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22.05.2022

«The Ecstacy of Influence», exposición de Marek Wolfryd, en Galería Tiro al Blanco, Guadalajara

Del 20 de mayo a agosto de 2022

Lo importante no son las filiaciones sino las alianzas
y las aleaciones; ni tampoco las herencias o las descendencias
sino los contagios, las epidemias, el viento.

GILLES DELEUZE

Ninguna obra es reducible al trabajo de un solo artista. ¿Qué es la autoría individual sino un conjunto de imaginarios y consensos que solo existe al borrar los múltiples actores que la permiten? La materia prima con la que se construye cualquier discurso es un bien compartido, y lo “nuevo” se erige siempre en compañía. El ejercicio constante de referencias que es la práctica artística nos ubica en una zona laberíntica y rizomática, sin principios ni finales claros. Al estar inscritas en relaciones sociales, las obras son viscosas, capaces de incorporar elementos que se adhieren en su devenir y provocan interlocuciones que las alteran para hacerlas hablar lenguas imprevistas.

En 2007 Jonathan Lethem publicó un ensayo titulado The Ecstasy of Influence, en el que explicaba cómo las ideas se han compartido, reciclado, robado, reinterpretado y copiado desde tiempos remotos. Lethem argumentaba que el arte está hecho de apropiaciones de manifestaciones anteriores y que la originalidad absoluta es un mito. Dentro de este laberinto de correspondencias, la exposición de Marek Wolfryd —que toma prestado su nombre del ensayo de Lethem— se navega como un hipervínculo. El acercamiento a cada una de sus piezas nos lleva siempre a otra, que la precede o antecede. Se evidencia el carácter archipiélago de todo objeto, su condición de conjunto, la imposibilidad de que exista en el vacío. Así, una columna jónica de piedra tallada se actualiza al entrar en relación con un inflable de plástico que la imita; las patas de un caballo invocan a la estatua ecuestre que fue hace quinientos años; un lobby nos recibe con dos relojes que simultáneamente nos sitúan y transportan: el pasado se infiltra en la contemporaneidad y encuentra nuevas formas de manifestarse. Remakes de remakes, piezas que “nos parecen conocidas”, y en ese recuerdo se transforman en otras, con objetos reemplazados, tropicalizados, desplazados. Con gestos como este, se vuelven a poner en escena y circulación obras que son capaces de, como ha dicho Sara Uribe, producir presente con materiales de otras temporalidades.

Es común rodear las obras artísticas con un aura mágica o devocional que invisibiliza las relaciones de producción en las que están insertas; esta ilusión —o fetichización— nos hace verlas como entes independientes y valorarlas únicamente por sus cualidades estéticas, su “pureza” irremplazable o su “originalidad”, y que olvidemos el carácter social del trabajo que las produce. La muestra, además de dar testimonio de los procesos de transacción comercial que tuvieron que ocurrir para que las obras se exhibieran aquí y ahora —como puede leerse en las fichas técnicas—, expone diálogos diversos con otras y otros artistas, y pone en duda la idea de creación original del autor solitario que elabora piezas inconexas y autónomas.

Los sistemas de influencia, apropiación y autoría colectiva han existido desde hace miles de años y han pasado de gozar de buena salud a considerarse prácticas merecedoras de castigos, según las convenciones y códigos culturales de la época. Marek Wolfryd nos muestra sin pudor que también en el arte contemporáneo es común que las piezas no estén hechas por el propio artista y sean otros u otras —un conjunto de empresas chinas, en este caso— quienes ejecutan la “idea”. No debemos olvidar que en tanto mercancía, una obra está sujeta a desplazamientos geográficos, dinámicas de poder y relaciones económicas, de modo que también en la práctica artística se revela cómo opera el modelo capitalista, caracterizado por terciarizar la mano de obra.

El ejercicio de la reproducción lo que ya ha sido reproducido introduce la posibilidad de un proceso infinito de transferencia y remezcla de materiales parecido a lo que ocurría con los palimpsestos antiguos: manuscritos que conservaban las huellas de un texto anterior que había sido alterado para poder escribir nuevamente en la misma superficie. La infinitud de capas que carga cualquier manifestación artística nos acerca al significado de la palabra “copia”, que en latín quiere decir “abundancia”. Y el encuentro con lo infinito en cualquiera de sus manifestaciones puede provocar inquietud, pero ¡qué estimulante es lo que agita!

VALERIA MATA

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