22.04.2019

El exilio de las partes

Erik Del Búfalo discute con la artista Ana Alenso sobre los cuestionamientos que su trabajo activa alrededor de los imaginarios de incertidumbre, dentro del presente venezolano, perpetuados por un voraz ‘petroestado’.

Sin duda alguna, el más reciente arte venezolano ha estado marcado por la situación política que vive el país desde finales de los años noventa; sea de un modo explícito o como denuncia, sea de una manera implícita o desde el desconcierto. El trabajo de Ana Alenso conjuga estas dos perplejidades. La siguiente conversación con la artista estuvo atravesada por una extraña dialéctica, de mutuo extrañamiento, pero también de mutua cercanía. Como si tradujéramos a una lengua extranjera una lengua materna que nos fue arrebatada. Y quizá sea así siempre cuando se trata de traducir en palabras un hecho plástico. Sobre todo porque no queríamos que este texto fuera una mera yuxtaposición de ideas generales sobre un hecho concreto, silencioso, irrepetible, inconfesable: la propia obra. Tampoco quisimos que la verdad de las opiniones de la autora solapara la verdad del hecho artístico. Las obras de arte tienen siempre su propia visión del mundo, misma que sólo se puede expresar siendo esa obra. Lo que queda a la artista es acaso convertirse en una intérprete privilegiada, íntima; el oráculo de una diosa que sólo ella ha visto. Centradxs en la búsqueda de ese mensaje, entablamos este diálogo, espaciado en el tiempo, interrumpido por el espacio.

Erik del Búfalo: Tu trabajo, Ana, transparenta claramente los vaivenes de la riqueza petrolera como algo que escapa a la mera temporalidad lineal, a la idea del tiempo histórico propio del occidente moderno, cuya fe es el progreso y, más bien, sugiere un tiempo circular, un tiempo mítico; parecido al tiempo de las primeras civilizaciones definidas por el ciclo natural de las estaciones. Tal vez porque el petróleo, más que producirse, se extrae de la naturaleza, la riqueza de Venezuela nunca ha dependido de la voluntad de sus ciudadanos, sino de los ciclos de la extracción y las oscilaciones de la renta. Este recurso natural ha sido para nosotros una ambrosía, una dádiva mágica. ¿Encuentras que tu obra trata de interpretar esta lógica de la enajenación de la riqueza petrolera? ¿Juega un papel esencial, en tu trabajo, la temporalidad de la “extracción”, la enajenación o desterritorialización del subsuelo?

Ana Alenso: Trabajo mayormente con la sensación de incertidumbre que la era del petróleo nos ha dejado. En la historia de la extracción del petróleo encuentro un cosmos de conflictos y paradojas, ideas de progreso y destrucción; que hoy en día constituyen muchas de las luchas de poder a nivel global y que han terminado por apoderarse de nuestro imaginario colectivo; más aún en países conformados por un petroestado, como lo es Venezuela. En mi trabajo busco revelar los vicios de este imaginario petrocultural y su potencial iconicidad a partir del uso de objetos, fotografías, videos y otros elementos industriales. Por ejemplo, en el trabajo 24/7 (2014), una rueda de tractor de juguete da vueltas lenta e infinitamente sobre un espejo. En este caso, podría decir que el motor en el “subsuelo de la pieza” es el impulso que representa la idea de progreso y de modernidad en la Venezuela de los años sesenta que, al igual que esta rueda desmantelada, fracasa, se pierde y alucina con el reflejo de su eterno retorno.

EDB: Esto que llamas “eterno retorno” sugiere también la idea de una fuerza centrífuga, de una licuefacción de la modernidad venezolana, importada justamente con los recursos del petróleo, una modernidad insuflada que termina por convertirse en hiperinflación, como se ve claramente en tu obra 1.000.000% (2018). De algún modo, la relación entre el dinero que entra y desaparece rápidamente se refleja culturalmente como una espiral, un ciclón de ruinas. ¿En tu obra ves alguna relación entre esta modernidad fallida de la que hablas y la posibilidad de otro tipo de país? ¿Hay un país futuro imaginado en tu trabajo?

AA: La instalación 1.000.000% es un circuito conformado por un prototipo de ciclón del dinero [1], dos barriles de petróleo, pedazos de autos, mangueras, pantallas LED y motores que se encuentran conectados mecánicamente. El título de la obra se refiere específicamente a un punto de quiebre en la historia de la hiperinflación en Venezuela, cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronosticó 1.000.000% de hiperinflación para finales de 2018. Exactamente la misma tasa de hiperinflación que vivieron los alemanes durante el periodo de entreguerras en 1923. La hiperinflación, vista como una experiencia cotidiana de aceleración y disolución, se asemeja o hace guiños con la cultura del azar, en donde todo puede pasar. No es de extrañar, también, que dichas circunstancias refuercen la creencia de que las reservas petroleras del país son nuestro único e inagotable seguro de vida. En septiembre de 2018, los tres millones BsF. recolectados en la cabina del ciclón del dinero equivalían apenas a 20 céntimos de dólar en el mercado negro. En la cabina de la instalación, cientos de billetes vuelan en intervalos de pocos minutos, hasta que, con el paso de los días, la fuerza del aire dentro de la cabina termina por desintegrarlos. Se trata de un proceso temporal, aunque alegórico, que no sólo muestra una economía en quiebra, sino también la decadencia de una sociedad metódica- mente empobrecida por un sistema corrupto.

En este sentido, y buscando precisar más en tu pregunta, creo que la idea de un país futuro en mi trabajo se plantea más bien como una interrogante. Por lo general, abordo cuestiones de las ecologías, las economías y las geopolíticas actuales con una intención crítica, pero a través de un lenguaje predominantemente poético y abstracto. Sin embargo, y paradójicamente, se me hace difícil imaginar la posibilidad de otro tipo de país en mi obra mientras las políticas extractivistas del país sigan incentivando la corrupción del Estado, al punto de llegar a justificar la destrucción parcial del Amazonas (por nombrar un caso concreto: el Arco Minero del Orinoco). [2]

Las políticas extractivistas en el contexto latinoamericano se sostienen bajo un entramado de poderes anclados a sus pasados coloniales.

EDB: Quizá, si algo ha sido común en los últimos años en Venezuela, incluso antes de la llegada del chavismo, es la imposibilidad de imaginar otro futuro que no sea el de un país petrolero. Ahora que el petróleo apunta a desaparecer en las próximas décadas como fuente primaria de energía, parece casi imposible proyectarnos como nación. En tu obra, este tiempo circular, el tiempo de la extracción y la renta petrolera, se patentizan como apocalipsis, como final sin destino. Pienso también en artistas como Rolando Peña, quien desde los años setenta denuncia la extracción petrolera como único escenario posible para Venezuela. No obstante, en tu obra, que pertenece evidentemente a otra generación, la denuncia es aún más pesimista. No sólo en su carácter ecológico, sino en su capacidad para destruirnos como sociedad sin, siquiera, la posibilidad de imaginarnos otras salidas. ¿En qué sentido la denuncia que atraviesa tu trabajo no sólo es una denuncia al petróleo como fuente de única riqueza, como lastre neocolonial, sino, como has afirmado, una imposibilidad de imaginación colectiva, del fracaso de una visión nacional?

AA: Se nos hace casi imposible proyectarnos como país porque somos una consecuencia clara de la enajenación petrolera, de la llamada “maldición de los recursos”, como denominó Richard Auty a este fenómeno, donde la abundancia de recursos naturales conduce a la miseria. Crecí dentro de una generación que ha sido testigo de la destrucción del aparato económico y de las instituciones públicas, y de una forma bastante drástica, donde la corrupción se ha establecido como una práctica cotidiana de supervivencia. Este estado de vulnerabilidad, casi amnésico, de la nación es lo que me permite hacer un ejercicio distópico, en donde elementos representativos de la historia y cultura petrolera se transforman en objetos escultóricos. Son construcciones precarias y desechos industriales que se transforman en plataformas para la discusión y la contemplación. En mi trabajo, quizás como en la geopolítica, cada objeto ejerce un rol dentro del ensamblaje y es por ello que, en muchas de mis esculturas, los elementos son sostenidos sólo por la tensión y la compresión entre sus partes.

EDB: Pero esta “maldición tropical”, esta tristeza de los trópicos, que es su dependencia neocolonial o monoexportadora de materias primas, no aparece en tu obra como un mero “hecho”, sino como una estructura, esto es, como un conjunto de relaciones en tensión que busca reproducirse a sí mismo. La maldición, no obstante, implica dos cosas, que hay una condena que le viene al país desde afuera y, por otra parte, que existe algo del orden del discurso que nos hunde en el mal (maldición). En tu obra esto se revela como exterioridad, pues es algo que vemos y no sólo algo que nos hace ver; es más objeto que sujeto, más materia que experiencia, más recipiente que contenido. La percepción, marcada por cómo llevas al espectador a recorrer tu obra en el espacio, se encuentra aún en un lugar no descubierto, no explorado. ¿También existe una tierra virgen en tu obra, un país que permanece a salvo de la maldición? ¿Dónde está? ¿Si existe, cómo es ese país?

AA: En la obra hay un contenido oculto que se origina en la combinación de los elementos y su capacidad de referirse a otras latitudes; en ciertas obras el leitmotiv es el caso venezolano, en otras las lógicas del extractivismo o el cambio climático. La cuestión es que en el proceso creativo, a partir de la recolección de los materiales, hay momentos de improvisación, reciclaje y manipulación que aportan un conocimiento empírico a partir del cual se generan estados de precariedad, fragilidad y tensión en la obra. Este elemento sensible es un vehículo para las alegorías y una invitación a dialogar con otrxs. Si imaginara un país en mi obra, sería el país de la supervivencia, un país pensado desde el exilio, un país destinado a cambiar y reciclarse constantemente.

EDB: Esta reflexión me obliga a preguntar, ¿el petróleo no es también la metáfora del exilio; esa riqueza que, viniendo del subsuelo nacional, progresa en otras partes del mundo? ¿La nación venezolana, en su éxodo, no sería en última instancia el último límite de una riqueza perdida?

AA: Creo que es una buena metáfora porque en ambos procesos (la extracción del petróleo y el éxodo) ocurre una mutación profunda, un cambio de estado químico y mental, que conduce a su integración, tanto a otros sistemas de producción en el caso del petróleo, como a otras sociedades en el caso de lxs venezolanxs.

EDB: Por último, Ana, en este vaciamiento de recursos y seres humanos, ¿cómo concibes a Venezuela dentro del contexto de América Latina? Ciertamente, no somos el primer país que, en el contexto latinoamericano, ha sufrido de ser monoproductor y tampoco el único donde se presenta una forma arcaica de temporalidad, gracias a una modernidad más o menos fallida. No obstante, el proceso venezolano es particularmente paradójico porque la explotación de materias primas que vive el país no se da tanto desde afuera —como imposición imperialista—, sino desde una reivindicación social interna, llevada a cabo por fuerzas supuestamente progresistas.

AA: Creo que las políticas extractivistas en el contexto latinoamericano se sostienen bajo un entramado de poderes anclados a sus pasados coloniales, donde conviven profundas lesiones políticas, sociales e ideológicas. Por lo que se me hace particularmente difícil diferenciar las posturas extractivistas de los gobiernos de la región, parafraseando a Svampa (2013). Es decir, sean éstos “neodesarrollistas progresistas” o “neodesarrollistas liberales”, existe un consenso de fondo (consenso de los commodities) que se traduce en un proceso de despojo y violencia sobre los territorios y sus comunidades. Dicho esto, creo primordial que estas reflexiones nos lleven no sólo a considerar el rol de la geopolítica en la conservación de los ecosistemas, sino también a reconocer el carácter antropocéntrico de las prácticas extractivistas y la urgente necesidad de reconstruir y fortalecer nuestra relación con la naturaleza. Por ello quisiera culminar esta conversación con las inspiradoras palabras de los U’wa, habitantes de las profundas selvas del oriente colombiano y grandes defensores de su territorio: “El petróleo es ruiría y ruiría es la sangre de la Madre Tierra… tomar el petróleo es, para nosotros, como matar a nuestra propia madre”.

 

Notas

  1. Ciclón del dinero (2015).

  2. El Arco Minero del Orinoco es una zona al sur de Venezuela de más de 100.000 km2, rica en diversos minerales como oro, cobre, diamante y coltán; y creada por decreto, en 2016, por el gobierno de Maduro para ser explotada intensivamente. Mafias, guerrillas colombianas, fuerzas militares y hampa común se disputan parcelas de su territorio. Múltiples organizaciones han denunciando crímenes contra los DD.HH., así como crímenes ecológicos.

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