Reseñas - México

Raúl Rueda

Tiempo de lectura: 7 minutos

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02.03.2019

«nepantla» y «Una piedra rota no es dos piedras»

Por Raúl Rueda, Guadalajara
Jalisco, México

De entre las fisuras: reseña de nepantla y Una piedra rota no es dos piedras

El arte de nuestros días se ha abocado a abolir las certezas. El desafío y desmantelamiento de las categorías, los medios de producción y del espacio de exposición fueron el punto de partida, pero la constante movilidad y precariedad se ha trasladado también a la médula de las obras, a los discursos que las entretejen y a las ideas que las atraviesan. La curaduría se planta entre la certeza y las preguntas sin respuesta: plantea posibles caminos de lectura, contextualiza, une elementos.

En los últimos años, la curaduría había comenzado a ocupar un lugar privilegiado en el mundo del arte contemporáneo, pero particularmente en el cómodo espacio de las certezas. Unx preguntaba quién la curó antes de saber quiénes expondrían. Se pensaba en la curaduría como certeza, ya que es lx curadorx aquel infiltradx que se encuentra con un oído de cada lado, entre lxs artistas y el público. Si lx curadorx era reconocidx, la exposición representaba ya en sí una seguridad, más allá de lxs artistas o de las piezas que figuraban en ella. Para las instituciones, lx curadorx se había convertido en su carta de presentación. Pero como toda estructura que se solidifica en esta tierra nada firme, su destino es resquebrajarse, poco a poco.

La curaduría no desaparecerá, pero cada día surgen distintos proyectos que cuestionan la forma en la que se ha llevado a cabo la labor, proponiendo múltiples formas de pensar y desarrollar el acto de curar.

A principios de febrero se inauguraron en Guadalajara un par de exposiciones que se sitúan en esta coyuntura: nepantla en Gamma Galería y Una piedra rota no es dos piedras en Estudio Hospital. nepantla surge de la colaboración de los artistas Rafa Esparza y Timo Fahler, quienes fungieron como curadores y artistas, simultáneamente. Los artistas delimitaron el espacio de la galería por estructuras que emulaban tres delimitaciones geográficas relacionadas a los Estados Unidos: la frontera con México, la costa del Pacífico y el borde del Canal de Panamá. Dichas piezas eran estructuras hechas con varillas para construcción y estaban recubiertas de adobe. Los bordes delimitaban, además del espacio de exhibición, el campo en el que se desarrollaban las piezas de los otros siete artistas que Esparza y Fahler seleccionaron para la muestra: Diana Yesenia Alvarado, Nasim Hantehzadeh, Mario Ayala, Karla Canseco, Daniel Gibson, Alfonzo González Jr. y Mar Citlali. Los nueve artistas participantes comparten la residencia en Los Ángeles, pero también su ascendencia de otros países —proviniendo de México en su mayoría. De ahí el título nepantla, palabra de origen náhuatl que significa “en medio”, concepto que relaciona y da sentido a las piezas expuestas.

Las estructuras de varillas y adobe se sitúan justo en medio de los muros, como horizonte a partir del cual las piezas se disponen y se relacionan. Al estar en la galería, el desconcierto se hace presente. Las piezas se muestran tan interrelacionadas que es difícil saber qué es de quién o si quien expone es unx o nueve artistas. Pero es en este desconcierto donde el proyecto cobra sentido como tal: cuando esos bordes que atraviesan el espacio de exposición funcionan como plataforma, como territorio para lxs que nacieron en todos y en ningún lugar.

De aquí la dislocación de la curaduría: curar no como seleccionar piezas que ilustran el pensamiento de unx, sino curar como espacio para repensar aquello que se tiene en común, para situarse justo ahí en ningún lado, en los dos extremos de la frontera.

Sobre una de las plataformas de adobe se encontraba un televisor que reproducía un video, pieza de Karla Canseco. En el video se superponen imágenes cliché de lo que aparentemente un mexicano debe ser, así como videos aleatorios caseros, mezclándose con la voz de la artista. En tiempos desfasados, un diálogo en inglés y otro en español, la artista habla sobre lo que significa ser entre mexicana y estadounidense, sobre tener que responder a una cultura que simplemente no reconoce como propia. La pieza aparece como una ensoñación que necesita de esfuerzo y atención para lograr escuchar y entender lo que aparece en la pantalla, pero aun así, queda una sensación de que algo falta. Como si en la confusión entre imagen y sonido fuera donde la pieza sucede, en el “no logro entenderlo por completo”, tal como la exposición en sí misma, así como la experiencia de lxs artistas seleccionados quienes produjeron desde ese no pertenecer del todo a ninguno de los dos lados y, por consecuencia, o por eliminación, pensarse en medio.

En el caso de Una piedra rota no es dos piedras, la curaduría ha sido un trabajo de largo aliento. Faena, nombre del grupo del que forman parte lxs artistas Daniela Ramírez, Bruno Viruete, Ramiro Ávila, Napoleón Aguilera, Aldo Álvareztostado y la curadora Paulina Ascencio, integrantes de la muestra, tienen desde finales de 2017 reuniéndose a pensar y discutir sus piezas, lecturas y la obra de otrxs artistas. Estas discusiones a veces terminan en exposiciones; por primera vez, en julio de 2018 intervinieron un bar con piezas que surgieron de su lectura de John Baldessari; y en esta ocasión, tomando como punto de partida el libro de poemas de Luis Felipe Fabre, Cabaret Provenza, montaron esta muestra en Estudio Hospital.

Para este grupo de artistas, la curaduría se entiende como acompañamiento mutuo. Las exposiciones no son el objetivo central de Faena, sino salidas de lo que sucede en las discusiones en grupo; no son el fin, sino los medios para continuar con las disertaciones sobre o desde los referentes que el grupo elige. De nuevo, el modelo de lxs artistas como productores y lx curador como aquel que da sentido se cuestiona; y aunque existe la figura de la curadora, Paulina Ascencio, el desarrollo de la muestra se da en un proceso de intercambio, de comunidad.

Una particularidad de Una piedra rota no es dos piedras fue que el texto de sala era el mismo Luis Felipe leyendo una selección de poemas de Cabaret Provenza durante la inauguración, así que los asistentes teníamos tanto las piezas dispuestas como al poeta, para encontrar hilos que se tensaran entre las piezas y los versos.

De entre las obras sobresalía una gran figura de cartón, obra de Bruno Viruete, que por su monumentalidad y geometría se asemejaba a una deidad prehispánica (los poemas hacen referencia continuamente al mundo prehispánico), pero justo del lado contrario de la sala, la misma figura se reproducía en una tosca hoja de oro —que en realidad era el papel laminado que cubre la tapadera de algunas cervezas—, sobre un pequeño panel de madera. En este juego de dimensiones, entre el monumento de cartón y la miniatura dorada, se revelaba Jack Mendoza, el vendedor de biblias, personaje de algunos de los poemas de Fabre, a quien la vida no le fue suficiente para aprender a tocar el violín. La figura que reproducían las dos piezas no era más que el puente de un violín, que como homenaje y conmemoración a la frustración, a lo que está muy cerca pero muy lejos, Bruno Viruete construyó.

De estas ambivalencias están plagados los poemas de Luis Felipe Fabre, al igual que las piezas de la exposición. Al centro de la sala, un conjunto de piedras de río verdes formaba un rectángulo en el piso. Cuando uno se acercaba a la pieza, se encontraba con que las piedras estaban hechas de oasis (la espuma en la que se clavan las flores una vez que fueron cortadas para que sigan recibiendo agua) y fueron talladas a mano una a una. Un camino es un río, pieza de Daniela Ramírez, retoma uno de los elementos constantes de Cabaret Provenza: las piedras.

Dice uno de los poemas: “Las piedras nunca han estado vivas: las piedras son/algo por nacer”; las piedras como ese objeto donde todas las historias son posibles, pero ninguna es. La pieza de Daniela Ramírez se sitúa en esta posibilidad, utilizando un material que al igual que las piedras es potencialidad pura, pero de forma contraria, tiene la característica de que se deforma, se rompe y se desmorona al primer contacto. Doble espacio de posibilidad: en tanto representación de las piedras que suponen un río tras de ellas y en tanto presentación de una materia que sucede en el momento en que desaparece tras las flores. Si las piedras fueron río y agua y movimiento, Un camino es un río será la ilusión de todo eso pero con sed en vez de río y agua, y quietud total por movimiento.

nepantla y Una piedra rota no es dos piedras son dos fisuras que se abren como vías para pensar la curaduría hoy, para utilizar los espacios de exhibición como lugares de encuentro en los que la única certeza sea que todo es vulnerable, cede y está a punto de caer.

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