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12.09.2016

Con tan sólo mirar...

Proyectos Monclova, Mexico City, México
8 de septiembre de 2016 – 5 de noviembre de 2016

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Más que una pequeña retrospectiva, esta nueva exposición de Eduardo Terrazas se ofrece como una tentativa de abarcar el amplio registro de técnicas y medios en los que ha incursionado el artista desde sus inicios. Aunque, desde luego, también puede ser vista como una muestra que busca recapitular la larga trayectoria de Terrazas como artista visual, ya que la obra más temprana en esta exposición se remonta a 1970. O por lo menos, de ese año viene el dibujo en el que está basado la pintura que aquí vemos. Un esquema de colores contrastantes que recibe al espectador al final de la escalera y que recuerda las disquisiciones que tenían lugar, en ese tiempo, sobre la interacción de las líneas y el color. También de los años setenta proceden las fotografías que pueden verse en el cuarto del fondo. Esto significa que además de la variedad de procedimientos, aquí están reunidos más de cuarenta años de disertaciones plásticas.

Desde los años sesenta, Eduardo Terrazas ha acompañado su práctica arquitectónica con una reflexión bidimensional, que corre paralela al diseño y levantamiento de edificios, pero que, sin duda, se alimenta del entendimiento que el artista tiene de lo que implica trabajar con volúmenes y estructuras físicas, y no únicamente con suposiciones teóricas sobre el papel. De ahí que mucho de su trabajo como artista –que, en efecto, tiene como punto de partida las hojas del cuaderno–, tenga un aire abiertamente constructivista, y que en ocasiones pueda, incluso, salirse del plano y ocupar con comodidad el espacio, como puede observarse en el gran mural de la planta baja, hecho enteramente de bloques entintados con anilina, de los que se usan en algunos juegos de mesa, como el Jenga. Esta obra, 14.23, del 2014, viene acompañada de otras tres piezas recientes de la serie Museo de lo cotidiano, en las que la imagen se construye según una lógica de cancelación progresiva del espacio en blanco, que va siendo llenado con elementos tomados de la vida diaria, como reglas de madera, juguetes, metates, plumeros o fibras para lavar (en la galería pueden verse solamente los realizados con reglas y pistolas de madera). La organización de los materiales se vuelve así el centro de un proceso que en sí mismo, determina la forma final. Una manera abstracta de mirar lo cotidiano.

Lo mismo ocurre con las piezas realizadas con hebra de lana sobre bastidor de madera, de las cuales aquí se presentan cinco, pertenecientes a la serie Posibilidades de una estructura. Como su nombre lo indica, estas piezas, de naturaleza claramente investigativa, ofrecen, cada una, una nueva posibilidad de una determinada estructura; es decir, son variantes de los componentes básicos de dichas configuraciones geométricas, muchas de las cuales Terrazas esbozó en los años setenta, y que desde el comienzo definieron su trabajo, esencialmente, como un ars combinatoria que busca agotar las variaciones que pueden hacerse de una estructura dada. A partir de formas elementales –como círculos, cuadrados, líneas y curvas, con potencial infinito de combinación– el artista crea una experiencia visual a la que el espectador difícilmente puede sustraerse, ya que el aspecto de la obra depende del funcionamiento del sistema, lo que el artista llama juego. Y ese funcionamiento va, además, estrechamente de la mano de la técnica, en extremo peculiar, con la que se llevan a cabo estas piezas.

Para Terrazas, la reconciliación que puede establecerse con el trabajo manual, con su temporalidad pausada, su minuciosidad, es parte esencial de su labor como artista visual. Y es justo el carácter artesanal lo que singulariza a estos objetos, producidos según la antigua técnica de las tablas huicholas, en las que los patrones se construyen lentamente, al ir colocando hebra por hebra de lana teñida sobre una superficie cubierta de cera de Campeche. A la distancia pueden parecer óleos, pero de cerca las líneas del tejido traicionan la uniformidad y nos devuelven una topografía accidentada y cambiante. La apariencia afelpada y los colores alegres y vistosos de los estambres contrastan por completo con la idea que suele tenerse del arte regido por un principio ordenador geométrico; lo cual contribuye a crear la sensación de que podría tratarse también de mandalas. Y es que, en efecto, algo tienen de los círculos encantados del budismo, pues son representaciones donde el cosmos aparece en forma de círculo inscrito dentro de una forma cuadrangular.

Los conjuntos de obra, como el que aquí se presenta, permiten observar al espectador cómo se suceden las variaciones de un mismo diagrama. De una permutación a otra el trazo del dibujo original permanece, como puede verse en las piezas de la subserie Nueve círculos o Cosmos, pero la disposición u orden en que estaban ciertos elementos cambia, así como el uso de los colores, a veces radicalmente, al punto de que parecerían estar hechas a partir de patrones distintos. Pero no es sólo que la apariencia de las obras se transforme de una a otra, sino que dentro de cada estructura se producen interminables mutaciones, incluso de un mismo color. No únicamente porque el artista elija, en ocasiones, trabajar con distintos matices, por ejemplo, de gris, sino porque el estambre, al ser colocado sobre la superficie, pasa dramáticamente del oscuro al claro, según las condiciones de luz. Lo cual, observa el artista, les da «una calidad interesante porque la textura afecta la configuración general de la imagen, que se ve de diferentes tonos aunque sea del mismo rojo o azul.» Esto convierte a las piezas en campos de naturaleza extremadamente cambiante, efecto que sin duda prolonga el encuentro del espectador con ellas, ya que las variantes de tono y densidad, por mínimas que sean, merecen ser contempladas con detenimiento.

Los acrílicos, que llevan por nombre Ventanas, provienen de una serie de dibujos que el artista realizó en 1982 en uno de sus cuadernos, donde quedaron bosquejados, no sólo los patrones, sino también los colores que se usarían treinta años después. Estas imágenes, que tienen un acabado mucho más gráfico, por su naturaleza lisa, que las hebras de lana, dan la ilusión de profundidad y se adentran, así, en una reflexión isométrica, a partir de la cual se exploran distintas posibilidades de presentación de una misma idea geométrica: la de la perspectiva.

Dos cuerpos de obra se añaden en esta exposición a las meditaciones plásticas más conocidas de Terrazas. El primero, Cubos, en el que ha venido trabajando el artista desde hace meses, está conformado por composiciones escultóricas, a partir de combinar una serie de armazones cúbicos reticulados, hechos con varas de árboles entintadas en colores vivos. De nuevo, reaparece el espíritu de la repetición, ya que aquí también hay un desarrollo de un esquema que parte, como en las obras de hebra de lana, de una idea predeterminada. Sólo que en este caso la configuración básica, y el común denominador entre todas las piezas, es el cubo, a partir del cual se crean las distintas estructuras, basadas en una cuadrícula que se produce siguiendo un principio de de crecimiento progresivo.

Y aunque pueda parecer que las fotografías que se muestran al final de la exposición provienen de una reflexión por entero distinta, ya que aparentemente nada tienen que ver con geometría, en realidad, en ellas está presente el mismo ánimo serial que domina el resto de los trabajos. Se trata de un conjunto de imágenes que Eduardo Terrazas tomó en los años setenta, en sucesivos paseos por el centro de la Ciudad de México, en los cuales se dedicó a capturar las curiosas composiciones de las vitrinas de los distintos comercios. Sin importar que fuera ropa interior, espejos, cubiertos, cordones, manos de muñecos o limas, los vendedores se ocupaban de generar arreglos que recuerdan a los que el propio Terrazas realiza en Museo de lo cotidiano, donde la repetición de un mismo elemento es la constante. Estas fotografías no se han mostrado en décadas, así que esta es una ocasión inmejorable para acercarse a otra faceta del trabajo plástico de Terrazas, donde la naturaleza cambiante de los objetos ocupa el centro de sus preocupaciones estéticas.

http://proyectosmonclova.com/

Texto de María Minera
Fotografía: Pedro Hiriart & Agustín Estrada
Cortesía del artista y Proyectos Monclova, Ciudad de México

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