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22.01.2017

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Pasto, Buenos Aires, Argentina
November 24, 2016 – February 28, 2017

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Fui a los lugares donde viene la materia bruta y se la empieza a trabajar. Pacheco, Benavidez, Ezpeleta.
El tren, los viajes de lugar en lugar, sandwichito, siesta en la vereda, leyendo “de la utilidad y los inconvenientes”
Estos árboles los desmontan en corrientes y llegan verdes. Los trabajan verdes y después los secan. Usan el corazón de los troncos para hacer tablones. Esto es la corteza. Por adentro hueco y por afuera árbol.
Agarramos la montaña y la convertimos en objeto. Hacer objetos es hacer humano. Y humano es una forma de organización.
¿Cómo transformamos los objetos en inoperantes? ¿Cómo suspendemos los criterios de edición y los mandamos a shabat?

Dios les dice, no coman del árbol del conocimiento.
Ellos van y comen. Y lo único que descubren a través del fruto es que están desnudos.
Estar desnudos es el único conocimiento. Quiero desnudez. ¡Un streaptease imposible!

No es granito es adoquín, granito es geológico, la química propia del material. El adoquín es un granito con una historia y una forma. El granito es una de las piedras más duras del mundo. Emerge en partes muy profundas de la corteza terrestre. Cuando las ciudades empezaron a crecer, los pisos de tierra eran muy desparejos. Esto no era bueno para los transeúntes ni para las flamantes carretas. Entonces buscaron hacerlos más lisos. Con piedra. ¿Quiénes cortaban esas piedras con herramientas tan rústicas? Presos y esclavos. En muy poco tiempo, en buenos aires, se empedraron muchísimos kilómetros de caminos con muchísimos kilos de piedra. Y alguien hizo ese trabajo. Te quiero contar algo y me fui por las ramas. Con el paso de los años, el adoquinado resultó bastante tosco para los autos modernos, y empezó a ser reemplazado por asfalto. Veía ese proceso y me encantaban las malditas piedras. La calle principal de Lugano era de adoquines, y la que pasaba frente a mi vereda también. Era un material común. En mataderos me acuerdo que había oleajes de adoquines. Las piedras subían y bajaban bajo los camiones de vacas que iban y venían. Un día vi que sacaban los adoquines de una vereda, contraté un flete en la calle y me llevé un montón. Los guarde en mi casa durante tres años.

Para los animales la naturaleza es todo alerta. Ojitos y orejitas atentas. Para los humanos el mundo es ilimitado, totalmente abierto, extenso. Todo ojos, por todos lados, de arriba abajo, y ahí es donde se hace necesario construir ciudades, paredes, caminos. Limitar esas extensiones que no paran de abrirse. La compartición de esa finitud genera espacio común y nos deja descansar de tener que poner esos límites nosotros.
Las ciudades son el hábitat de algo espectral: algo ni muerto ni vivo. Ayudas, compañías. estas cosas entre nosotros no es solamente encierro. Nos tocamos a través de estas cosas. Y quizás en el placer, la potencia y el acto de tocar pierden su estereotipada opacidad y se vuelven por un momento transparentes.

Con la intervención de trabajo, estas ideas-imágenes que van apareciendo se vuelven imágenes-cuerpos.
Me acuerdo de una pintura que me llevó muchos meses de trabajo. Se llama Psycholigic War: una cancha de tenis dentro de un bosque con algunas palomas. Era una imagen que no boceté demasiado. La pasé a pintura en una tela de 3 x 2. Era el tamaño de la pared más grande de mi taller. Tenía que salir del taller y mirar por la ventanita para mirarla entera. La hice viendo todo desde muy cerca. Era verano. Teníamos una Pelopincho. Nos tirábamos a la pileta cada tanto y después pintaba. Era una ficción total, mezcla entre estar perdido y un libro de Ballard muy lindo que ¿cómo se llamaba? Noches de cocaína, Cocain’s Night. Fueron meses de pintura. La trabajamos con Pablo Insurralde. Pablo la última semana ya estaba harto, me dijo: “Bueno, Ari…”. Yo quería meter mano por todos lados. Recién cuando meto mano por todos lados me siento completamente unido a las cosas. Hasta el día de hoy sigo viendo cosas que no pude resolver. Los álamos y los plátanos que están por la avenida… bueno es una avenida muy típica de Boedo. Son los árboles que todo el mundo putea de que se te llenan los ojos de semillas en primavera. Los trajo Sarmiento. Tienen unos troncos hermosos. Troncos muy anchos que se resquebrajan de colores, una capa roja, una verde, una gris.

En Fiorito las calles son de tierra. Camino saltando los charcos. Me acuerdo de cosas que doy por sentado por confiar en mis ojos. Llegamos a las ciudades después de que se tomaron miles de decisiones. quiero reconocer un antes de todo eso. La materia es lo que me motiva. El vidrio, transparente y translúcido. Todo lo atraviesa. Podemos ver a través. No es fácil definir dónde termina. Está mezclado con su entorno. Suele integrarse al uso pero esta vez es un regalo.

La primera naturaleza muerta que pinté son botellas vacías, un plato vacío, una base de una lámpara sobre una mesa, y luz sobre las paredes y los objetos. La llamé Sobre distintos envases y soportes. Pensaba en la luz eléctrica viajando a través de ellos y en la posibilidad de hacer objetos que duden de las nociones de figura y fondo. Me estoy poniendo formalista y no me interesa. En esta fábrica producen muchos diseños. Tienen los modelos standard, que son los que más se venden, y además hacen productos por encargo. Pude hacer estos objetos porque la fábrica tiene poco laburo. Yo era el cliente loco jugando a ser diseñador industrial. Entre banana y chanta. Casi todas las copas que compré están fuera de stock. Copas fuera de línea, para tragos que ya no hay. Y otras son diseños míos. Le pedí a Osvaldo, un matricero, que hiciera unos moldes de yeso. Hace unos años un argentino diseñó una copa de whisky con base esférica. Te servís whisky, hielo, lo tirás como un trompo, y gira eternamente.

Estás en un pequeño pueblo, en la estación, esperando el tren que sale en unas horas.
Vas a dar una vuelta, fumás un cigarrillo, mirás una piedra, y en esa contemplación obligada el mundo se cierra y las cosas avanzan sobre vos. No te piden que las uses así que te abandonás a su lógica. ni las mirás, sentís su presencia.
Al mismo tiempo hay una garrapata en el campo, suspendida de la rama de un árbol. El zumbido de los insectos, la luz del sol, el frío que algunas gotas de rocío le producirían a su piel al caer, la garrapata no lo percibe. No percibe nada. Está privada de ojos, de tacto, es completamente ciega y sorda, y se limita a guiarse, a través del olfato, hacia su presa. Cuando la encuentra, se arroja sobre ella, atraviesa su piel con la cabeza, y ahora sí, bebe un trago de sangre caliente. La garrapata ama la sangre, vive entregada a su vínculo con la sangre aún siendo incapaz de sentirla. Bebe y muere: cae al suelo, desova, y adiós. Imagino el silencio de ese momento como un silencio fácil. Como el silencio de las nubes o de las plantas. Todo silencio es el reconocimiento de un misterio, dice un amigo.

http://www.pastogaleria.com.ar/

Texto de Dani Zelko y Ariel Cusnir
Cortesía de Pasto, Buenos Aires

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