02.10.2021
»Si bien frente al auge de la fotografía, el término real se ha vuelto cada vez más ajeno a lo pictórico, en su condición de imagen, la pintura puede tocar la realidad a través de fórmulas que arden en medio de contextos históricos, en los que se producen saberes críticos sobre las imágenes.»
Al reflexionar sobre artes visuales y retornos históricos, se hace significativo establecer una diferencia entre “el retorno a una forma arcaica de arte que alienta tendencias conservadoras en el presente, y el retorno a un modelo perdido de arte hecho para desplazar maneras tradicionales de trabajar”.[1] Diferencia ante la cual es legítimo preguntarse si es posible determinar –hoy– algún modelo perdido de creación, mientras vivimos el entrecruce de historicidades, lenguajes y recursos permitidos por un tiempo de superposiciones como el nuestro. Y es que, a pesar de la lejanía respecto a disciplinas puras e inalienables del pasado, las manifestaciones artísticas actuales se enmarcan de manera ineludible en una genealogía de disputas, caracterizadas por la presencia de temas, estrategias y formas, entre las cuales la pintura, su caducidad y validez, ha ocupado un espacio focal y sustancioso de debate. Asunto de larga data que ha empujado los límites de la representación pictórica a experimentar y mutar, hasta hacer del ejercicio de los pintores un espacio de anacronismos y de posibilidades para la imaginación y la realización.
En una inteligente revisión de este proceso, Luis Salazar desarrolla en Art in America un ejercicio de historia, montaje y dialéctica entre objetos urbanos, elementos de la cultura popular y lenguajes de vanguardias artísticas de posguerra. Mientras su pintura desafía los discursos lineales reconocidos por la historia del arte occidental, Salazar crea un espacio de fórmulas y diagramas con los que establece relaciones visuales y lingüísticas expansivas (ni inmediatas, ni fáciles de comprender) que deambulan por polos tanto figurativos como abstractos del arte moderno. Sobre este último, las obras presentadas suponen una paradoja ante la abstracción, pues mientras la geometría del siglo XX “no recuerda –ni debe recordar– nada, no sugiere nada, ni se parece a nada”,[3] las formas de Salazar operan como agudas apropiaciones imitativas, sin dejar de lado la crisis y degeneración que toda imitación contiene en sí misma.
En un país como Venezuela, décadas breves pero intensas de modernización han determinado hasta nuestros días una impronta abstracto-geométrica, que opuesta a la herencia figurativa, generó en su momento uno de los debates intelectuales más álgidos de la historia del arte venezolano: la figuración versus la abstracción. Antónimos absolutos que aparentan disiparse y coexistir en un presente solapado a través de sus maneras de asumir lo real, desde su aislamiento o desde su penetración. Así, la inserción de oposiciones entre la representación y abstracción por parte de Salazar abren un paréntesis en nuestro discurso que nos permite retomar una vieja disputa: el lugar de la pintura figurativa.
En su reciente libro, La (in)actualidad de la pintura y vericuetos de la imagen, Luis Pérez-Oramas reivindica la naturaleza espacial, las alturas, los espesores, las densidades y materias del objeto pictórico, mientras se pregunta “¿cómo puede una ideología de la imagen haberse impuesto tan rotundamente sobre la concreta realidad de que una pintura es, antes que pintura, cosa y como pintura, también, objeto?” (ídem). Recuperando su condición objetual, la pintura de Vivenes abraza y adopta formatos que la hacen artefacto, escultura, ensamblaje, materia y corporeidad exploratoria de símbolos (en este caso, patrios), que desacralizan y profanan la iconografía del poder venezolano, y con ello, lo que representan para la memoria colectiva.
Por su parte, desde este lugar mnemónico, la figuración establece vínculos simbólicos con la naturaleza “de la que ha sido extraída y a la cual remite de nuevo”.[5] Vericueto en el que se insertan las Crónicas Fantásticas de Rafael Arteaga, haciendo de la trampa advertida por Pérez-Oramas una delantera sobre la imagen contemporánea. Encontradas en un archivo de superficies intangibles e hibridadas con recuerdos fotográficos, las imágenes seleccionadas por Arteaga (entre un gran repertorio de espejismos bidimensionales brindados por el internet y los hallazgos) toman cuerpo de pintura a través de hilarantes construcciones visuales, ligeras, rápidas y digeribles; obras que tocan lo real desde la inverosimilitud que opone el realismo a la fantasía: ¿son verdaderas estas escenas, a qué recuerdos nos remiten? ¿Qué pasa cuando, al revés de la trampa, una imagen se convierte en densidad pictórica?
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Luis Salazar, Art in America
Carmen Araujo Arte, Sala TAC, Caracas, Venezuela
8 de julio al 3 de octubre de 2021
José Vivenes, Doblepensar
Spazio Zero Galería, Caracas, Venezuela
12 de junio al 27 de septiembre de 2021
Rafael Arteaga, Crónicas fantásticas
Beatriz Gil Galería, Caracas, Venezuela
Julio a septiembre de 2021
Hal Foster, El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo (Madrid: Akal, 2001
George Didi-Huberman, “El archivo arde”, en: Georges Didi-Huberman y Knut Ebeling (eds.) Das Archiv brennt (Berlin: Kadmos, 2007)
Xavier Rubert de Ventós, El arte ensimismado (Barcelona: Anagrama, 2006)
Luis Pérez-Oramas, La (in)actualidad de la pintura y vericuetos de la imagen (Valencia: Pre-textos, 2021)
Idém., Xavier Rubert de Ventós.
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