Blog - Ciudad de México Mexico

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22.08.2020

Paloma Contreras Lomas presents "El pantano de las ánimas" at Pequod Co., Mexico

Pequod Co., Mexico City, Mexico
July 18, 2020 – September 5, 2020

No sé qué se sentirá ser atravesado diariamente por el Trópico de Cáncer.

Aquel lugar y sus habitantes habitan en estado liminal permanente que les causa ser atravesados por aquella línea imaginaria, la misma que denomina los puntos más septentrionales en los que el Sol alcanza el cénit. En el solsticio de junio, los rayos solares caen verticalmente sobre el suelo en la línea imaginaria del trópico del hemisferio norte. Esta última información la saqué de Wikipedia. Septentrional significa del Norte o relacionado a él, Zacatecas se encuentra en la región centro norte del país, para una chilanga tan convencional como yo, es difícil de entender el significado de un cuerpo atravesado por una línea imaginaria, un cuerpo centronorteño. Siento que en la educación emocional del chilango, todo lo que está arriba de él, se convierte en norte, el denominado norte por el centro es un fantasma, el Norte para el centro es donde habitan hombres tan hombres que amenazan la frágil masculinidad de hombre del altiplano, el que es menudo y habla bajito. Como que el hombre del altiplano habla siempre secreteándose, aunque eso signifique matar a alguien, no alza la voz.

Ay, ay, ay, Ahí le va don Roberto, Catarino y los rurales, se agarraron a balazos, hermanito de mi vida, vienen más de 100 rurales, Catarino les gritaba, qué bonitos arenales, para agarrarme a balazos, Con los mentados rurales, ahí le va, compadre Mario, Catarino les gritaba, con toda su voz completa, al cabo no me hacen nada, Catarino les gritaba, componiéndose el sombrero, todavía me sobra parque, son puras balas de acero, Catalino les gritaba, brincando un cerco de alambres, todavía me sobra parque, bandidos y muertos de hambre. Ya con esta me despido, deshojando unos rosales, aquí se acaba el corrido, Catarino y los rurales.

Recuerdo una vez que anduve con un norteño, él era la representación más romántica del norte que mi cuerpo chilango pudiera imaginar. Tenía un acento marcado, vivía en un rancho, me mandaba fotos de su caballo, conocía a los narcos, y una vez cuando nos andábamos mandando mensajes, me dijo que le gustaría cogerme en una casa abandonada con su rifle. Eso nunca sucedió. Se quedó en un fantasía que no iba a poder suceder, sino se volvería un simple cogidón meridional, el hombre del norte se desmitificaría, al fin. Todo lo que recuerdo de él era su afán de reafirmarme que no era del centro, todo parecía una exageración, era un afán de mostrar que todo lo que hacía, comía, se cogía, era tan Norteño como los tigres.

Si está guapo ¿o sólo tiene acento norteño?

Mi cuerpo no siempre perteneció al centro. Crecí en Guadalajara, me acuerdo que con una amiga nos metíamos a las casas que los narcos habían abandonado. Casas con albercas enormes, elevador, en una encontramos cabezas de animales; rinocerontes, antílopes, pieles. A veces nos escondíamos de los veladores que cuidaban las propiedades abandonadas, sabíamos que había alguien más, cuando encontrábamos Maruchans o veíamos catres con colchas raídas que contrastaban con las columnas doradas, estatuas griegas, el gusto narquillo es una corriente estética, donde se construye un deseo de ser visto. Nada puede pasar desapercibido, una provocación directa hacia un Estado que todo esconde.

En las primeras entrevistas que hice para este proyecto sentía la ansiedad de preguntar por el narco. La idea moderna del narco es una herencia septentrional. Los relatos alrededor del narco a veces funcionan como una herramienta pop dentro de una investigación, si hablo del problema del narco ¿podría emocionar a toda esta raza chilanga que verá este video?

A veces pienso en la ficción del narco construida por el centro. Es como si el sur global mexicano se hubiera ido al norte, dejando al sur de México olvidado.

Pienso en los cuerpos que aparecen en este video y pienso en cómo nunca podré entender lo que los atraviesa, no entiendo la línea imaginaria del Trópico del despojo. Me gustaría pensar en la no comprensión como una herramienta de enunciación.

Está bien ser un cuerpo que no entiende.

Pienso en aquel día en que fuimos a filmar a la mina. Empezaron a aparecer piedras. Piedras de diferentes tamaños. Las piedras eran el personaje más importante, habían sido siempre los testigos de aquel paisaje que estaba siendo extraído diariamente, que estaba siendo llevado a otra parte, para nunca regresar.

Llevarse un paisaje.

La primera piedra estaba ahí en un paisaje que no le correspondía. Nacemos en un lugar, rodeados de un cielo, tal vez en el momento en donde la noche todavía no era noche. México es un país de varios cielos, pero en este momento político no estoy muy segura de poder creer en una genealogía del cielo para poder seguir a las piedras, ni a quién se esconde debajo de ellas, la mayoría de las veces en contra de su voluntad.

Piedra, déjame piedra, no me deformes más, déjame como soy, mira como sangro, qué no sientes como tiemblo, no te importa verme sufrir, nunca me has hablado, como se me seca el alma, mis dientes piden perdón, si te grito que me ayudes, es porque quiero que te alejes, ya no quiero olerte más, no quiero irme contigo, llorando al cielo, quiero aprender, aprender a amar, piedra, dejame piedra, déjame piedra, no me deformes más, déjame como soy, que así estoy bien, solo estoy muy bien, sepárame los huesos, destrózame y entiérrame, olvídame por favor, déjame ser la noche, y bailar hasta sangrar, la danza del más allá, déjame aunque sea irme volando hasta perderme, y nunca volverte a ver, soy un mundo, no me destruyas, que quiero conocer la paz interior.

Mi abuela paterna se llamaba María Berumen. Ese lado materno de la familia viene de Fresnillo, Zacatecas. Eso es lo que dice mi papá. Es parte de aquellos relatos que sólo se repiten para tratar de justificarnos ante una pregunta que quiénes somos. Entre más extraño se vuelve el apellido podemos contar relatos de lugares más alejados. No conozco Fresnillo, ni creo que nunca lo conoceré. Fresnillo y María “la guera” Berumen existen en relatos familiares cada vez más fantásticos. Era raro estar tan cerca de ese lugar por primera vez y pedirle al Trópico que pudiera atravesarme como lo hizo algún día con María Berumen.

Aquél semidesierto tiene una particularidad. Los hombres que la habitan tienen los ojos borrados. Pienso en los ojos de “La Guera” Berumen, ojos del color de alcantarilla que empezaron siendo verdes y terminaron siendo amarillos, más ojo que cara, más relato que mujer.

En la mina, aquel día había pocos hombres trabajando. Hace unos meses, uno de los ingenieros había dicho que no le quedaba tanto tiempo a la mina, al paisaje también se le estaba acabando el tiempo. A aquella mina llegaban hombres de Guadalajara, de Torreón y de Durango, había muy pocos de Zacatecas, decían que era porque que no trabajaban igual, que no estaban acostumbrados a las condiciones de trabajo, al sol. Pensé en las mujeres que había conocido ahí, con el cuerpo acoplado al semidesierto. Pensé en aquel lugar donde había tan pocos hombres jóvenes, los que quedaban, mucho más mayores, estaban dormidos. Sentados afuera de las casas, esperándose a sí mismos. En aquel lugar abundaban las mujeres, me parecía que eran las que sostenían el sueño masculino, como de costumbre. Los hombres jóvenes desde hace tiempo se estaban yendo, en un continuo irse. Algunos a Estados Unidos, el American Dream, hacia la adquisición eterna del cuerpo joven mexicano, otros a trabajar a Monterrey, hay muy pocos que regresan, me he metido en el facebook de algunos, la mayoría postean sobre un regreso al rancho, el eterno retorno a un rancho sentimental. Como si fuera un regreso continuo, vivir un regreso eterno en el presente.

En este país a las mujeres nos enseñaron a esperar, esperamos la llamada, la llegada, esperan la remesa, el mensaje de Estados Unidos de él, o el dinero, muchas, esperamos la muerte a manos conocidas o en la noche mexa que no sólo es noche climática.

Pienso en la espera de Soledad y en el día que nos conocimos, pienso en su voz, nunca había escuchado una voz como la suya, pareciera que sale del monte, más que de su pecho. Fátima, su hija, tiene la misma voz que viene de las piedras. Pienso en Soledad como una especie de médula con imanes que nos atraen hacia ella. Todos los que estábamos ahí queríamos que nos viera, que nos abrazara, comer lo que nos había preparado. Recuerdo que un maestro de la universidad nos contaba que la parte más importante de ser antropólogo a veces era ir a comerse la cochinita pibil y el agua de horchata que la gente te preparaba para recibirte. Pienso en todos los frijoles y gorditas que me comí en esa estancia y pienso en lo injusto de los intercambios durante las investigaciones.

Un semidesierto de hombres dormidos, con los ojos borrados, cerrados durante el día.

María “La Guera” Berumen nunca me habló de su origen zacatecano. Sólo sé que hay un lugar en Jerez que se llama Hacienda Berumen y que de ahí viene. Pienso en la propia Hacienda de allá. Cuando nos quedábamos a dormir ahí, esperando a que algo nos espantara, que finalmente un fantasma se nos apareciera, tal vez algún revolucionario, o algún peón esclavizado de la tienda de raya. La última noche que nos quedamos ahí algo graznaba afuera de la puerta en la madrugada, no sonaba a ningún pájaro o animal que hubiera escuchado antes, sonaba a una mezcla de suspiro de animal con gruñido de bruja, no a un graznido de algún revolucionario

Dejamos de quedarnos ahí, no por el secreteo de los fantasmas, sino porque ya no nos dejaron. Algo de mi propia ilusión colonial se rompió, quería quedarme a dormir ahí, era una fantasía, aquella Hacienda no sólo existía en cimientos, sino que la Hacienda era una parte fundamental de la educación sentimental del pueblo. Me pregunto cómo puede sentirse la Hacienda en el cuerpo. Pero no sé de qué manera empezar a articularlo sin caer en una contradicción. Pienso que el papel de artista exploradora no deja de ser uno de finquera rebajada o hacendada sensible. Y con esto dicho intentaré narrar el sentimentalismo tal vez más cercano a una posición de poder, creo que eso a la clase media de ex-finqueros nos afectó, convirtiéndonos en sujetos llenos de vergüenza colonial.

Aunque también piense en que no tengo ningún acceso a la compra de una propiedad privada a diferencia de María “La Guera Berumen”.

Aquellos hombres que trabajan en la mina eso no les importa, al final es algo de lo que nos preocupamos los artistas, un círculo tan pequeño, cada vez más discutiendo poéticas y extrayendo lo real y convirtiéndolo en una especie de monólogo.

¿Qué podría contar yo?

Que no aguanto el sol, que aquel día no podía enfocar bien la cámara por la luz que me daba a mí y a la pantalla.

Veía al ingeniero, con un pasamontañas, pensaba en la figura más pop de la guerrilla, el subcomandante Marcos, eterna inspiración para la idiosincracia chilanga. El ingeniero sólo se estaba protegiendo del sol. Aunque quiera imaginarme que tal vez hay algunos mineros que protegen su identidad, que corren peligro por el crimen organizado.

Hice preguntas sobre eso que fueron evadidas desde el principio.

¿Cómo se ve el miedo?

Ni siquiera sé si puedo hablar hábilmente de mis propios miedos, mucho menos representarlo, tal vez sólo puedo inventarme definiciones para ver el miedo como un fantasma que se aparece de vez en cuando.

El Más Allá Mexicano.

No sé cómo se vea el miedo para el ingeniero o para cualquiera que trabaje en esa mina. Me acuerdo de la cruz que está antes de bajar al hoyo blanco, aquel túnel de mármol había visto muchas cosas, el reflejo de las piedras había matado a más de uno.

Cuando íbamos camino a la Hacienda no sabía si iba a poder ir a la mina, ni quién iba a recogerme, era muy complicado entrar. Vimos que una camioneta subía hacia el camino, eran dos hombres, padre e hijo que iban a revisar el ganado que había en la mina. Reconocieron a Juan, era posible que lo conociera desde hace mucho tiempo, tal vez aquel señor había conocido a algún familiar de Juan alguna vez. No importaba, Juan era tan famoso que vivían en algún recuerdo que todos tenían de haberlo conocido alguna vez.

Llegamos y ahí estaba él, el primer ingeniero que había conocido. Me estaba esperando, habíamos llegado tarde, él tenía que regresar a Zacatecas, habíamos tenido muchísima suerte de habernos encontrado a ese padre y a ese hijo en el camino.

Estuvimos ahí todo el día, caminando por toda la mina, escuchando al ingeniero y en silencio. Yo filmaba sin saber qué hacer realmente, cómo podría filmar ese paisaje, no había manera de hacerle justicia a nada de lo que estaba ahí. Un paisaje testigo, yo no lo estaba viendo, él me estaba viendo a mí.

Regresamos muy noche a la hacienda. Todos estaban preocupados por nosotros. Yo también en algún momento me preocupé, me daba miedo no regresar. No había casi trabajadores, el ingeniero ya se había ido, cuando regresamos, no quise contar de cómo uno de los hombres que nos llevó en su camioneta quería llevarme a montar a caballo, no sé porqué acepté. Sentir que él sólo quería aprovecharse de mí, sentía que mi investigación y mi video estaban en peligro si no aceptaba. Nadie parecía darse cuenta, era algo completamente normal. Me subí al caballo y sentí que podía desaparecer y nadie iba a darse cuenta, me acordé también de todos los que nos esperaban y de Juan, y de su fama, que desde lejos creía que me protegía. No sucedió nada. Él sólo me contaba una fantasía una y otra vez, de que íbamos a hacer una fiesta, en una gran mansión que él señalaba en medio de la mina que yo no podía ver. En la fiesta él me pedía que trajera unas amigas. No dijo más, como si sus propias fantasías le dieran vergüenza. Me pregunté por la sexualidad de la mina, por lo erótico en el paisaje y las diversas fantasías que ha podido suscitar.

Regresamos a la noche. Bebimos y comimos y me quedé dormida. Esos días empecé a estar muy cansada, todo el tiempo tuve sueño, después de ese día dormí durante meses.

Considero ocho meses después, empiezo a despertar.

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