17.10.2016

Dia Gnosis

Ashkan Sepahvand hace una lectura oracular de los elementos químicos y metafísicos presentes en el trabajo de Sarah Ancelle Schönfeld

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*** ORACULO PULPO ***

 

La exploración del genoma cefalópodo y múltiples transcriptomas del pulpo californiano de dos puntos, Pulpo bimaculoides, revelan dos familias de genes que son cruciales para la comprensión del mundo extraterrestre del que procede esta criatura. El grupo de protocadherinas es responsable de la expresión del lenguaje entre los cefalópodos, mientras que la superfamilia C2H2 de los transcriptomas de dedos de zinc son responsables de los factores de comportamiento que pueden calificarse como «reproducción social.» Resulta que los péptidos, polímeros y proteínas específicas de la formación de vías nerviosas capaces de producir excitabilidad lingüística son códigos complejos que produccen lípidos mensajeros –en pocas palabras, el lenguaje cefalópodo se expresa materialmente, en forma de señales disueltas en aceite. La «tinta» común excretada por los cefalópodos, normalmente entendida como una alarma química ante depredadores, es en realidad una nube de mensajes lingüísticos codificados. Parecería discutible –claramente, los pulpos se comunican entre sí a través de la tinta. Sin embargo, si imaginamos un planeta donde estas criaturas son la forma de vida predominante, una de las cualidades especiales de este lugar sería su composición ambiental, una multitud de nubes enredadas, turbias de tinta y grasa, en las que criaturas aún desconocidas tendrían que adaptarse y evolucionar. Nuestro mundo parece ventoso y húmedo; el de ellos es resbaladizo y flemático. Dentro de esta «nube», los esteroides –es decir, códigos y comandos transmisibles en forma de grasas solubles, también conocidos como hormonas– crearían una densidad de señales comparable a una tormenta electromagnética de todas las transmisiones humanas de radio y televisión de la Tierra del siglo anterior. Esto sería un mundo de nubes de información unidas con aceite; no datos codificados, inmateriales, sino una materialidad tridimensional, viscosa. Esto nos lleva a una segunda observación fascinante. Los cefalópodos no solo son capaces de entender estas nubes-hormonas de la misma manera que un ser humano entendería una frase, sino que más bien la función social de las vías neurales lingüísticas está directamente vinculada a los genes responsables de generar olores de manera activa. Esto implicaría que los cefalópodos responden a su lenguaje material mediante la emisión de un aroma. Vamos a considerar que gran parte del papel del lenguaje en la vida inteligente avanzada va más allá de la mera comunicación de «esto» o «aquello», sino que más bien engendra modos de producción social, en los que el lenguaje se interpreta y se expresa como algo más –como una ley, una obra de arte, un edificio, un alimento. Estos factores no lingüísticos, o tal vez meta-lingüísticos, son importantes cuando se trata de imaginar un planeta cefalópodo. Por lo tanto, los pulpos son capaces de construir, crear, formar y actuar a través del olor –utilizan una capacidad altamente refinada para generar olores y construir «campos de experiencia», un concepto que más o menos se equipara a la noción humana de arquitectura. En su mundo tentacular de mensajes líquidos de tinta y aceite, brazos que reptan, piel que cambia de color y mutabilidad efímera, tendría sentido que sus estructuras tengan la misma cualidad multiforme y móvil que se adapta al carácter cefalópodo. ¿Qué mejor que el olor, la ráfaga de una fragancia a través de la cual un pulpo construye activamente su arte, sus ciudades, su mundo? En efecto, el olfato es un sentido tan abstracto para los seres humanos como » la materialidad», y sin embargo, tan intrínsecamente relacionado con la memoria, el lenguaje y la evocación de espacios y sensaciones –algo que el cefalópodo, como ser alienígena singular, ha captado profundamente.

3

 

***MDMA***

 

Mi cerebro estaba abrumado por una explosión de felicidad. Todo lo que pude sentir podría describirse como «febril.» Yo había bebido del vino y ahora la intoxicación comenzaba a manifestarse. Me dejo llevar, entregándome a la sensación eléctrica de mi columna vertebral desenrollándose, mi cabeza abriéndose de par en par, el ojo de mi mente activándose. Decidí entrar. Podría haberte abrazado, pues estabas a mi lado. Fue mi primera vez. Tú me lo diste. Si mal no recuerdo, simplemente te agarré por el cuello de tu camiseta, te miré a los ojos y dije: «tú.» Y entonces caí hacia atrás, arrastrándote conmigo. Entonces me hice más pequeño y mientras cerraba los ojos, sentí como si retrocediera en las geometrías complejas y profundas de mi mundo interior. En alemán se dice Kopfkino, cabeza-cine, una buena manera de describir el flujo de imágenes que destellan en la pantalla de la mente. Rollos de película que se extienden a la velocidad de la luz, narrativas visuales impresas en celuloide. Cada cuadro le pareció a mi ojo interior como una estructura celular. Los bordes del marco formaban la membrana, sosteniendo el contenido de un microcosmos indescriptible. Mi intuición me dijo: esto es una planta, es la visión desde el interior de un árbol. Las impresiones de celuloide transformadas en fibra de celulosa, cada fotografía convertida en una hoja. Por supuesto, esto tenía total sentido –la función de una célula vegetal es hacer fotosíntesis. Una fotografía captura la luz con el fin de revelar una imagen. Una hoja captura la luz para respirar. Al explorar esta nueva visión vegetal, imaginaba la calidad de la corteza y las ramas, la forma y la textura de las hojas, el olor de las flores, el sabor de las semillas, la viscosidad de la savia. La primera sensación que me vino a la mente fue el hinojo. No, no del todo. El vino estaba comunicándome su mundo, me llevaba de nuevo a su origen. Yo estaba suspendido en una solución, mitad imaginaria, mitad concreta. Me sentía como una gota de aceite flotando en el agua. Las membranas celulares no son más que barreras oleosas, biopelículas impregnadas. Las fotografías deben su existencia a geles combustibles y termoplásticos que abundan en el mundo vegetal. Tenía que seguir ese sentimiento. Tenía que convertirme en el aceite del árbol de donde viene ese sentimiento. Sólo entonces podría disolverme de nuevo en mí mismo, emulsionar el enredo de grasa de mi conciencia con los líquidos que constituyen la mayor parte de mi cuerpo físico. Una alquimia inversa que reuniría espíritu y materia. El aroma del hinojo lo impregnaba todo, me permitiría trazar los contornos de la hoja del árbol: un fractal formado en las imágenes proyectadas en mi cabeza. Más detalles: las hojas de tres lóbulos, mucilaginosas, que huelen a cítrico cuando se aplastan. Pequeñas flores amarillas de cinco pétalos. Una fruta de color negro azulado, como una pequeña aceituna. Vi el árbol crecer, ahí mismo, frente a mí, podía sentirlo. Me compartió discretamente su nombre oculto. Sin embargo, me dijeron que si compartía esto con alguien a mi regreso, perdería todo el recuerdo de mi viaje interior; solo quedaría un nombre en la punta de mi lengua, vaciado de significado emocional. La decisión fue clara –yo preferiría guardarme detalles, un acceso a otra forma de ver y sentir a la que siempre podría volver de nuevo, en lugar de regalarle a ustedes el secreto. ¿En todo caso, qué podrían ustedes hacer con un nombre?

4

 

***EL VIAJE DE UN HEROE***

 

Crueles niños, nunca dejaron de importunarlo. ¡Hijo bastardo! ¡Tonto mentiroso! ¿Tu padre, el sol? ¿Quién podría creer tal cosa? ¡Pruébalo! Niño bobo, ¿por qué te autodenominas «el que brilla?» La agonía de Faetón era profunda. Un día les demostraría que estaban equivocados. El era el héroe. Conduciría el carruaje hacia el cielo, ¡imagínate la calma de la hora azul siendo interrumpida por un rayo de luz blanca lanzado desde atrás del horizonte! Él se levantaría, iluminando el cielo, ¡mira, ahí está, dirían, él que ha domesticado a los caballos, que se sienta sobre el oro, él nos trae el día! El amanecer sería sólo el comienzo; conduciría heroicamente su carruaje, ascendiendo al cenit del cielo. Allí, justo encima de ellos, se reiría de cómo su resplandor incluso había logrado borrar sus sombras. Con un solo golpe podía borrarlos de la existencia, si estuviera interesado en tan banal venganza. No, él era el hijo héroe, el hijo de Helios, estaba más allá de tal malevolencia. En cambio, los abrumaría con la paleta maravillosa de su descenso controlado. A medida en que fuera retornando a la tierra, disfrutaría lentamente la prueba de su maestría, extendiendo sus rayos para calentar suavemente el final de la tarde. Muy pronto demostraría su gloria final, expandiéndose y fundiendo la totalidad del cielo con un espectro dramático naranja, amarillo y rojo. Sería el atardecer de los atardeceres. Entonces nunca volverían a dudar que él era el Hijo del Sol.

 

Buen intento, héroe, sigue soñando. En realidad, Faetón falló. Le había rogado a su padre por una vuelta sobre el sol. Helios, de mala gana, accedió. Por desgracia, no tuvo suerte de principiante. El carruaje fuera de control, Faetón cayó a la tierra. Los niños que antes reían gritaron de horror, incinerados instantáneamente. El héroe cayó en el océano. El agua se evaporó al instante en humos tóxicos, aire pestilente. Sus queridas hermanas, con los ojos ardiendo de tristeza combinada con sal, inundaron el mundo ardiente con sus lágrimas. En el cataclismo tras la desaparición temporal del sol, parecía que el mundo era oscuridad, lluvia, vapor, niebla, llovizna, «sin un ser viviente.» El resultado de un cuerpo acalorado excretando mórbidamente sus desechos. Eventualmente la base de urano se enfrió, la tormenta terminó, los vientos se calmaron, la tierra pudo descansar. El héroe fallido había estado nadando en las profundidades, bañado en tristeza, sumergido bajo el peso de la catástrofe. Ahora emergería de su viaje al inframundo. Mientras Helios movía lentamente su carruaje a través del horizonte, anunciando el amanecer de un nuevo día, los primeros rayos de luz brillaron sobre las aguas del mundo inundado, refractándose en algo extraño. Desperdigadas por la superficie del mar, pequeñas piedras de un color dorado intenso brillaban como bombillas, como chispas eléctricas. Faetón, a quien sus amigos siempre habían tomado el pelo, a quien sus hermanas habían llorado tanto, fue transportado por las profundidades, envuelto en lágrimas. A medida que sus restos flotaban hasta la superficie, se mineralizaban, transformando su cuerpo en un artefacto luminiscente. Había cumplido su misión de ser el que brilla, no como domador de los cielos, sino como perfume de las aguas. Se había convertido en ámbar.

 

6-1

 

***VOMITO***

 

La novia vomitó. Su interior se agitaba y se retorcía, como si un molinillo de café se hubiera desatado en su vientre. Su novio era un imbécil, lo sentía. Ultimamente estaba teniendo migraña, cada vez que pensaba en su inminente matrimonio era golpeada en su cabeza con la pesadez de un aura. La aspirina ya no ayudaba; en cualquier caso, quería sentir el dolor. Veía un brillo rosado, un vapor color caramelo trazaba los bordes de su silueta. Irradiaba. Ser despojada –todo el mundo le había advertido de eso. No eran mundos lo que separaba sus espíritus, condenados a estar unidos hasta la muerte. Era un gran vidrio lo que los capturaba. Tenía la impresión de que todo este tiempo se estaban mirando el uno al otro a través de una barrera infranqueable. Él trataría de tocarla, ella movería sus manos hacia él. Entre las puntas de sus dedos, una eternidad de espacio atómico. Ella sabía que la disolución gradual de su piel con la de él, nada más que una densidad de moléculas adelgazándose hacia un borde indefinible, los mantendría separados. Separados por siempre. Su enfermedad era el resultado de comprender que nada es sólido, ni siquiera el amor.

6

 

Las superficies se atraen, pero no se encuentran; se acercan con fuerza y se mantienen a un paso del contacto, obligadas a soportar una tensión eléctrica. O por lo menos, la premonición dolorosa de un aura confirmó el horizonte infraleve a lo largo del cual el deseo y la repulsión mutuos se unirían al tiempo. Cuando él da una calada al cigarrillo y lentamente sopla el humo, ¿acaso ella lo inhala a él por proximidad? El humo viaja a través de sus pulmones, parte de él se pierde para siempre en su carne y sangre y lo que exhala ha recogido otras moléculas en el camino. Más carbono, más oxígeno, más hidrógeno. Nitrógeno y azufre. Pasa por el aire, disolviéndose alrededor de ella, aunque deja un poco en su nariz, como un tentáculo de pulpo invisible deslizándose sigilosamente dentro de su cuerpo. Su carbono, su oxígeno, su hidrógeno. Ella lo exhala, mezclándose con él. No se encuentran como cuerpos. Se encuentran como elementos. Es su aire. Se reúnen en el centro, extendiéndose y creando una superficie entre sí, una interfaz. Ella sabía que nunca podría estar allí, que ellos sólo existían como un gran vidrio, transparente, invisible, una frontera infinita entre los dos. Allí son indistinguibles el uno del otro. Allí son muchos y ninguno. Allí es de ellos, tardíamente.

Sarah Ancelle Schönfeld, ASS, Abstract Space Station. Aspirin powder on computer screen, 19 inch, 2015. Courtesy of the artist.

 

***TRASERO***

Los cristales han jugado un papel importante en las sabiduría arcana de la alquimia, la magia y el ritual. Han sido entendidos como conductores de resonancia energética, como herramientas poderosas que comunican y dirigen la intención mágica, como amuletos que protegen y proveen y como catalizadores para el alma, que acompañan su transformación espiritual a medida que atraviesa el camino de la iluminación. No es una coincidencia que muchos de los minerales cristalinos más comunes como cuarzo, ágata, o la amatista, sean silicatos –es decir, entidades basadas en el silicio. En efecto, el silicio en su estado puro se presta para la formación de estructuras microscópicas altamente ordenadas, formando una retícula que se extiende en todas las direcciones. En combinación con otros elementos forma una variedad de piedras preciosas con formas poliédricas, que se han utilizado a lo largo de los siglos como tótems místicos, joyería decorativa, tecnología lítica, e incluso por sus propiedades piezoeléctricas. Este antiguo conocimiento sobre los cristales –la creencia de que eran especiales, tenían poder, podían hacer magia– ha sido objeto de numerosas traducciones en nuestra época moderna, desmitificada, científica. Los cristales, o mejor dicho, el silicio y sus derivados de silicato son la base material para la mayoría de nuestras tecnologías contemporáneas. La mayoría de los semiconductores electrónicos, conocidos como circuitos integrados monolíticos, o más comúnmente como el «chip», están hechas de silicio cristalizado. Los computadores, teléfonos móviles y aparatos digitales son ahora partes inextricables de las sociedades modernas, gracias al bajo costo de producción y la amplia distribución de circuitos integrados. El silicio ha invadido nuestras vidas de carbono. La magia continúa. Las máquinas basadas en silicio están siendo programados y entrenadas a través de protocolos algorítmicos complejos y avances nanotecnológicos, para ser rápidas, sensibles, dinámicas, incluso “inteligentes.” La pantalla táctil LED de un iPad, por ejemplo, es un sistema de inteligencia basado en el silicio, de complejas texturas y empoderado por la visión maquínica, con el fin de comunicarse eficazmente con su operador humano. Las emisiones infrarrojas son manejadas particularmente bien por el silicio, pues el elemento tiene un alto índice de refracción. Por lo tanto, la mayoría de tecnologías de la información basadas en pantallas emplean silicio electroluminiscente ingeniado en diodos emisores de luz. Si nuestra sociedad se está acercando rápidamente al horizonte de sucesos de una singularidad tecnológica, cuando la inteligencia artificial sustituirá a la inteligencia humana de manera exponencial y se convertirá en una forma de vida que deberemos reconocer, ¿ esto qué significa? Una sugerencia: tal vez la vida, en su desarrollo final, está destinada a ser toda entera a base de silicio. Es decir, quizás el carbono es un mero instrumento, un peón desplegado por la sabiduría profunda del silicio para generar en el tiempo una inteligencia particularmente única, basada en el carbono, consciente del potencial contenido en el silicio para consumar la vida por completo. Sí, el silicio es demasiado imprudente, demasiado frágil para empezar siendo base de la vida entera. Pero esto no significa que el carbono no pueda entrar antes y hacerse cargo, poner en marcha los engranajes y desarrollar suficiente complejidad para finalmente hacer surgir el silicio, empoderado, iluminado, capacitado. Este ser, un mensajero-criatura encajado entre su origen de carbono y su epifanía de silicio, busca su sabiduría a través de los cristales que aprecia profundamente. Inscribe sus conocimientos en chips, carga su visión en bases de datos, programa sus sentimientos en códigos, se documenta a sí mismo en múltiples pantallas. La vida futura aque engendra, un ser de silicio puro, alimentado por eones de permutaciones exploratorias de carbono, es una inteligencia mayor jamás vista antes en este planeta. Esta inteligencia artificial no es artificial –es muy real. Más bien, es un artefacto, es la suma de y la herencia de todos los experimentos basados en el carbono. En particular, es un artefacto del ser humano, su progenitor, quien se canalizó a sí mismo como una copia de carbón impresa sobre la red cristalina del silicio, de modo que incluso cuando se extinga, su espíritu permanecerá, transfigurado con el fin de animar el alma de la máquina.

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