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13.06.2017

En tus ojos me imagino el mar... aunque nunca haya ido

Estudio Marte 221°, Mexico City, México
May 27, 2017 – June 25, 2017

Interclubes

En la era de la cultura para las masas es fácil corroborar que al hablar de la propia experiencia uno en realidad se refiere a vivencias masivas. Casi siempre lo que entendemos como más íntimo, un romance, una religión o un acto fanático, tiene ese vínculo irremediable con una colectividad real y/o imaginaria, como nos ha puesto en claro Elías Canetti. El grito de goool eterno en voz de Ángel Fernández (un producto de ese relámpago de adrenalina del chutazo) marcó el desarollo emotivo de casi todos los que crecimos en los setenta. Pero aún si es tremendamente estereotipada, la matriz de cada disciplina deportiva da cabida a la decisión personal y la individualidad, si es que se siguen algunas reglas básicas. Yo no recuerdo haberle ido jamás al América ni entendí la idolatría que por Carlos Reynoso profesaban algunos de mis primarios compañeros. Ignoro si es legítimo pero en mi memoria esto está ligado con Pepe el Toro, José José y con ciertas coordenadas de conformismo, de ausencia total de rebeldía. Pero esto ¿fue realmente mi elección? Soy hijo de un universitario que todavía estudió en el palacio de minería, acabé siendo fiel al menos en eso. Soy puma y cantaba Goya sin tener idea por qué.

Marco Aviña y Marek Wolfryd, dos de los artistas jóvenes más activos que conozco, han revivido ese desagrado que me causa el equipo América. Pero me parece clarísimo que en esa alegría y esa insistencia por el absurdo, en esa fingida reverencia, hay dos elementos o dos blancos de una crítica que se desvela por capas, como esa cebolla mental que produce lágrimas falsas a las actrices de Televisa. El arte, el deporte… Dos tipos de rituales emparentados estrechamente. Y si nos parece lícito evaluar cada actividad por su intensidad, por la cantidad de fieles, por su carga libidinal, el arte queda mal parado, en apariencia. Pero al ejecutar este fanatismo híbrido y contradictorio, los artistas no sólo alardean de frialdad y astucia, también generan vínculos y asociaciones delictivas, contradictorias. Ambos están muy lejos de esa virtud que parece haber inflado el pecho de tantos de sus colegas, cuya crítica de la ironía del arte de los noventa los llevó por caminos llenos de bonhomía y trabajo colectivo. Ahí frecuentemente echamos en falta el humor, la malicia, aquí nos quedamos con esta crítica al entusiasmo que coquetea con la parálisis.

Pero el futbol no es cosa banal. O más bien, lo que la intelectualidad ve como banal en nuestra sociedad debería ser nuestra mayor preocupación. Es en los pequeños actos pasionales de la vida diaria y no en decisiones extraordinarias de militancia política donde se desbarata la utopía. Como ven Aviña y Wolfryd, el abismo de nuestra vida, la inconsistencia de nuestro lenguaje y nuestros afectos son un problema más difícil, que quizá para siempre saboteará nuestros intentos de organizarnos como equipo, como grupo, como nación, como planeta… La falta de fe, el escepticismo, el detenerse en vez de avanzar son imprescindibles, pero pueden llegar a ser una mueca helada. Creo que en la exposición que nos ocupa hay un amor por este caos social que es el futbol. “América”, vocablo utópico y revolucionario por excelencia, indica no sólo la puerta abierta a la bonanza económica, la libertad y el entretenimiento, es también ese optimismo, esa fe multiforme del norteamericano y del empresario que se enriquece exponencialmente a pesar de su profunda estupidez. Es el “ódiame más” del fascismo. La crítica puede tomar la forma del humor, y el buen humor siempre será relevante. Pero ya no sé si esto es suficiente. Veremos.

Eduardo Abaroa

https://www.facebook.com/estudio221

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