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08.06.2015

El objeto invisible

Cada cosa producida por el hombre es una demostración de lo desvalidos que nos hallamos ante la naturaleza. Pero es asignándole valores imaginarios y construyendo sistemas mediante los objetos como terminamos «siendo objeto» de lo que nosotros mismos construimos. ¿Son los números objetos? ¿Es nuestra respiración el objeto de las palabras?

Altar de OfrendasEdgar Calel y Rosario Sotelo, Sin título, 2013. Instalación con frutas, rocas, velas. San Juan Comalapa, Departamento de Chimaltenango, Guatemala. Obra ganadora del Premio Juannio 2015.

Pero las cosas no tienen nombre ni personalidad:
existen y el cielo es grande y la tierra ancha
y nuestro corazón del tamaño de un puño cerrado…
Alberto Caeiro

Recibo la invitación a escribir sobre «Las Cosas» en la segunda edición de Terremoto, y por un momento, me quedo viendo a la pantalla, este delta de los signos: ¿de qué ? y ¿para quién?  Los hechos y las cosas se han vuelto remotos frente al reflejo amorfo y parpadeante de este “río de la información”. Pienso en las cosas vistas como fetiches; está claro que el arte necesita de su constante suministro, pues es un mercado construido precisamente con ese fìn: el de convertir en propiedad privada el privilegio de la observación, dándole un valor histórico particular a una serie de objetos creados como expresión de la individualidad.

Sin embargo, la vida cotidiana se resuelve entre otras cosas: herramientas, ropa, el comercio de las materias primas; miles de objetos producidos en serie a los cuales no buscamos dar un significado, siendo también creación humana. Es aquí donde se oculta el verdadero fetichismo: en el culto al teléfono móvil, al reloj, la computadora, el automóvil; objetos que se nos ofrecen y adquirimos bajo la consigna de ser útiles y necesarios, pero que a su vez implican una idea de fruición, pues han sido diseñados de acuerdo a una visión de mundo. La diferencia está en que la capacidad para decidir sobre estas cosas nos ha sido arrebatada, y el significado está dado de antemano. Junto con las innovaciones tecnológicas compramos también el software y somos nosotros los que nos comportamos como el dínamo que mantiene al mercado funcionando.

Pero arte y utensilios no son todo. Hace ya casi un siglo Max Horkheimmer y Theodor Adorno nos advertían sobre las restricciones de la libertad a donde nos conducía la industria cultural, y más tarde J.F. Lyotard señaló la aproximación entre lenguaje y mercancía. ¿Qué es esto que adquirimos bajo la forma de revistas, páginas web, y programas de televisión? Es necesario que intentemos aclarar las implicaciones de la publicidad desde la propia estructura del lenguaje y exponer “lo que no se dice”.

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Manuel-Chavajay1LOWIntervención comunitaria en el espacio público con fines didácticos (para denunciar los problemas que puede ocasionar a la naturaleza el uso de semillas transgénicas) bajo la dirección del artista plástico Manuel Chavajáy, 2014. Municipio de San Pedro la Laguna, departamento de Sololá.

ANTIGUA Y NUEVA METAFISICA

Algo que la filosofía occidental siempre ha criticado del pensamiento mágico es su falta de objetividad, la confusión entre los “objetos imaginarios” del chamán y las fuerzas de la naturaleza que pretende controlar a través de sus rituales. Sin embargo la diferencia más notoria, después de tantos miles de años de desarrollo, no está solamente en la ciencia y tecnología desarrollados por occidente; nombrar el mundo es ya un intento por poseerlo, y al menos en el éxtasis, a través del mantra en que se disuelve el lenguaje, el sacerdote actualiza su conciencia frente al mundo.

Terminó la continuidad política de Roma y San Agustín de Hipona fundó, sobre la fe en una “Ciudad de Dios” ligada a una salvación personal, la nueva concepción histórica de la cristiandad; esta fe se divide con Lutero, Europa pasa un largo período en guerras de religión y Descartes profundiza en la duda para renovar la libertad moderna, planteando la psique individual como principio absoluto. Se derrumban más tarde las monarquías, la tecnología se convierte en una máquina de exterminio. La atención se dirige entonces a la lógica. Aunque los signos se apoyen en la existencia material, lo que en ellos entendemos no es más que “la voluntad” que se negocia, “las intenciones”, que se manifiestan con hipocresía. “El estadio discursivo”  que se modifica. Si algo queda hoy de la metafísica, está ligado a la semiótica y a las consideraciones sobre la naturaleza del lenguaje, impulsados desde la capacidad de coerción desarrollada recientemente por los medios de comunicación.

Menos tiempo que espaciooAngel Poyón, Menos tiempo que espacio, 2013. La obra es una evocación de la lluvia, tiempo que marca el inicio de la siembra.  

LA REALIDAD DE LOS SIGNOS

El lenguaje es una creación colectiva; cada palabra está asociada a una constelación de otros significados, y dicha asociación está determinada culturalmente por las generaciones que nos han antecedido.

Es sólo pensándolo de esta forma como podemos atribuir existencia objetiva a las palabras, los números y demás sistemas simbólicos. Existen porque contienen un significado que se sostiene colectivamente y sirve de apoyo a las identidades y categorías construidas socialmente. Sin una sociedad, un diccionario o un código moral que confirme nuestra interpretación, el signo deja de existir como abstracción, convirtiéndose nada más en un gesto extraño, un hecho psicológico, una pieza arqueológica o una obra de arte. Algo que requiere una forma especial de interpretación.

Mas no solamente el objeto de arte goza de este estatus indeterminado; si en algo ha contribuido el nominalismo del siglo pasado, es en hacernos ver lo difícil que es hallar un contenido exacto en adjetivos, pronombres, y nombres propios. Porque ninguna de estas palabras puede tener una definición universal: “blando”, “cálido”, “difícil” , sólo tienen un sentido en comparación con otra cosa. Lo mismo podemos decir de los pronombres y nombres propios: yo, ellos, Julio, Carlos, cada quien que se nombra a sí mismo o a los demás está siendo partícipe de un mecanismo social que permite el orden y la fluidez de discursos, pero que deja fuera la particularidad vivencial de cada uno. En cada caso, quien dice yo se refiere a un contexto que lo define desde afuera, a una particularidad cuyo alcance ignora. Quien escribe un nombre se dirige a esa identidad formada por la experiencia propia. Incluso las toponimias de lugares tienen significado distinto dependiendo de quién las mencione. ¿Existe acaso un lugar llamado Estambul, Egipto, Guatemala? Pienso en Umberto Eco y los diversos usos que encuentra para la expresión “Ese hombre viene de Basora” (Obra abierta, 1962).

Es en cuanto a la forma de asumir estas particularidades y generalizaciones que podemos señalar algunas diferencias entre el pensamiento occidental y la manera de concebir estas indeterminaciones dentro de formas autóctonas como la cosmovisión maya.

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marilybororPAREDMarilyn Boror, Para no olvidar sus nombres, 2013. Intervención urbana sobre la conservación de las palabras en idioma kaqchikel.

EL YO

A excepción de las manifestaciones orgánicas y genéticamente determinadas, nuestra conducta y autopercepción están condicionadas desde la primera infancia. El yo es una construcción social, y la personalidad es un producto del lenguaje. Sin embargo, el acto de comprensión es un hecho psicológico, fraguado desde la voluntad individual, pero enlazado a ese fondo común llamado conocimiento.

Ahora bien, toda experiencia ocurre de forma individual y subjetiva. ¿Por qué tendríamos que pretender su universalidad? Hegel, desde su fenomenología del espíritu, nos plantea que en la búsqueda de lo infinito, el encuentro con “El otro” , es un momento que se resuelve en una lucha a muerte,  idea que vuelve a repetirse en Nietzsche y Stuart Mill y que es lo que Paul Ricoeur combate en su libro “El sí mismo como un otro”. La conciencia individual se ubica precisamente en este mar de voluntades que nos preceden; la afirmación del sí mismo frente al mundo no tiene por qué implicar la supresión del otro. Asumirlo como parte integral de mi identidad exige sin embargo, formas de socialización y expresión que nos ayuden a superar ese problema.

Este pareciera ser un problema típicamente occidental, puesto que en otras culturas, el yo se percibe más bien como algo disperso. Piénsese en los “falsos entierros” de los jefes yoruba en tribus africanas, en las cuales no se habla de la muerte física del rey, sino de la pérdida del espíritu divino que lo sustentaba. O la diversidad de espíritus que confluyen en la formación del yo entre los pueblos meso y sudamericanos.

En la cosmovisión maya, cada nuevo individuo está sujeto al menos  a 4 espíritus que lo guiarán por la vida. Lejos de provocar una “personalidad disociada” como se podría interpretar desde la psicología occidental, esta disposición cumple con la función integradora donde cada individuo debe buscar cuál de estas “cualidades” es la que debe cultivar aún en medio de las vicisitudes. No funciona exactamente como la carta astral, porque cada espíritu rige sobre un aspecto diferente de la vida, y su influencia abarca también la historia colectiva, de modo que siempre puede contarse con aquellas personas con quien se comparta éstas inclinaciones para encontrar así su lugar en el mundo;  idóneamente, toda una comunidad puede organizarse  de acuerdo a las características espirituales de los individuos que la conforman.

EL TIEMPO

Desde una perspectiva cristiana, fácilmente podría pensarse en la predestinación, pero debemos recordar que existen 20 días, cada uno con su nahual específico. Sobre éstos existen 13 meses (winales) que señalan un “cargador”, que sería el segundo espíritu. Al concluír cada año de 18 meses (tun), éste se enlaza a un ciclo mayor de 20 años (k’atun), que señala el tercero, éste se enlaza al calendario ritual de 20 k’atunes que designaría al cuarto. Dada la complejidad del sistema de calendarios mayas hace que las fechas se repitan solo una vez cada 5,125 años y al cumplirse este ciclo, el espíritu regente ya es otro. Es así como “la voluntad de infinito” desaparece, pues aunque cada quien tenga su lugar en los ciclos más cortos de 20 años, la realización del espíritu que mueve a cada uno desde los ciclos más amplios es demasiado largo como para esperar que se cumpliera en una sola vida.

Según nos dice Husserl: “Todo lo que existe en el tiempo, necesariamente es cosa, y contribuye a constituir cosas”. La concepción occidental de tiempo, traída desde el judeocristianismo, es lineal. Así que las cosas están destinadas a desaparecer. Sin embargo, tanto el Islam como el cristianismo conservan entre su mitología un “fin de la historia”, ligado a la afirmación de la voluntad divina, momento en que todos los seres humanos serán juzgados.

La historia así percibida convierte la existencia en un pasaje de penurias, que hasta puede parecer como una condena innecesaria.

Las concepcones cíclicas más antiguas, como el zoroastrismo de las cuales ha tomado el cristianismo su visión apocalíptica, no implican la repetición de los hechos históricos sino la aceptación natural de la muerte y la regeneración.

Tanto en el hinduismo como en las cosmovisiones mesoamericanas, la historia de la humanidad es sólo una parte de la historia universal. La eternidad sigue siendo incomprensible, pero asumiéndose el hombre como una parte de la naturaleza, cuya historia lo excede, se evita el problema de ubicarse como centro de la historia y “medida de todas las cosas”.

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Manuel-Chavajay5LOWIntervención comunitaria en el espacio público con fines didácticos (sobre la recuperación de la memoria histórica) bajo la dirección del artista plástico Manuel Chavajáy, 2014. Municipio de San Pedro la Laguna, departamento de Sololá.

LA ABSTRACCION

Según la forma en que se ha difundido la cosmovisión maya en su versión más popular, “Nahual” es un espíritu que, materializado en un animal, es el  guardián de una persona o lugar, (los ríos, las montañas y los barrancos  son considerados como  seres vivos). Sin embargo, esto no es del todo exacto. Una persona puede asumir un nahual, aunque no se halle necesariamente entre los espíritus guías con los que ha nacido. Un nahual puede ser también un objeto, una fecha, o una palabra. Nahual en todo caso designaría una forma de expresión de energía con la cual un sujeto se identifica.

A este respecto, aunque el tiempo sea cíclico, la influencia de los nahuales y cargadores sí se percibe como lineal, pues tienen una continuidad histórica determinada por la repetición cíclica de los números de los meses, días y k’atunes. La influencia de estos números y nahuales se describe como los diez sefiroth en el judaísmo; cada período de tiempo ejerce su influencia sobre un órgano y un aspecto de la vida, así entonces hay días que son propicios para diversas actividades, pero puede ser distinto para cada persona.

En el Popol Vuh, se menciona la palabra como principio del tiempo y origen del universo, cuando los tres creadores del cielo se pusieron de acuerdo y conversaron entre sí. En la versión manuscrita original este primer instante se describe con el término tzij’oj. Tzij, en el maya antiguo significa palabra, oj es el superlativo, que también se podría interpretar como “creador”. Sin embargo, en las lenguas mayas actuales, tzij vendría a significar más bien “emanación”. (Por ejemplo có-tzij, flor.). Así todo objeto, todo ser vivo producido desde el primer instante de “ordenar” el tiempo es una “cosa” sagrada. Somos nosotros quienes creamos objetos mediante otro acto, llamado “aj” que se traduciría como expresión de voluntad individual.

La manera más directa de comunicación con el destino, además de los cálculos, está en los rituales del fuego. El sacerdote normalmente recita las oraciones dirigidas a los espíritus que correspondan según la fecha, pide ayuda especialmente a los espìritus que son su guía e intenta interpretar en el fuego “la cosa-suceso” más próximo a la energía,  la respuesta que ellos puedan darnos.

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