soumaya y el Museo Jumex?

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Doscientas veces mejor que el 5G
Otra variación de La Colección Julmex

Introducción

El chofer mira por el retrovisor mientras habla y busca mis ojos: “Los Testigos de Jehová tenemos garantizada la entrada al Cielo.” Al mismo tiempo, la voz de mi ex-novia se cuela por la ventana del taxi, como si las partículas de aire estuvieran poseídas por su aliento, como si el soplo de sus palabras fuera arrastrado hasta el tímpano y sobara mis estalactitas de cerumen.

El taxista, un hombre pequeño como un niño alto de nueve años, me advierte del fin del mundo, el Día del Juicio Final; mientras tanto yo, Daniel, considero que no sé cómo llegar a la Plaza Carso. Llueve o había llovido y él continúa predicando en detalle sobre los usos y costumbres del Diablo; presto la atención necesaria, hasta que me distrae el murmullo interior de la voz de mi madre: “Te voy a poner un hielo en la cola cabrón.” Pago con un billete de doscientos pesos y Jehová (así bauticé al taxista), emocionado sale del auto porque no tiene cambio; es la excusa perfecta para abrir puertas de otros taxis, pedir cambio, reclutar testigos, creer en el Evangelio y darme lo que resta. Gracias. “Ya veo tu cara de chicharrón prieto crujiendo en el Infierno,” señalan Jehová o mi ex-novia.

Las faldas de césped del Museo Soumaya están al ras, como un corte de pelo de rapero fracasado. Es el pastel de quince años más grande de México: moderno, sin betún, cubierto de espejos para especular; cada uno rebana una ilusión óptica. Clínicamente aprobado. En cambio, el Museo Jumex se alza sobrio como envase de Tetrapak reprimido y rematado con dientes de serrucho en la punta, un bebedero para helicópteros. Las formas caprichosas de los dos edificios me recuerdan a envases que podrían contener perfume o bebidas finas o internet. Llego a ver las exposiciones de los dos museos por aquello de La Colección Julmex.

El año pasado, mi amigo el artista inglés Jeremy Hutchison tuvo una visión post-apocalíptica excesiva que me surcó la cabeza: ¿Qué pasaría si un terremoto derribara el Museo Soumaya y el Museo Jumex? , preguntó frente a un grupo de profesionales del arte reunidos en SOMA. Hutchison estaba articulando la pregunta desde una posición ética: La solidaridad ante la urgencia social. ¿Cuál sería el valor de uso de la cultura, en específico de la industria cultural, ante una desgracia de tal magnitud? ¿Qué deberíamos hacer?

Descarté como respuesta una ficción ética que representara los momentos de solidaridad que emergen desde la catástrofe, y pensé principalmente en un escenario estético. Es por ello que traté de especular con lo que ya está aquí, sobre lo que tenemos: cosas, materialidad, obras, mercancías, cuerpos y sus potenciales patologías. Supongan: si se combinaran las  colecciones corporativas de Telmex y Jumex con sus respectivos objetos de arte y mercancías, ¿qué otra colección sería posible? La Colección Julmex surge sólo como una más entre las posibles respuestas a la pregunta que Jeremy arrojó.

La primera pueden leerla aquí.

La segunda es la transcripción de una carta que llegó a mi domicilio y que copio integra aquí abajo.

La tercera son dos comunicados de prensa y una serie de imágenes de las exposiciones de la Colección Julmex que pronto se publicarán en Terremoto.

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Doscientas veces mejor que el 5G

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Basta con indicar que uno de mis abuelos fue el magnate de los Teléfonos de México para que me reconozcan y presten atención. La fecha de caducidad de la leche fresca que estoy tomando está programada para septiembre del 2035 y hace frío.   

Ahora, ciertamente, se preguntarán: ¿cómo es posible enviar este mensaje desde mi futuro? –que muy probablemente para estas horas ya es su presente. La explicación es muy simple: Si Carlos Slim fue alguna vez el hombre más rico del planeta, y el tiempo es dinero, tengo tiempo de sobra, porque el abuelo entregó en un fideicomiso toda su fortuna a mi padre y él me la transfirió después de su muerte accidental.

El meneo constante de mi muñeca al deslizar la tarjeta, firmar un cheque o mover dinero fue el entrenamiento correcto que mis manos necesitaban para volverse tan rápidas y ligeras que alcanzaran a cavar un túnel al pasado o al futuro; aprendí a tocar, a escribir, a componer y a disponer fragmentos de tiempo. “El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto” dijo Charles Chaplin y yo me lo tatué en la muñeca derecha, bajo del reloj. Entre más rápido y más cantidades de dinero movía, más sencillo era romper la fina membrana de la barrera espacio-tiempo lineal que me separaba del infinito. Les cuento: un día que estaba hasta el tope de coca deslicé la tarjeta tan rápido que terminé separando las aguas del Mar Rojo, cientos de años atrás… así, casualmente, socorrí a Moisés (1).

Además escribo este texto tan rápido como doy dinero: haciendo un hoyo para atrás.   

Mi patrimonio no consistió únicamente en millones de dólares sino que incluía las abundantes conexiones telefónicas de delicadas fibras ópticas (mi padre decía en broma que eran para bajar de peso la gorda mirada de los mexicanos), los módems con siglos de banda ancha y los Sanborns con siglos de café americano; por supuesto, los Vips y un montón de cosas que ustedes hoy no conocen y que mañana serán todas mías –como la inicialmente autónoma red del Post-internet de las Cosas Azucaradas (2). Otros bienes populares como las piedras en el riñón, los hormigueros y las fallas tectónicas también serán míos.

Pero antes de seguir adelante, les comento sobre tres fechas importantes:

1985. Durante el Terremoto del 85 –la inolvidable mañana que la Ciudad de México se sacudió hasta desplomarse– mi padre Carlos Slim S penetró olímpicamente a mi madre María Helena Corruto de V con la finalidad de reproducirse. Yo no fui concebido en ese momento. Sin embargo, el desastre natural marcó la manera en que mi padre le introducía el pene a mi mamá, pues la única forma en que ellos podían experimentar un orgasmo en pareja era bajo un temblor. Ambos cuerpos y los edificios se derrumbaban al momento preciso de rozar sus viscosas placas tectónicas y al terminar subsistían sus miradas rotas, cobijadas de humo.

Con la finalidad de mantener una vida sexual activa, mis padres incursionaron en una perversa forma de bienes raíces: la compra y privatización de fallas tectónicas.    

1994. Literalmente soy el “error de diciembre”. Ese día de 1994 en que la mayoría de los pobres mexicanos ingenuamente creyeron que se volvieron millonarios, mi madre quedó embarazada.

2015. A manera de celebración adelantada de su aniversario nupcial (30 años después del Terremoto del 85)  y como crisis de la mediana edad, mis padres sacudieron la Plaza Carso desde los baños del Museo Soumaya y de ahí surgió la famosa Colección Julmex.

Carlos y María Helena tenían una imaginación incontrolable y cochambrosa. Mi madre se mojó mucho al ver el pedestal donde descansaba la escultura del cuerpo ESPN de El Pensador de Rodin. Al imaginarse desprendiéndolo del piso y viendo cómo los cimientos desobedecen la gravedad para orquestar el ruido de la creación del mundo, su entrepierna se convirtió en cascada. En cambio, mi padre, al advertir que el pelo deshidratado de una de las custodias se parecía a la cabellera de John Lenon en su lecho de muerte, rápidamente se puso tan duro como un diamante de VIAGRA®. Y así fue que desde los lavabos de los baños del Soumaya hicieron una llamada a sus asesores y murmuraron: 1000G, pero nada más la pura puntita.

La inversión de millones de dólares en el estudio de las fallas tectónicas se realizó para saber cómo reproducir de manera controlada las condiciones que provocan un temblor. Esto siempre fue un capricho, una investigación que se mantenía en secreto, exclusivamente para el esparcimiento sexual de los perversos inversionistas. Ninguno de los involucrados creía que se podía lucrar con ello. Lo único que traería serían daños irreversibles para la tierra y minutos de inolvidable placer para la pareja. Sin embargo, con el paso de los años, algunas investigaciones arrojaron algo increíble, lo que sería el más grande avance para las telecomunicaciones en el Siglo XXI: la fricción de las placas podría generar un internet absoluto, orgánico, inagotable y nutritivo. El 1000G, así le llamó mi padre, porque era doscientas veces mejor que el 5G. El 1000G es una excavadora de espacios-aire y tiempos- aire que me está permitiendo mandar este mensaje a ustedes, por ejemplo.

La tecnología que desarrollaron permitía controlar el diámetro del temblor con GPS. La Plaza Carso fue de las primeras que se equiparon con este complejo sísmico; mis padres cogieron por todo el espacio, era su parque de recreaciones libidinales.

1

Volvamos al Soumaya, al 2015. Después de dar el código secreto a los operadores, Carlos y María Helena ingresaron a un cubículo del baño. Mientras tanto sonaba la versión instrumental de Speed of Sound de Coldplay en los altavoces del tocador; todo comenzó a zarandearse como si el inmueble hubiera enfermado de Parkinson, como si la dopamina de sus paredes hubiera sido extirpada bruscamente. No se sabe si fue una venganza de algún grupo radical o un grave error pero de lo que sí estamos seguros es que no fue nada más la pura puntita, porque el museo perdió el piso y la Plaza Carso también.  La tierra nunca había cargado con tanto goce como el que desbordó los cuerpos de Carlos y María Helena,  quienes quedaron suspendidos temporalmente como nubes de polvo, para después condensarse y llover en forma de escombro.

Árboles rebasando las vigas, rodillas de mexicanos con fuerte carga genética europea embutidas en agua y en vidrio; un lodo brilloso reviste los retazos de pavimento que ahora tragan la luz que el cubo blanco abierto dejó escapar por los vértices rajados. El resto del organismo de mi padre descansa enchufado en metros de cable de fibra óptica, que están pegados a lo que parecía ser una escultura de Calder que muchos han confundido con el toldo de un Chevy; en el extremo opuesto de la plaza se asoman las cuencas de sus ojos ocupadas por monedas del virreinato con indiscretos símbolos jacobinos.     

1era

Quedé huérfano de padre y madre. Mi abuelo murió una semana después en un trágico accidente automovilístico donde lo único que quedó fue su papada intacta, como un flan para una fiesta de cien o más invitados. Lo bueno fue que en ese momento apareció Eugenio López, me tendió una mano y en pocos días se convirtió en un padre y un guía espiritual para mí. El Museo Jumex estaba hecho pedazos al igual que el Soumaya, no había manera de recuperar el terreno porque las placas tectónicas no dejaban de balancearse. Durante los novenarios de mis difuntos le propuse a Eugenio crear la Colección Julmex (3). Aceptó encantado. Aclaro que entonces ignoraba los avances tecnológicos del 1000G y el Postinternet de las Cosas Azucaradas que surgirían un mes después y que me llevarían a poseer mucho más dinero que todos mis ancestros y descendientes juntos.

5

Sonará a cuento pero Eugenio López, misteriosamente, falleció tostado en una cama de rayos UV, un mes después de nuestro acuerdo. Sin embargo hay un lado bueno, pues en lo que a la Colección Julmex concierne, lo tengo todo clasificado: todo en orden para honrar la memoria de mi familia y la de Eugenio.

2

A pesar de lo que algunos desobligados insisten —motivados por su líder, el dizque artista inglés Jeremy Hutchison, incansable desestabilizador del Estado— ¡Esos escombros son míos¡ ¡Me pertenecen! ¡Me los dieron mi abuelito y mi padrino Eugenio! (que Dios los tenga en su gloria). Equipos de especialistas —corredores de bolsa, geólogos, anarquistas, ingenieros, programadores, fotógrafos, museógrafos, historiadores, curadores de arte y otros por igual— se encuentran trabajando las 24 horas, los siete días de la semana, los 365 días del año para clasificar, medir y documentar las últimas reorganizaciones de lo que se mueve en la extinta Plaza Carso, pues hay réplicas fabulosas a cada segundo. Naturalmente, inauguramos una nueva exposición de alto estándar en un promedio de cinco minutos, como una sopa Maruchan. Al añadirse o descartarse elementos, la colección permanente se está actualizando siempre. Sí, el coleccionismo agitado es mi pasión.

La tierra no ha dejado de moverse (4) desde entonces, y para ser sincero, a veces ya no sé si todavía me encuentro en México. Sin embargo, reconozco rápidamente cuando paso por la China debido a los modales de las olas. En definitiva, lo que me gusta más de las faldas del continente africano son sus piernas. La exactitud del GPS tiene vigencia corta, debido al movimiento perpetuo de las placas tectónicas, que imposibilitan que existan cálculos válidos por más de cinco minutos. En cambio, el 1000G tiene precisión tiempo y espacio aire. Infalible.  

Si de algo ha servido el 1000G, es para despertar la creatividad humana y crecer juntos en mis tiempos y espacios aire. Es sistemático y está comprobado que al agotarse las esperanzas, al entrar en crisis, la multitud que conforma un pueblo x se organiza, se motiva, se levanta para cambiar el rumbo del sistema que lo ha llevado al colapso –algo cambia. No nos vayamos a la teoría, a los conceptos duros; vámonos a lo inmediato, a lo físico: es evidente que la emancipación que ocurre después de un período de opresión hace que la gente camine distinto. La tierra es un territorio sensible; como un pedal de una guitarra eléctrica, hay que saber pisarle para que haga sonidos impensables. El 1000G potencializa y captura esos registros y nos conecta doscientas veces más a todos.

¿Te has preguntado qué se sentiría ser tocado por el dedo índice de Carlos Slim, mi abuelo? ¿Qué se sentiría ser el iPad de El Chapo Guzmán -antes de escaparse de El Altiplano- y sentir los áridos dedos del héroe nacional? El 1000G te da las respuestas.

Ya huele a plástico quemado —el módem se está sobrecalentando— así que me despido, asegurándote que nunca es tarde para invertir en 1000G. Compra acciones Telmex AHORA para que tú y tus seres queridos formen parte del reino de mis tiempos y espacios aire, y vivan la experiencia trascendental 1000G.

Recuerda, si inviertes AHORA, ni a ti y ni a tus seres queridos les faltará el tiempo y el espacio aire suficiente para caminar de forma creativa en la temblorosa tierra del mañana.

Sinceramente,

Carlos Slim 3.0

Notas:

(1) En el Libro del Éxodo del Antiguo Testamento se relata a detalle la hazaña.
(2) Post-internet de las Cosas Azucaradas (PIoST, por sus siglas en inglés) es un concepto que se refiere a la interconexión digital de objetos azucarados después del Internet. También suele nombrarse como el después del Internet de todos los carbohidratos o como el después del Internet en los carbohidratos. Alternativamente, el post-internet de las cosas azucaradas es el punto en el tiempo en que se conectarían a Internet más “azucares o carbohidratos” que personas.
No es una eventualidad que después del derrumbe y colisión de las dos expresiones materiales más grandes y distintivas del capitalismo semiótico en el país se generara el PIoST: la primera red autónoma y pública de interconexión de lo sensible que accede a los carbohidratos semióticos de los objetos para entender y almacenar datos que calculan y rastrean las energías de las tercias políticas.
«¿Cómo es que se distribuye y redistribuye lo disensual entre las cosas y personas?», se pregunta el PIoST. Por ejemplo, si todos los carbohidratos de lo político, lo ético, lo estético y lo social estuvieran conectados a internet y equipados con dispositivos de identificación, no existirían, en teoría, energías (sensibilidades) fuera de stock o caducadas; sabríamos exactamente su ubicación y cómo se queman y cómo distribuyen las sensibilidades en todo el mundo: el extravío de lo sensible sería cosa del pasado y sabríamos qué está encendido o apagado en todo momento.
(3) La Colección Julmex es una colección de arte contemporáneo, moderno y clásico que reúne en el suelo y subsuelo de la Plaza Carso, principalmente, obra de las ahora inexistentes y antes reconocidas colecciones corporativas Soumaya y Jumex, propiedad de los empresarios Carlos Slim (Grupo Carso) y Eugenio López (Grupo Jumex), respectivamente.
(4) Antes de que el 1000G se ofertara al público se rumoraba entre la gente new age que el planeta enfermó del Mal de Parkinson. Y antes del Postinternet de las Cosas Azucaradas se decía que era diabetes.

 

 

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